Inoculado por los desplantes de
quienes reiteradamente han retado al Estado y sus leyes, el primer
debate presidencial del 2012 ha colocado la campaña electoral en un
punto muerto. Ataques sin sorpresa, candidatos en deuda, sabor a
decepción.
Por primera vez, el candidato puntero Enrique Peña fue exigido y
exhibido. Asumió su defensa, a su modo y con sus limitaciones. Ensayó,
estudió, y sometido a una disciplina de la que sus propios
correligionarios se han sorprendido, logró memorizar frases simples y
conceptos básicos. ¿Fue suficiente para librar el debate? Sí para
aguantar pegado a las cuerdas las andanadas a cuatro manos muy a pesar
de su ayudante Quadri, empeñado en quitar los golpes al priista.
No para convencer de la solidez de su candidatura y de su perspectiva
como estadista. Peña sigue siendo limitado, apegado a la imagen y
despegado de la palabra articulada cuando es mayor al tiempo de duración
de un spot. No preocupa tanto un debate televisado para el que tuvo
tiempo de entrenamiento, maquillaje y una asesora agresiva para el
entrenamiento mediático. Preocupa por su posible desempeño como
estadista, obligado a encuentros cara a cara con otros mandatarios o
para no ir tan lejos, preocupa por la falta de destreza, capacidad de
respuesta y conocimiento para discutir con los jefes de los poderes
fácticos tan dados ahora a intentar controlar y/o descarrilar los
procesos democráticos.
Peña decidió bajarse al terreno de los golpes. Dio y recibió. Pasar
lista de asistencia a la diputada Josefina o aventar el bejaranazo no es
suficiente. Puede jactarse, sin duda, que libró el episodio más
importante de la campaña. Perdió menos de lo que se esperaba.
Josefina Vázquez Mota tuvo un aceptable desempeño en la articulación de
propuestas y la combinación de críticas. Emparejó con ello sus
dificultades para superar su rigidez de facciones, su monotonía en la
voz, su sonrisa congelada. Pero, a pesar de todo, no superó la pose, la
artificialidad de su imagen.
La confianza en que no sería atacada dada su condición de mujer no
contaba con la decisión de Peña de atizarle insistentemente por sus
inasistencias en la Cámara de Diputados, asunto este menor si se compara
con el universo de la indisciplina, la impuntualidad y la displicencia
que reina entre los legisladores.
Golpeó incesante sobre el mal gobierno de Peña en el Estado de México y
quedó a la mitad en el caso Paulette. Josefina tiene el lastre de la
desolación por la violencia y de la inatacada corrupción en los
gobiernos panistas. No tomó distancia, ni un ápice, de ello. Su
desempeño le alcanzó para no caerse pero no necesariamente para
catapultarse.
Andrés Manuel López Obrador, fiel a su estilo, decidió mandar al diablo
las preguntas y tomó su ruta, su discurso, su tozudez. Cambio la plaza
por el set televisivo siempre con el mismo discurso. Lo que dice en la
calle lo repite en la televisión.
Dedicó la segunda ronda a colocar a Peña al lado de Montiel, de Salinas y
de Diego Fernández de Cevallos. Dio su mejor estacazo cuando Peña le
lanzó una recta floja al reclamarle la corrupción de Bejarano. AMLO
bateó con soltura al decir que él sí llevó a la cárcel a Ponce y
Bejarano y Peña tiene a Montiel todavía como acompañante.
El tabasqueño confió en su discurso y desdeñó el formato. Llevó el álbum
fotográfico y la carga de la ira. No antepuso el discurso de
reconciliación que algunos puntos le ha otorgado y de pronto el amoroso
pareció rencoroso.
Cumplió su objetivo: se diferenció. ¿Le alcanza eso para convencer más
allá de los suyos? Quizás los televidentes esperaban de López Obrador la
certeza de su nuevo discurso acompañado de respuestas directas a las
preguntas pactadas.
Gabriel Quadri decidió ir por las migajas y salió con una caja de pan.
Actuó como niño sabio, como patiño y como porro, en estricto orden de
aparición. Era previsible que tuviera un desempeño articulado, de cifras
exactas, de propuestas armadas. Su vida de académico, combinada con su
aspecto desenfadado y su discurso antipolítico granjeó simpatías. Sabe y
critica. Pide respeto a los políticos aunque se comporte igual -o peor-
que ellos. Fue patiño y masajista. También porro. Le puso la vaselina
en las cejas a Peña, se aventó de las cuerdas para dar los botellazos a
López Obrador y fue el único que no tocó al mexiquense. Confirmación de
la intocabilidad de la Maestra y de la alianza superviviente entre Peña y
Elba Esther. Con Peña no te metas.
Habló de su simpatía porque los segundos pisos los construyan empresas
privadas. Obviamente, no habló de cómo, hace unos años, sus allegados
realizaban estudios de impacto ecológico para beneficiar a empresas
interesadas en la inversión de la supervía del Periférico en el DF, en
los típicos arreglos corruptos de los políticos con la IP que tanto
desdeña. Quadri ganó con su presentación en cámaras como ganan siempre
los "pequeños" en estas comparecencias.
Un debate en punto muerto que estimula la duda y la decepción
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/656/1311079/default.shtm
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