En cuestiones de criterio nadie se equivoca, pero, en mi subjetiva (inevitablemente) opinión, en el debate del debate de presidenciables que condujo anoche Ciro Gómez Leyva en MILENIO Televisión, Juan Ignacio Zavala y Epigmenio Ibarra erraron crasamente al suponer, el panista, que ganó Josefina Vázquez Mota y, el lopezobradorista, que quien se impuso es Andrés Manuel López Obrador.
La ex perredista Rosario Robles, simpatizante de Enrique Peña Nieto, tuvo el pudor de aventurar que los tres candidatos mantuvieron su lugar en el índice de preferencias; Carlos Puig arriesgó que el priista perderá dos o tres puntos, y Álvaro Cueva dio en el blanco al resaltar que el espectáculo tuvo su mejor momento en la fugaz aparición de una edecán escultural y desbordada.
Ciro, como era de esperarse, hizo un irreprochable trabajo de conducción periodística no solamente por dejarnos hablar a todos, sino por asegurarse de tener a Josefina y Enrique en un oportuno enlace remoto y comentar que López Obrador, desdeñoso de los medios, prefirió irse de inmediato a la Plaza de la Constitución para encabezar un mitin con los suyos.
Si se atiende a lo escuchado y visto en radio y televisión, el ganador indiscutible del debate fue Gabriel Quadri, el condenado de antemano a quedar en último lugar y a quien de su destino fatal no lo salvará ni siquiera la milagrería que Vicente Fox invocó para Josefina (propositivo, sólido y seguro).
Para atacar a Peña Nieto, Vázquez Mota cometió la imprudencia de citar lo que considera “el misterio” del… ¡caso Paulette!
Ignora por lo visto que para esclarecerlo (y en apoyo de la Procuraduría mexiquense), intervinieron expertos de varias instituciones de enseñanza superior, de manera sobresaliente de la UNAM; la procuraduría del DF y peritos de la General de la República (del gobierno de su correligionario Felipe Calderón). Qué bueno, cabe acotar, que no recurrió a la patraña de los “varios Aburto” para cobrarle a su adversario el asesinato de Colosio, ni resucitara el embuste de la viejita zongoliqueña dizque “violada y asesinada por soldados” o el “crimen de Estado” que muchos desinformados vieron en el suicidio de Digna Ochoa.
López Obrador poco pudo emocionar a los electores indecisos con la vacilada de que Antonio López de Santa Anna era el candidato recurrente de la prensa del siglo XIX. ¿Sabrá que el dictador (tomó el poder ¡en 11 ocasiones!) jugaba lo mismo para los liberales que los conservadores?
Mal, también, que quisiera entusiasmar a los votantes con el recordatorio de que piensa en el ex rector Juan Ramón de la Fuente para secretario de Educación, en Marcelo Ebrard para Gobernación, y en el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas para dirigir Pemex (¿no sería más lógico, deperdis, para la Secretaría de Energía? ¿Habrá que agradecerle que no lo imagine subdirector de Pemex Refinación?).
Peña supo capotear la embestida de la dupla espurios y legítimos.
La producción televisiva, finalmente, fue un bodrio que ni los hacedores de los peores programas de la televisión comercial habrían hecho.
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