sábado, 17 de diciembre de 2011

Leo Zuckermann - Sobre la República Amorosa de AMLO


Bill Clinton decía que, al final del día, en una campaña electoral se vende o miedo o esperanza. Todo parece indicar que dos de los tres candidatos presidenciales que estarán en la boleta tratarán de vender esperanza. Uno, Peña Nieto, lo hará proponiendo “un Estado eficaz”; el otro, López Obrador, con una República Amorosa. 


Después de perder la elección presidencial de 2006, AMLO se radicalizó con el fin de mantener el control de su base de poder: la izquierda más recalcitrante. Su discurso se tornó estridente, polarizador, como esa izquierda esperaba. Ellos versus nosotros, ricos contra pobres, los de arriba pisoteando a los abajo, una mafia codiciosa sometiendo al pueblo bueno. Y le funcionó: AMLO se mantuvo como el líder indiscutible de la izquierda mexicana lo cual, cinco años después, le aseguró ser de nuevo el candidato presidencial.

Pero ahora el reto es otro: ganar la elección de 2012. Para ello necesita moverse hacia el centro y conquistar al electorado independiente. De ahí la necesidad de un nueva estrategia y discurso político. Julio Hernández López la ha llamado como “pasteurización táctica”. Dice el columnista de La Jornada sobre el nuevo AMLO: “ha tenido a bien asignarse un preocupante perfil espiritualizado que en caso de llegar al gobierno significaría la conducción de los asuntos públicos a partir no de un programa partidista o de compromisos sociales específicamente de izquierda política sino de una suerte de cristianismo amoroso bajo exégesis tabasqueña. No es un asunto menor, por más que los fieros defensores del Estado laico frente a amenazas provenientes de otros partidos se conviertan en comprensivos y sonrientes solapadores del nuevo discurso político-religioso. Además, la fórmula para alcanzar la felicidad en México, ha dicho el predicador Andrés Manuel, consiste en ser buenos. Oremos, hermanos”.

“Ser buenos”, parece ser la propuesta de AMLO rumbo a 2012. Así lo ha dicho, con todas sus letras, en un artículo que publicó el martes pasado en La Jornada: “contribuir en la formación de mujeres y hombres buenos y felices, con la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichoso. El que tiene la conciencia tranquila duerme bien, vive contento. Debemos insistir en que hacer el bien es el principal de nuestros deberes morales. El bien es una cuestión de amor y de respeto a lo que es bueno para todos”.

Se trata, de acuerdo a AMLO, de una “manera de vivir sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”. Propone “tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor”. El lenguaje no deja duda; como dice Hernández López, es un discurso de corte religioso como si el candidato fuera un predicador.

Un misionero que admira la imagen del indígena bondadoso: “En los pueblos del México profundo se conserva aún la herencia de la gran civilización mesoamericana y existe una importante reserva de valores para regenerar la vida pública”. Para ilustrarlo, cuenta una historia: “un joven compañero de Morena olvidó su cartera en el revistero de un avión comercial y días después recibió la llamada de un campesino migrante desde un lugar de California para informarle que él había encontrado su cartera con sus datos y dinero. El campesino migrante, originario de una comunidad de Veracruz, le preguntó sobre cuánto llevaba en la cartera y una vez aclarado el asunto se la envió a su domicilio. Mi joven compañero le preguntó al migrante, que apenas hablaba bien el español, por qué lo hacía. Le contestó que sus padres le habían enseñado a hacer el bien sin mirar a quién y que si actuaba así tendría en la vida una recompensa mayor”.

AMLO propone “otros preceptos que deben ser exaltados y difundidos: el apego a la verdad, la honestidad, la justicia, la austeridad, la ternura, el cariño, la no violencia, la libertad, la dignidad, la igualdad, la fraternidad y a la verdadera legalidad. También deben incluirse valores y derechos de nuestro tiempo, como la no discriminación, la diversidad, la pluralidad y el derecho a la libre manifestación de las ideas”. Esos son los “fundamentos” de su República Amorosa. Principios que eventualmente deben convertirse en una “constitución moral” que elaborarán “especialistas en la materia, filósofos, sicólogos, sociólogos, antropólogos y a todos aquellos que tengan algo que aportar al respecto, como los ancianos venerables de las comunidades indígenas, los maestros, los padres y madres de familia, los jóvenes, los escritores, las mujeres, los empresarios, los defensores de la diversidad y de los derechos humanos, los practicantes de todas las religiones y los libre pensadores”.

Los valores de la Constitución moral de la República Amorosa serán “las bases para una convivencia futura sustentada en el amor y en hacer el bien para alcanzar la verdadera felicidad”. Eso es lo que propone el candidato presidencial de la izquierda. ¿Le funcionará para ganar? Quizá. Pero, como dice un amigo en Facebook, más que ir por la Presidencia parece que “desea ser el nuevo arzobispo primado de México”.

http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=793991

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