lunes, 16 de abril de 2012

San Juana Martínez - ¿Taxistas o halcones?

Vivir en territorio narco significa asumir la transformación del tejido social.

En el Norte de México, el tejido social ya forma parte del crimen organizado. Hay territorios en poder del narco y allí las amas de casa componen la red del narcomenudeo, los niños forman el comando de información, los padres de familia transportan la droga, los tenderos en lugar de vender su mercancía ofrecen estupefacientes… y los taxistas son halcones.

Después de casi seis años del gobierno de Felipe Calderón, la configuración del nuevo espectro social del narcotráfico se ha ido desarrollando poco a poco, como si fuera una metástasis de un cáncer que infecta paulatinamente el territorio nacional. No es fácil asumir la transformación del entorno cotidiano, ni tampoco asumir los roles del narco; pero el hambre, la marginación y el desempleo ayudan a la creación de los nuevos comandos sociales en apoyo a una actividad comercial cada vez más próspera que incrementa considerablemente los niveles de vida.

Calderón fracasó en el combate a la pobreza, en cambio, el narco se encargo de ofrecer “bienestar” a millones de mexicanos. Calderón generó millones de desempleados, el narco ofreció trabajo a miles de ellos; Calderón creó 5 millones más de pobres alimentarios, el narco dio de comer a miles; con Calderón hubo un retroceso de 16 años en el combate a la pobreza, con el narco la prosperidad se traduce en nuevas carreteras, productividad del campo, empleo bien remunerado, deshago del gasto diario…

Resulta terrible, pero es la realidad. El que no quiera verla que siga con la venda en los ojos. El narco ha suplantado al Estado en cientos de poblaciones. Y sus programas “sociales” superan a los apoyos paupérrimos de Sedesol, Oportunidades y Vivir Mejor. El narco ha aprovechado la extrema pobreza para reclutar familias de mexicanos, para integrar ejércitos de pobres a sus filas y seducir a millones de desamparados.

La actividad “productiva” del narco se extiende rápidamente en un campo sumamente fértil, el de la miseria. “El narco nos beneficia a todos”, me dice un taxista sin ambages. “Mientras envenenen a los negros, nosotros contentos”. Cuando le pregunto a qué “negros” se refiere, contesta: “A los negros, a los gringos… la droga va para Estados Unidos”.

Le explico que eso era antes, que ahora las calles de las colonias populares están llenas de narcomenudistas y de jóvenes mexicanos consumiendo. Se ríe sarcásticamente y dice: “esos son algunos locos, los buenos saben que sólo hay que vender, no consumir”.

En el engranaje de la multinacional de las drogas, bajo el nombre de los Zetas, el Cártel del Golfo, la Familia Michoacana, los Beltrán Leyva, el Cártel de Sinaloa, la Mano con Ojos… etcétera, etcétera… hay muchas piezas claves.

Una de ellas es el comando de información compuesto por halcones. Los halcones tienen una función primordial: son los que avisan de la presencia de policías, militares, marinos… El halconeo se esconde generalmente en otra actividad productiva. Hay policías, militares y hasta marinos halcones.

Pero en el devenir cotidiano la estructura simple está compuesta por gente situada de manera estratégica en las calles para alertar de la presencia del “enemigo”. Los cárteles se han dado cuenta de que los taxistas resultan ser unos estupendos halcones. Su trabajo les permite situarse en puntos clave para ver la entrada o salida de vehículos en los territorios dominados por el narco. Su trabajo es fundamental a la hora del trasiego de la droga, del narcomenudeo, los secuestros, atracos y asesinatos. La inversión es mínima. Al taxista elegido le entregan un Nextel y de 3000 a 5000 pesos semanales.

El narco no sólo ha contactado de manera individual a los trabajadores del volante, se ha encargado de corromper a las centrales obreras que los controlan. Flotillas enteras trabajan para el narco. De tal manera que la disyuntiva plata o plomo funciona. ¿Qué pasa cuando un taxista se niega a ser halcón? Lo matan o le quitan el empleo. ¿Que pasa cuando un taxista “pirata”, es decir, sin filiación sindical, intenta sobrevivir en cualquier parte?… Lo matan.

Sus mismos compañeros se encargan de denunciarlos. Así funciona la ley de la selva, esas son las reglas en el México de Felipe Calderón. En el último año, 25 taxistas han sido asesinados en Nuevo León y decenas más en el resto del país. Las últimas masacres ocurrieron la semana pasada en dos paradas de taxis ubicadas en el municipio de Guadalupe y el hallazgo de cinco taxistas decapitados en Acapulco, Guerrero. “El problema es que ahora todos los taxistas estamos señalados como halcones”, me dice con pena Jesús Víctor Llano Cobos que durante toda su vida ha sido taxista.

El 23 de junio del año pasado, la Marina secuestró a su hijo Jesús Víctor Llano Muñoz de 23 años. Un comando de la Armada de México llegó hasta la parada de taxis ubicada en la Carretera Nacional y Cuauhtémoc, en el municipio de Sabinas Hidalgo, Nuevo León y se lo llevó.

Cinco días después, los marinos también desaparecieron a su compañero taxista René Azael Jasso Maldonado a quien sacaron de su domicilio por la madrugada. Don Jesús Víctor sigue siendo un taxista honrado como muchos otros. Sufre la ausencia de su hijo. El cura de su congregación “tuvo visiones” y le dijo que otros taxistas piratas los denunciaron por venganza, acusándoles de halconeo y por eso a su hijo y otro de sus trabajadores los desapareció la Marina. “Ahora resulta que ser taxista es ser halcón. ¡Imagínese!…

Estamos bien amolados. Es como si estuviéramos entre dos fuegos. La autoridad que desaparece taxistas y el crimen organizado que quiere reclutarlos o los mata”.

Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/16-04-2012/6272. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX

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