La definición de Andrés Manuel López Obrador como candidato de la izquierda –que será legalmente avalado por los partidos de la coalición-, debe aniquilar las expectativas que albergaban los sectores más reformistas del PRD a partir del lugar común de que el presidente Felipe Calderón tiene un desprecio existencial tan grande por el PRI, que sería capaz, si una o un candidato presidencial del PAN no creciera en las preferencias electorales, entregar su apoyo al jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
Cercanos a Ebrard hacían incluso cuentas alegres. “¿Por qué impulsará Calderón a Ernesto Cordero como su candidato?”, preguntaban a manera de premisa. “Porque Cordero es un candidato desechable y Josefina Vázquez Mota, no. Como Cordero no va a repuntar, Calderón irá en alianza con Ebrard”. La corriente de Los Chuchos, que controla el aparato burocrático del partido, incapaz de revertir la percepción que están entregados a Los Pinos, movía entretanto sus encuestas en prensa para apoyar su dicho de que Ebrard derrotaría a López Obrador.
El jefe de gobierno no daba señales de compartir los diagnósticos de alianza táctica presidencial con tufo temerario, sino todo lo contrario. Salvo en las dos últimas semanas donde Ebrard dio muestras claras de querer ganar la encuesta mediante un intenso trabajo de promoción en medios, los dos meses previos parecía haber entregado la plaza.
Dedicó horas a atender a la prensa del corazón y construir la narrativa de su romance y boda, y a realizar viajes sin mucho sentido, como el de Kuwait, vendido tramposamente como el centro financiero del Medio Oriente -cuyo pedestal le corresponde en realidad a Dubai-, y aplazar otros estratégicos, como a Washington.
¿Había perdido foco Ebrard? Mientras lucía frívolo, López Obrador se reinventaba. Cambió su discurso y matizó sus críticas. De la mano del empresario Alfonso Romo comenzó a reparar los platos que rompió en 2006 con el Grupo Monterrey, y envió al respetado consultor privado y su asesor fundamental, Rogelio Ramírez de la O, a realizar un trabajo de persuasión política a Washington. Comenzó a viajar al extranjero y a dar entrevistas en medios donde no controlaba el espacio.
Ebrard, tras escuchar el discurso de aceptación de la derrota en la encuesta que dará línea a la izquierda sobre su candidato, mostró que ni frívolo, ni desconcentrado como lucía. Probó que no come lumbre y que sigue como un político frío y calculador que no se desgastó de más. El resultado y su retórica explican por qué propuso a Nodo, que no tiene experiencia en materia electoral, como su casa encuestadora, ante Covarrubias y Asociados, puesta por López Obrador, que experiencia en ese campo le sobra.
Los resultados de la encuesta concluyen que López Obrador ganó en las preguntas donde Ebrard no tenía posibilidades –la clave es a quién prefieren de candidato-, y perdió en dos, respecto a potencial de crecimiento y negativos. El resultado y el reconocimiento de la derrota abren al jefe de gobierno la posibilidad de cobrar alto ante López Obrador, que se volcó en elogios para su adversario.
La jefatura de la campaña presidencial, la designación del candidato ebrardista en el Distrito Federal, el número uno plurinominal al Senado o el propio PRD están en su horizonte de posibilidades. Es decir, a sus 52 años, todo el futuro de la izquierda. Después de todo, López Obrador sólo quería la candidatura presidencial. El resto de posiciones, que se queden con ellas, quien así lo desee. Ebrard, un político harto racional, tendrá que optar, empujado por la circunstancia, por esa vía.
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