viernes, 2 de diciembre de 2011

Sobreviviendo al último año por Joaquín López-Dóriga




—Parte de la locura es negarla.
—Entonces estoy loco.

Florestán
Recordando las bíblicas plagas de Egipto, Felipe Calderón inició ayer en Durango su último año de gobierno, que si para sus antecesores ha sido terrible, para los mexicanos ha sido peor.
Dio las gracias a los que le apoyan y a los que no, a Margarita, a sus hijos, a sus padres y a Dios, que vaya que vamos a necesitarlo.
Y es que el sexto año ha resultado devastador.
En 1976, el 31 de agosto, Luis Echeverría anunció la primera devaluación del peso, aquel de 12.50, y en noviembre invadió los Valles del Mayo y del Yaqui. José López Portillo volvió a devaluar en febrero de 1982, y el 1 de septiembre nacionalizó la banca, decretó el control cambiario, expropió las cuentas en dólares de los mexicanos y volvió a devaluar. Miguel de la Madrid, en 1988, perdió el control de la economía. 1987 terminó con una inflación de 160 por ciento, luego de haber aumentado gasolinas, luz, gas, teléfono y azúcar en un 90 por ciento.
En 1994 sorprendió a Carlos Salinas la irrupción armada del EZLN, a la que seguirían los grandes secuestros: Joaquín Vargas, Ángel Lozada, Alfredo Harp. El asesinato de Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo. La fuga de capitales, la pugna por el poder, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, en septiembre; su negativa a devaluar, el 20 de noviembre. Y ya en diciembre, con Ernesto Zedillo, el saqueo de las pocas divisas que quedaban hasta caer a 4 mil millones de dólares, el choque con su antecesor y la peor crisis económica de que se tenga registro en México.
Vicente Fox, en 2006, tras la maniobra del desafuero contra Andrés Manuel López Obrador y el plantón Zócalo-Reforma, heredó un clima de encono y división entre los mexicanos, sin antecedentes en el México moderno, que haría crisis en la traumática toma de posesión de Calderón, el 1 de diciembre.
No hay duda del precio que hemos pagado los mexicanos en el último año de gobierno.
Por eso hace bien Felipe Calderón en encomendarse, como se encomendó ayer, a Dios.
Espero que no lo deje solo.

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