Juan Villoro |
Agustín atesoró la escena y no dejó de incluirla en sus Confesiones: “Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua [...] Yo entiendo que leía de ese modo para conservar la voz [...] En todo caso, el propósito de aquel hombre era bueno”.
Durante siglos, la escritura no eliminó la oralidad. Entender la letra significaba pronunciarla. Aunque se tratara de un acto individual, el texto se recitaba; requería de sonido para suceder. San Agustín fue testigo el viraje cultural que se fraguaba en el siglo IV.
Después de Gutenberg, los libros impresos facilitarían leer al modo de San Ambrosio.
A partir de entonces la lectura ha representado el vínculo secreto entre dos mentes. De manera significativa, el libro electrónico comienza a alterar esta costumbre. En un interesante artículo publicado en el Wall Street Journal, Alexandra Alter reflexiona sobre las consecuencias de leer descargas en Amazon o Google.
Por primera vez los editores disponen de pistas sobre la forma concreta en que los libros son utilizados. Pueden saber en cuántas horas se lee un texto, cuántas veces se interrumpe, qué otros libros se leen entretanto, qué pasajes se saltan, qué frases llaman la atención y merecen subrayado luminoso.
Los hábitos de los lectores se precisan con tal detalle que se teme una nueva invasión de la privacidad. Al mismo tiempo, esto despierta el interés de los autores. Todos sentimos curiosidad por descubrir el modo en que somos leídos.
Si subes al Metro y ves que alguien lleva un libro tuyo, te acercas sigilosamente y estudias sus reacciones. ¿Se quedará dormido o se reirá con el chiste que -según calculas- está en esa página? Como el destino es inclemente, ese hipotético lector se baja en la siguiente estación y te quedas con la duda.
No sabemos quién nos lee y controlamos con discreción lo que leemos (si un periodista pregunta qué libro tienes en el buró, mencionas La Eneida para no tener que explicar por qué estás leyendo la biografía del Pibe Valderrama).
A veces, ocultar la lectura es cuestión de supervivencia.
Un amigo chileno me contó que después del golpe de Estado de Pinochet, forró un libro para leerlo en público (era un estudio sobre el cubismo, pero temía que los militares pensaran que trataba de la revolución cubana).
Gracias a Kindle es posible detectar no sólo el título de la obra sino qué pasajes interesan más. Leer una escena erótica ya no es un acto íntimo sino algo que detecta una máquina, circunstancia típica de una época en que Google Earth supervisa el nudismo de azotea.
No todos los datos que aportan las descargas son novedosos. En los primeros meses de lectura electrónica se ha “descubierto” que los lectores de no ficción leen a saltos y los de novela lo hacen de principio a fin, que los de ciencia ficción son más veloces y los literarios más exigentes y proclives a abandonar el libro.
La frase más subrayada pertenece a la novela de moda Los juegos del hambre: “A veces las cosas importantes le suceden a la gente que no está preparada para lidiar con ellas”. Bien mirada, la expresión define nuestra extrañeza ante la tecnología.
Una paradoja esencial de los inventos es que recuperan atavismos. La segunda frase más subrayada plantea una situación que muchos juzgarían superada. Se trata del comienzo de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen: “Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna deba estar en busca de una esposa”.
La ilusión de mezclar el dinero con el matrimonio no sólo tiene vigencia en las telenovelas.
Los libros electrónicos leen a sus lectores. Aún es difícil detectar reacciones psicológicas o estéticas, pero no sería raro que en el futuro se midiera el impacto emocional de un personaje o una metáfora.
¿Llegaremos a la satisfacción vicaria de sentir que un libro nos lee mejor que otro?
Por el momento ya hay libros interactivos. En ciertas novelas policiacas es posible descartar culpables para contribuir al desenlace y en novelas románticas se puede escoger al novio de la protagonista.
De acuerdo con Italo Calvino, el libro es la única parte de la casa donde podemos estar a solas. Esto comienza a cambiar. ¿Comprometeremos la sinceridad de nuestras reacciones al saber que dejan huella o admitiremos la lectura como una práctica semipública? El hábito de leer no se modificaba tanto desde el siglo IV.
La asombrosa introspección que San Agustín observó en San Ambrosio perdura en los libros impresos. El e-book pertenece a una comunidad. Dejamos un rastro luminoso que puede tener testigos. Mientras leemos, alguien lejano nos descifra.
Leído en: http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=103932
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