Miles de vidas habitan en la cabeza de Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947). Sus retratos personales configuran un mosaico de la historia de México, de escritores a empresarios pasando por filósofos o constructores. Ahora, una compilación recoge 83 de sus perfiles. Caras de la historia (Debate) son dos volúmenes en los que se pasea por las vicisitudes de figuras tan disparejas como el cómico Cantinflas o el general Lázaro Cárdenas, el conquistador Hernán Cortés o el cineasta Alejandro González Iñárritu. El historiador y ensayista habla en su despacho de su pasión por la biografía. A su lado, dos fotos. La de su padre Moisés y la de su abuelo Saúl, un culto sastre judío originario de Polonia que prosperó en la Ciudad de México y le llegó a tomar la medida a personajes como el militar Maximino Ávila Camacho. El metro, hoy, lo tiene su nieto.
Pregunta. ¿Lo miraba trabajar?
Respuesta. Lo visité algunas veces en la sastrería, pero sobre todo lo miraba leer.
P. ¿Qué hay de sastrería en la biografía?
R. Que cada traje es a la medida. Y que hay que tener ojo para hacer bien las siluetas.
P. Usted compara la biografía con el retrato pictórico.
R. Creo que son géneros paralelos. Desde la antigüedad, el pintor busca capturar el alma del personaje. Y, de manera mucho más modesta, cabe decir que el biógrafo siempre ha intentado lo mismo, encontrar ese rasgo único, ese motor oculto que arroja luz sobre las acciones de una persona. Yo solía hablar con el pintor Juan Soriano sobre las relaciones entre la biografía y el retrato. Los retratos de Soriano no tenían un propósito decorativo, eran un escrutinio, una especie de psicoanálisis con pincel. Eso son las biografías.
P. ¿Qué alma se la ha resistido más?
R. Hasta el perfil aparentemente más sencillo esconde resortes difíciles de discernir. En muchos casos he sentido la satisfacción de encontrar esa veta, aunque invariablemente me quedo con la idea de que necesitaría conocerlos más.
P. ¿Me daría ejemplos de vetas?
R. La ilegitimidad de origen del presidente Plutarco Elías Calles, cuyo padre abandonó a la madre y lo tuvo fuera del matrimonio. La condición de bastardía le pesó muchísimo, y el hecho de sentirse repudiado por el orden católico marcó la vehemencia de su anticlericalismo. O en el caso de Francisco I. Madero, la trágica muerte de su hermano calcinado por una lámpara de queroseno que le cayó encima. Condicionó su afición al espiritismo y el espiritismo fue a su vez un factor importante en el inicio de la Revolución mexicana, porque Madero se creyó inspirado por los espíritus para dar inicio a la liberación democrática.
P. ¿Podría destacar algunas caras de la compilación?
R. Me gustó escribir sobre el humanista mexicano José Luis Martínez, biógrafo de Hernán Cortés. Tenía la mejor biblioteca literaria de México. También me viene a la memoria Juan Soriano, con paralelismos con Octavio Paz. Fueron grandes amigos y artistas que salieron del país por largo tiempo para encontrar mejor a México. El dominicano Pedro Henríquez Ureña, un hombre que educó a no menos de cinco generaciones de escritores e intelectuales en América Latina. Borges dijo que sus libros eran memorables, pero que aún más memorable era el inmediato magisterio de su presencia. O Antonio Caso, ya casi olvidado, que con sus clases de filosofía, ética, estética y sus célebres conferencias sobre el cristianismo mantuvo él solo encendida la flama de la cultura cuando todo México era un campo de batalla.
P. ¿Recuerda la primera figura que le fascinó?
R. Mi abuelo. Escribí un pequeño esbozo biográfico sobre él cuando estaba en la preparatoria. Lo escribí en yidis, y venía precedido por un epígrafe de Óscar Wilde.
P. ¿El epígrafe lo tradujo al yidis?
R. Sí.
P. ¿A usted cómo le absorbió el lenguaje?
R. En la casa de los abuelos se hablaba yidis, y creo que la perplejidad de saber que afuera todo el mundo hablaba español, un idioma distinto, me dio una voluntad mayor para sumergirme en el lenguaje. Aunque hubo otros factores, como la radio. Yo viví en un México radiofónico en el que entrábamos al lenguaje por la vía de la cultura popular, de la poesía de arrabal que recogían los boleros.
P. ¿Aún sabe la lengua de sus abuelos?
R. La puedo leer y entender. Es una lengua que apenas hablan ya unos pocos fanáticos religiosos en Nueva York o en Israel.
P. ¿Recuerda alguna palabra especial?
R. Dos curiosas: najes y tzores. Najes es el orgullo por los hijos y tzores es la palabra inversa, el sufrimiento que proviene de los hijos o, en general, de la familia.
P. ¿A cuáles de sus retratados las aplicaría?
R. La segunda palabra, a Soriano y a Octavio Paz. Sufrieron mucho por los padres que tuvieron: uno autoritario y otro alcohólico, respectivamente. En mis historias tiendo a fijarme en el elemento más difícil y dramático, en el elemento complejo, en los escollos, más que en cantar las glorias o las alegrías de los personajes. Predomina el tono gris.
P. ¿Cuál diría que es el mejor perfil que ha hecho?
R. Elogio en boca propia, vituperio. Pero ya que me preguntas, déjame incurrir en eso y decirte que la biografía que escribí de mi maestro Daniel Cosío Villegas es lo más cercano a mi corazón.
P. ¿Lamenta haber sido injusto en alguno?
R. Me recriminan haberlo sido con Carlos Fuentes. Yo sigo creyendo que lo que digo en mi ensayo crítico sobre él es cierto, porque no creo que haya tenido como escritor la dimensión de varios de sus contemporáneos, ni tampoco como intelectual, pero sí creo que tenía el genio del lenguaje y que algunas obras suyas son valiosas. Hubiera podido ser más generoso con él.
Leído en
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/21/actualidad/1469052531_479756.html
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