miércoles, 7 de marzo de 2012

Los 10 textos que todo candidato deberia leer: Sergio J. Gonzalez Muñoz

Recomendacion de una forista muy querida.

El discurso es el arma política por excelencia del candidato (y del gobernante). Es el vehículo privilegiado para transmitir con claridad y alcance su mensaje, programa, valores, visión del mundo, estrategia y oferta política, entre otras cosas. A través del discurso político, el candidato (o el funcionario público) comunica por todas las vías a su disposición, a todas las audiencias posibles y con la idea de persuadir para su causa al mayor número posible de electores. Para cumplir su misión, dicen los expertos, el discurso, o mejor dicho, el buen discurso político debe prepararse, ensamblarse y pronunciarse con fundamento en ciertas reglas generales del oficio; algunas de forma y otras de contenido que, bien ejecutadas y desplegadas con precisión, revestirán al mensaje y al propio orador de solidez y congruencia, tan necesarias para navegar de mejor manera el proceloso mar de la campaña y, en su caso, el del ejercicio de gobierno.

Para esta tercera entrega de la “Biblioteca Columna Norte” revisaremos, no uno, sino dos libros y varios textos, que más que leer hay que estudiar, y que constituyen herramientas invaluables, que sumadas a la vocación y al oficio (o querer y poder), auxiliarán al candidato a redactar y/o comunicar mejores discursos. Según los iniciados en el apasionante y misterioso arte del “speech making” hay un par de textos obligatorios en la materia. Uno de ellos es ANTOLOGÍA DE LA ELOCUENCIA MEXICANA 1900-1976, de Andrés Serra Rojas, Porrúa, México, 1976. Este compendio contiene discursos de grandes personajes de la cultura y la política mexicanas. Le menciono apenas unos cuantos de ellos: Justo Sierra, Belisario Domínguez, Antonio Caso, José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín, Jaime Torres Bodet, Vicente Lombardo Toledano, Efraín González Luna, Antonio Carrillo Flores, Manuel Moreno Sánchez, Adolfo López Mateos, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.

Otro es LEND ME YOUR EARS (Préstame tus oídos), de William Safire, Editorial W.W. Norton and Company, Nueva York, 2004, que cuenta por igual con textos de Pericles, Cicerón, Catilina, Marco Antonio, Job, Sócrates, Buda y Demóstenes, que de Mark Twain, MacArthur, Washington, Thatcher, Isaac Rabin, Nehru, Nixon, Orson Welles, Gandhi, Fidel Castro, Enrique VIII, Lou Gherig, Faulkner, Edgar Allan Poe, Lord Byron, Malcolm X, Jefferson, Salman Rushdie, Bill Clinton, Burke, Marx, Kruschev, De Gaulle, Gorbachev y un largo etcétera. De este libro conviene destacar un texto introductorio en el que el recopilador (y reconocido redactor de discursos) ofrece lineamientos muy útiles para configurar un catálogo de formas y contenidos que todo gran discurso debe observar. Por razones de espacio, hoy le presento las primeras cuatro de las reglas apuntadas. El resto las comentaré en entrega posterior.

Primera. Reconoce y agradece a tu audiencia y preséntate con ella. No des inicio con la médula de tu mensaje; ofrécele con tus primeras palabras una especie de apretón de manos verbal.

Segunda. Toda gran pieza de oratoria demanda organización (orden); estructura en otras palabras, también conocida como anatomía temática. Esta regla es de las imprescindibles. Entre los buenos redactores de discursos y los grandes oradores el mantra es sencillo y reza “Diles lo que vas a decirles, después diles y luego diles lo que les dijiste.”

Tercera. Todo buen discurso necesita una cadencia o ritmo que lo haga asequible, que logre acercar al orador y al público en una suerte de danza que contribuya a sedimentar en el ánimo de la audiencia lo esencial del mensaje. Para lograrlo, los especialistas acuden a la anáfora, figura retórica consistente en una repetición de ciertos elementos.

