miércoles, 7 de diciembre de 2011

Roberta Garza -¿Es bueno leer?


  • 2011-12-06•Acentos
Sería deseable que nuestros candidatos fueran personas de ideas, pero el problema no es que no lo sean, sino que encima de esto sean corruptos, hipócritas y palurdos.


Por sí mismo ni sí ni no; la lectura simple resulta de entender que hay un equivalente visual para un símbolo fonético, y ya. Pero de allí a la conversión de éstos en abstracciones mayores hay todo un trecho: en este país se aprende desde primaria que las cuatro letras que forman la palabra GATO representan, por decirlo de manera prosaica, a un animal peludo que hace miau, pero ese proceso no es demasiado complejo: la mayoría logra aplicar con cierto éxito esta habilidad básica en su vida cotidiana, como cuando la lista del súper dice: comprar comida para gato y, al final de la jornada, Micifuz vive para cenar otro día.

La poesía se ocupa del siguiente paso, metafórico y sutil, agregándole valor estético como cuando hablamos de una mirada felina por misteriosa, aviesa y seductora, y no por codiciar la grasa de tocino que quedó en el bote de la basura. Más lejos aún está el reino de las ideas complejas, que nos hace entrever, gracias a los esfuerzos de las mentes más lúcidas de la especie, uno que otro de los misterios del universo. Este registro de las eurekas humanas plasmado en cadenas de palabras para transmitirse de generación en generación es uno de los máximos logros de la humanidad, pero lo que llamamos en nuestros días leer es muy otra cosa.

Así, uno puede hojear la Biblia para entender la mitología y cosmovisión de uno de los pueblos fundacionales de Occidente, pero puede también buscar allí, en los raros pasajes donde no se comete adulterio o asesinato, una conexión con la divinidad, o simplemente uncirse al yugo de una instrucción conformista y pequeña donde la lectura queda reducida a su mínima expresión: esa que afirma con literalidad, por ejemplo, que el pecado entró al mundo por comer una manzana, dándole a quienes se asumen como únicos intérpretes autorizados del conjunto de textos que ellos mismos nombraron como sagrados la llave de sus conciencias.

Lo que extraña del más reciente peñanietazo es que cause tanto escozor, si lo realmente escalofriante hubiera sido que el de Atlacomulco citara con fluidez pasajes de, digamos, Orhan Pamuk. Al final el problema ni siquiera es éste: sin duda sería deseable que nuestros candidatos fueran personas de ideas —que aceptaran contestarle a Brozo un cuestionario cultural básico, por ejemplo, o que su bibliografía no se limitara a libros ñoños de autoayuda—, pero el problema no es que no lo sean, sino que encima de esto sean corruptos, carroñeros, mezquinos, hipócritas y palurdo.

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