Rafael Loret de Mola |
Desde luego, no justificamos los excesos pecuniarios de la campaña ni, mucho menos, la distribución de tarjetas de débito para comprar en Soriana –empresa que también debería ser sancionada luego de su precaria defensa-, ni, desde luego, la distribución directa de dinero en efectivo a cambio de boletas en blanco, las de las casillas. Lo inexplicable, para el IFE, es cómo pueden tener en sus manos las falsificaciones los usureros electorales. Por aquí deberíamos comenzar.
Ahora si hablamos de fraude –un término que estremece porque nos remite al indecoro de 2006 con consecuencias funestas durante todo el sexenio en curso, incluyendo la pérdida de autoridad moral del presidente y su vulnerabilidad ante las mafias del crimen y los mandos castrenses-, tal deplorable hecho comenzó no con los compradores de sufragios sino con la incapacidad del mayor quejoso, Andrés Manuel López Obrador, para cumplir con su propia palabra empeñada: asignar en todas las mesas electorales a un representante suyo...¡y eso que tenía a tres partidos detrás! Según los registros sólo pudo cubrir el 51 por ciento de las casillas, poco más de la mitad de las 143 mil instaladas, y con ello abrió verdaderamente, sobre todo en los lugares alejados de los núcleos urbanos, un tremendo boquete para propiciar el asalto de los votos. ¿Y de esto no rendirá explicaciones quien cree que su palabra es absoluta porque sus consejeros –algunos de ellos se dicen intelectuales- no se atreven a contradecirlo como si se tratara de un icono religioso sin nicho. Esta deificación gratuita e insostenible, es también uno de los grandes fraudes cometidos contra una población a la que le urgen líderes no falsos redentores, mentirosos además.
Este talante de Andrés Manuel, en quien tantos creímos hace años –de haberse mantenido en la sensatez estamos ciertos de que ya hubiera ganado la Presidencia-, es lo que lo lleva a lanzarse contra la prensa, es decir contra cualquiera que tenga una opinión distinta a la suya, por el solo hecho de hacerle preguntas incómodas que considera parte de la conjura en su contra. Todos deberíamos ser disciplinados y encumbrarlo como un personaje intocable. Un amigo de esta columna, a manera de broma con visos de certidumbre, me dijo con sorna:
--Andrés Manuel podría ser un buen presidente después de veinte años en el poder; porque éste llega y no se va.
El severo cuestionamiento pone en duda la condición de demócrata del personaje quien, aunque haya suscrito que no se reelegiría, no tendría razones para no proponer las reformas convenientes para convertirse en el “corazón –canceroso- de la patria”, como se hace llamar ya el venezolano Hugo Chávez. Recordemos a su “Alteza Serenísima” que mutiló el territorio nacional para salvarse de las manos de sus vencedores norteños tras la pírrica victoria de El Álamo, un motivo de satisfacción –aunque brutalmente sangriento con todo y la leyenda de David Crocket- para un pueblo mexicano siempre avasallado por los poderosos vecinos. Por los términos allí vamos: “es un honor estar con Obrador”, le gritan fervientemente sus incondicionales que están listos incluso a blindarlo durante las conferencias de prensa en las que se ofende a los representantes de los medios. ¿Y si ya fuera presidente qué cabría esperar de él en su relación con los críticos? Sólo la reaparición de las guillotinas, aunque haya prometido respeto. Otra de sus falacias.
Lo expresó el multipartidista Manuel Camacho Solís –el mayor saltarín de la historia, superando ya a Porfirio Muñoz Ledo, a quienes sólo les falta dirigir partidos que lleven sus nombres para sentir que han hecho historia, ahora incondicional de López Obrador y electo senador de la República para pasar factura, ante las pantallas de televisión, concretamente de Milenio, en donde dijo que esta empresa había atizado el fuego y, por ende, justificó el linchamiento contra sus reporteros y reporteras en una postura de absoluta concreción fascista. En mis años en el periodismo, jamás había escuchado tal falacia contra quienes ejercen como comunicadores, cada uno peor en el sentido de su crítica. Ya hemos señalado que no todos son monedita de oro y que los mercenarios han tomado importantes tribunas; pero la sanción debe darla la opinión pública, con el voto cotidiano de su lectura o su rechazo, y no un líder olítico con capacidad de manejar, a su antojo, a las masas enfebrecidas y a los jóvenes poco ninstruidos que ya se sienten redentores de la democracia porque saben conectarse por twitter.