Le doy dos ejemplos, ambos de uno de los más elocuentes discursos de la historia política mexicana. Se trata de Benito Juárez en una elegía sobre Miguel Hidalgo, del 16 de septiembre de 1840 con motivo del aniversario de la Independencia nacional: “El día 16 de septiembre de 1810 es para nosotros del más feliz y grato recuerdo. En él rayó la aurora de nuestra preciosa libertad. En él recibió el león castellano una herida mortal, que más adelante lo obligó a saltar la presa. En él la Providencia divina fijó al monarca español el hasta aquí de su poder, dando al pueblo azteca un nuevo Moisés que lo había de salvar del cautiverio. En él los mexicanos volvieron del letargo profundo en que yacían y se resolvieron a vengar el honor ultrajado de su patria.” Más adelante: “Entonces no habrá sido estéril el sacrificio de que su vida hiciera el hombre singular…Entonces nos temerán nuestros enemigos… Entonces la paz y la concordia reinará entre nosotros…”.

Cuarta. Asir la ocasión: hay que reconocer el momento en el que se articula el discurso. Puede tratarse de tomar el liderazgo (o cederlo) en un momento de crisis; puede haberse ganado (o perdido) la elección o darse una coyuntura en que la nación entera está hambrienta de esperanza, información o certidumbre. Es menester una aguda sensibilidad social y empatía para identificar una circunstancia que demanda de un mensaje político de altura a cargo de un orador-estadista.

Aquí hay que citar varios discursos norteamericanos; el primero y el tercero, por cierto, cargados de anáfora: El 19 de noviembre de 1863 el Presidente Abraham Lincoln dedicó (inauguró) el Cementerio Nacional Militar de Gettysburg, luego de una sangrienta batalla en la que murieron cerca de ocho mil soldados de ambos bandos y que aceleró la conclusión de la Guerra Civil norteamericana, conflicto que en los hechos partió en dos el país de Washington: "…que esta nación, bajo Dios, tendrá un nuevo nacimiento en la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”. En su toma de posesión como Presidente, el 19 de enero de 1961, John F. Kennedy afirmó en plena guerra fría: “Así, conciudadanos, no pregunten qué puede hacer su país por Ustedes. Pregúntense qué pueden hacer Ustedes por su país.” En tercer lugar, el famoso “Yo tengo un sueño” del reverendo Martin Luther King del 28 de agosto de 1963, sobre los derechos civiles y la igualdad racial en su país: “Tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo… que todos los hombres son creados iguales…Tengo un sueño que algún día…los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de sus antiguos propietarios, puedan sentarse juntos en la mesa de la hermandad…tengo un sueño que aún el estado de Mississippi se transformará en un oasis de libertad y justicia…. Tengo un sueño que mis 4 hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.

Si estos tres casos no son paradigmáticos de la cuarta regla, entonces no sé cuál lo sea. Como puede percatarse el lector avispado, una buena pieza retórica puede inspirar a los escuchas, motivar a sus seguidores, informar a los electores reclutando nuevos adeptos, o convencer a sus contrincantes de que puede ganar y sabrá gobernar; una excelente pieza, en cambio, puede lograr todo eso pero además inclinar una contienda electoral competida o definir o retomar el rumbo de la patria. Ninguno de estos empeños es menor; son fundamentales en la lucha por el acceso al poder y en cotidiano ejercicio de la función pública.

COLUMNA NORTE agradece a sus lectores el interés mostrado por esta serie. Sus comentarios y sugerencias me obligan a estudiar más y escribir mejor. Muy agradecido. Nos leemos el siguiente lunes.

sergioj@gonzalezmunoz.com Twitter: @sergioj_glezm

Leido en : http://www.gurupolitico.com/2011/08/columna-norte-los-10-textos-que-todo_08.html#.T1VJKYxmPPA.twitter

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