lunes, 20 de agosto de 2012

Jordi Soler - La bella durmiente del trópico


Jordi Soler
(1963)


La bella durmiente del trópico

Hace muchos años la reina de un lejano reino tropical, lleno de micos, alimañas y vida en general exótica y exacerbada, se enteró de que tendría una niña porque se lo dijo un sapo, un sapo verde y gordo que saltó de la bañera en la que su majestad se refrescaba y pensaba que llevaba años deseando dar a luz una niña.



Y la cosa fue como el sapo la predijo, nació la niña y los reyes organizaron una gran fiesta a la que asistieron todas las personas del reino más las hadas que ahí vivían y que, como corresponde a las criaturas de su especie, fueron regalándole a la niña dones maravillosos como la virtud, la belleza, la riqueza.
Y así fueron pasando hasta que una de las hadas, molesta por ser la única que no había sido formalmente invitada, dijo frente a sus majestades y al pie de la cuna de la princesa recién nacida: “la hija del rey se pinchará a los quince años con un huso y morirá”. El hada que venía detrás, con el ánimo de atenuar el maleficio, se precipitó frente a la niña y dijo: “No morirá, pero caerá en un profundo sueño que le durará cien años”.
Una vez terminada la ceremonia el rey, queriendo anular por la fuerza aquello que era una sutileza del más allá, ordenó que se quemaran todos los husos del reino y entonces, durante los siguientes quince años, que era el tiempo que faltaba para que la princesa cayera irremediablemente dormida, la gente fue quedándose sin botones y con la ropa sin remendar pues no había husos para arreglar nada, ni el agujero de un calcetín, ni manera de pespuntear una solapa, y como aquel era un reino tropical, con temperaturas calurosas todo el año, la gente empezó a pasar de la ropa, desechó las capas y las crinolinas y adoptó por decreto real los corpiños y los taparrabos.
A los quince años contados la princesa, que era una joven hermosa y rubia como las princesas de los cuentos, subió a una de las torres del castillo y ahí encontró un huso, el único que había escapado de la hoguera promovida por su padre el rey y, justamente como lo había vaticinado tres lustros atrás el hada, se pinchó un dedo y se quedó profundamente dormida.
El sueño de la princesa se extendió a todos los habitantes del reino que, en cuestión de minutos, fueron quedándose también dormidos.
Pasaron los años y el reino completo fue cubriéndose de esa vegetación exótica y exacerbada que caracteriza al trópico y sus habitantes, que se habían quedado dormidos en donde el sueño los había encontrado. Comenzaron a sufrir, naturalmente, los estragos del tiempo, y al cabo de cien años un príncipe que andaba triscando por ahí, descubrió que había un castillo sepultado por la selva y en una de sus torres encontró el cuerpo dormido de una mujer, que un siglo atrás debía haber sido muy bella, pero que ya para entonces era un lío de greñas, lianas, humedades y corrigüelas, que inspiraba una mezcla de terror y piedad y desde luego ningún deseo de darle un beso.


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