sábado, 26 de noviembre de 2011

Rosario Robles El delito más frecuente: la violencia de género



Un abrazo solidario a Tere
y Nico con todo mi cariño
Uno se pregunta hasta cuándo. En qué momento el delito que más se comete, el que afecta a millones de mexicanas, el que impide su pleno desarrollo y libertad, será motivo de preocupación central. Se habla mucho, pero en los hechos las mujeres son víctimas de una violencia que se expresa de múltiples maneras. Que está a la luz del día. En el mundo y en México ésta sigue siendo una realidad a la que a veces se le pone poca atención y que se sigue asumiendo por muchos como algo normal. Las encuestas registran que en nuestro país 43% de las mujeres ha sido víctima de algún tipo de violencia por parte de su pareja o en relaciones pasadas. Que en la vía pública 40% reporta que ha recibido algún tipo de agresión sexual y 92% que ha sido intimidada. Y 30% dice que ha sufrido algún tipo de acoso sexual en su trabajo. Es decir, las mujeres no estamos seguras en ningún lado. Ni en el hogar ni en la calle. Esta situación es muy grave porque lejos de ser un asunto privado, es un delito consignado en nuestra legislación y que sin embargo poco se persigue. Las instituciones no están preparadas para tratar con dignidad y respeto a las mujeres que denuncian estas prácticas y en muchas entidades del país y aún en el Código Penal Federal no se han incorporado aspectos que surgen de las recomendaciones y de los tratados internacionales que ha firmado el gobierno mexicano. El no actuar se ha traducido en muerte. De acuerdo con la investigación “Feminicidio en México”, se considera que en los últimos 25 años más de 34 mil mujeres han sido asesinadas por su condición de mujer. Muchas de estas muertes pudieron evitarse si se hubiera intervenido a tiempo. Pero no ha sido así. De hecho, si en Ciudad Juárez se hubiera puesto un freno inmediato a los homicidios de mujeres, la situación en esa ciudad fronteriza no tendría tales niveles de descomposición social. Lejos de entender el fenómeno y de asumir con plenitud lo que esta impunidad significa, el gobierno de la República pidió disculpas a los familiares de esas víctimas (porque así lo dictó la Corte Interamericana de Derechos Humanos) a través de un funcionario de menor rango y no del presidente, como debió de ser si realmente se considerara que erradicar la violencia es central en la agenda pública. Si se pensara que el homicidio de una mujer por su pareja o por su condición de género es la culminación de una cadena de impunidad y de injusticia que es necesario atajar, de la misma manera que lo es la trata de personas, esta forma de esclavitud moderna que tiene en mujeres, niñas y niños sus principales víctimas.
No obstante las cifras preocupantes, la normalización de esta violencia es pan de cada día. No se entiende que los países más seguros son aquellos que precisamente convirtieron este aspecto en un eje central de la política pública. Aquí pasa lo contrario. Hay estados en los que un hombre puede matar a una mujer para resguardar “su honor”, o en los que se castiga más a una persona por abigeato que por secuestrar o violar a una mujer. Hay códigos penales en los que un hombre puede “reparar el daño” si se casa con la jovencita que violó o privó de la libertad. No sólo. A plena luz del día se ejerce la violencia contra las mujeres y no pasa nada. Nos quedamos como simples espectadores. Se considera tan normal que se acepta que una conductora de televisión insulte, violente verbalmente, a una de sus invitadas y no hay sanción ni consecuencias. Lo mismo sucede con la agresión brutal a la ex diputada Rosario Guerra de un macho con fuero (no se le puede llamar de otra manera), que actúa con una impunidad alarmante, utilizando además el discurso habitual para justificar esta violencia: las mujeres siempre somos las culpables. Es la oportunidad de avanzar, de mandar el mensaje en el sentido correcto. La Cámara de Diputados tiene un dictamen en sus manos para empezar a corregir estos aspectos. Es tiempo de demostrar que se quiere justicia para las mujeres.
Ser… o neceser

Qué orgullo nos hacen sentir legisladoras como María Rojo. Guerrera, congruente, siempre pensando en la cultura y en la gente. Un logro más en su haber: seguridad social para artistas y creadores culturales.

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