Lo inadmisible, en todo caso, es la advertencia que mermas la libertad de expresión y tal es loo que hizo el longevo Camacho –en ese renglón, sí, sólo superado por Porfirio-, al intentar incendiar, el terrenos de la televisora citada, a los medios de comunicación en una especie de llamado a la revancha. ¿Por las encuestas? No, sino porque, según todos ellos, no hubo equidad en la contienda. ¿No la hubo? Pues que sepamos López Obrador contó con mayor cobertura masiva que sus adversarios –lo vimos hasta en la sopa-, y tampoco escatimó gastos, especialmente en el Distrito Federal, en donde arrollaron sus candidatos con enorme ventaja y gran reparto de canastas navideñas adelantadas. ¿O vga a negar que él no incurrió en la misma falta que adjudica a sus adversarios?
En 2006, este columnista descubrió en las zonas rurales de San Miguel de Allende, a cientos de panistas comprando votos con la misma metodología que ahora usaron los priístas en el Estado de México y otras entidades. Todos han usado las mismas fórmulas, por desgracia, y son por ello pecadores reincidentes. Por ello, no se vale sólo señalar a quien venció dejándose llevar por estas truculencias que, en definitiva, se dieron antes de los escrutinios y no después. El “voto por voto” no descubrirá el hilo negro, sólo restará respeto en el exterior para avanzar por la senda del “estado fallido”.
Debate
¿Deberíamos cruzarnos de brazos ante los excesos cometidos, la compraventa de votos y el exceso de gastos, sobre todo? Desde luego que no. La cuestión, en todo caso, es porque estos vicios nos revientan durante las jornadas electorales y nadie se ocupa de encontrar mecanismos para contrarestarlos en los años intermedios. ¿No es para eso que sirve el Congreso con sus iniciativas?¿Y el presidente de la República?
Durante seis años, este columnista y otros, muy pocos por cierto, insistimos en la necesidad de prever estas condiciones mientras las rebatiñas entre el Legislativo y el Ejecutivo no cesaban, paralizando al país en su conjunto. ¿Quién entonces tiene autoridad moral para quejarse de los vicios que no fueron capaces de atajar, conociéndolos?¿O acaso esta es la estrategia para desestabilizar al país, con las protestas iracundas, y posibilitar la tutela –por no llamarla invasión- de las potencias deseosas de evitar el “estado fallido” e imponer nsu orden a rajatabla bajo pretexto de que los criminales han ganado el territorio nacional?
En este sentido, insisto, el fraude comenzó cuando el PRD, el PT y Movimiento Ciudadano, contrariando la promesa central de Andrés Manuel, no fueron capaces de andar representantes a la mitad de las casillas abiertas. ¿Es ésta la manera de defender los más de quince millones de sufragios a favor de las “izquierdas”?
Por esta interrogante deberían comenzar quienes asaltan a los medios, los señalan como merecedores de la hoguera, al puro estilo de Torquemada –como bauticé a Manuel Bartlett, cooptado por López Obrador y vencido en Puebla en donde ya lo conocen de sobra-, dispuestos a instalar su propia y severa Inquisición. (Por cierto, ahora que Bartlett tocó el polvo del fracaso, reitero mi disposición a debatir con él sobre todo su turbio pasado... aunque el olfato de Andrés Manuel sea muy corto).
¿Ganó México? Es el punto de vista de los ganadores. Y en algo tienen razón: salimos bien de un berenjenal a pesar de los vicios reconocidos. No nos hundamos de nuevo.
La Anécdota
Quien prende la hoguera contra el periodismo –incluso el malsano que busca maridajes con el poder público- acaba con las manos quemados. Esto debieran saberlo Andrés Manuel y sus corifeos. ¿O acaso esperan que nos reiremos para que sólo quede, como en las naciones autoritarias, una gaceta oficial impregnada de lugares comunes al igual que de loas al gobernante impoluto?
Este columnista, por fortuna, perdió la gracia de López Obrador cuando conté la historia del asesinato imprudencial de su hermano José Ramón, a quien NADIE le hay dado seguimiento. Me topé con un dilema de conciencia y opté por cumplir con mi vocación. Por ello, quizá, merezco ser reo de la persecución... si los fascistas se imponen.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/elrecuentodeamloelverdaderoagravio-1324296-columna.html
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