viernes, 9 de diciembre de 2011

Pablo Gómez - Los tres libros.


Un ejército de periodistas se ha lanzado hacia los políticos más cercanos para preguntarles sobre los tres libros que han marcado la vida de cada cual. Ninguno de ellos, hasta ahora, ha tenido la suficiente petulancia u obra escrita para responder que son los propios, ya que hacer un libro es una forma de marcarse a sí mismo, más aún cuando el número es mayor. Pero lo más interesante es que las menciones casi siempre han sido novelas o textos de ese género denominado ensayo y que yo designo con el término de sociología lírica, el cual permite decir cualquier cosa sin contar con una teoría social y fuentes originales.
No entiendo cómo una novela pueda marcar la vida de alguien, mas no descarto la posibilidad. Pero los entrevistados no han sido requeridos para ofrecer explicaciones, sino sólo títulos y autores. Como algunos se han equivocado, este ejercicio ya se convirtió en una especie de examen a título de suficiencia. Por fortuna, tal divertimento ya se agotó, pues todos traen de memoria sus tres textos con sus respectivos autores para evitar equivocaciones. Peña Nieto ha sido el provocador de tan desagradable ejercicio político emprendido por comunicadores profesionales. Ahora estamos a la espera de que se organice otro espectáculo concursal para seguir la fiesta.
La ruina del país se expresa en la manera de hacer los diálogos y de examinar a quienes aspiran a ejercer el poder político. Pero no se trata de un fin en sí mismo, sino de una forma de negar el valor de la lucha política como instrumento de la democracia. Al final, no sabemos lo que cada aspirante está proponiendo.
Como el PAN es el único partido que se encuentra en lucha interna por la candidatura las cosas tienden a ser patéticas. Las acusaciones ensombrecen las propuestas y hablar de sí mismo empobrece el debate. Hasta ahora, en esa contienda previa no hemos podido recoger nada.
Como si se tratara de un concurso deportivo o de un asunto de farándula, el público se entretiene con las puntadas y los traspiés de unos u otros aspirantes de los distintos partidos. Todos estamos contentos con el espectáculo, pero no formamos parte del mismo, con lo cual el ciudadano nomás oye pero no opina. Podemos reír pero de lo que se trata es de decidir con la mayor información pertinente.
Entre la solemnidad y la seriedad de la lucha política existe una diferencia igual que entre la tierra y el cielo. No es que la confrontación por el poder sea ajena a la ironía, sino que lo superfluo niega la realidad y, por tanto, ocupa un lugar fuera de la democracia como sistema que incluye a todos.
En el marco de la picardía, lo cierto es que debemos prepararnos para una campaña electoral llena de falsos exámenes de los candidatos. Lo que en realidad importa es el programa de cada quien, pero esto, al parecer, no llama la atención de muchos, por lo que el periodismo se convierte en una forma de poner a prueba a cada aspirante y, después, aplicar el mismo examen a los demás. ¿Qué clase de debate es ése?

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