domingo, 30 de octubre de 2011

La primera estación. Raymundo Riva Palacio

A Ernesto Cordero lo tienen crucificado en la opinión pública.

Le gritan que no crece, y que no podrá revertir las preferencias electorales de sus adversarios, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel.

Hacen mofa de él, recordando declaraciones lamentables como aquella que como secretario de Hacienda dijo sobre los seis mil pesos con los cuales podría vivir y ahorrar una familia tipo mexicana.


Lo ven tan pequeño, que les parece inofensivo que sistemáticamente ataque y provoque al puntero en las preferencias, el priísta Enrique Peña Nieto.

Lo subestiman y lo descalifican. Lo desprecian y lo critican regularmente. Sin embargo, el análisis que realizan sobre él puede resultar totalmente equivocado.

Cordero está sometido a una crítica bajo parámetros con los que se podría medir perfectamente a un aspirante presidencial del PRI o del PRD. Ambos partidos, que nacen de la misma rama, tienen distintas métricas: su candidato tiene que conciliar fuerza interna y percepción externa, y el partido no decide democráticamente a quién desea como abanderado, sino que se depura en la cúpula cupular, y se somete a votación en población abierta quién de ellos gana. Sólo importa lo que se ve hacia afuera, pues lo que piensa la militancia de base es irrelevante; ésta recibe la instrucción de quién es elegido y acata lo que les manden.

Si Cordero aspirara la candidatura por el PRI o el PRD, estaría fuera de competencia. Pero en el PAN, la forma como se construye la candidatura presidencial es distinta. Para empezar, el método de selección no es abierto, sino cerrado. En el PAN sí importan los militantes.

El padrón lo componen aproximadamente un millón 700 mil militantes. De este total, un 30 por ciento son activos, con derechos y obligaciones, y 70 por ciento adherentes, que carecen de ellas, pero que al momento de votar por el candidato, su voto vale igual que el de los activos. El dato clave es que en este sexenio se incorporó a alrededor del 50 por ciento de los adherentes por la vía de dependencias federales, con lealtades entregadas no a los jefes políticos del partido, sino al Presidente, que es su jefe. Con esta matemática se puede alegar que Cordero llegaría a la elección interna con al menos el 50 por ciento del respaldo asegurado, que de mantenerse Creel en la contienda, haría imposible que Vázquez Mota pudiera siquiera empatarlo.


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