lunes, 20 de agosto de 2012

Rafael Loret de Mola - México en barata

Rafael Loret de Mola
En el exterior la publicidad sobre México, la que deviene de los informativos y editoriales, es permanentemente negativa. La cara amable es la de la demagogia, como la generosa derrama en la Expo de Zaragoza que sirvió de marco a Felipe Calderón durante uno de sus periplos por España con la inquietud de difundir un mensaje sobre los equilibrios y la normalidad de una nación atenaceada por la violencia, la inseguridad social, el narcotráfico, la industria de los secuestros y la pérdida sustantiva del poder adquisitivo general. Y eso sin considerar las recurrentes catástrofes naturales al paso de los huracanes y con el estruendo de los terremotos.



El diario madrileño ABC empeñado en erosionar la imagen del antiguo gobierno socialista como premisa toral de sus cuadros editoriales, subtituló un reportaje sobre nuestro país con la siguiente, devastadora leyenda: “En el DF hay que pasear con mil ojos frente a los peligros que acechan en unas calzadas en las que cada vecino hace lo que le da la real gana sin que nadie se moleste por poner un mínimo de orden”. Una sentencia lapidaria que, por supuesto, inhibe cualquier propósito de acercarse a territorio tal bajo el peso de una anarquía creciente, asfixiante diríamos.

Lo curioso del asunto es la mutación de responsabilidades: La sociedad, en su conjunto, es la que aparece como primera responsable del caos y ya no el gobierno ni la delincuencia organizada. El “cada vecino” plantea la infección del tejido social como causa de una idiosincrasia fundamentada en el abandono, la desidia y el conformismo. Por ello, claro, quienes deambulan por las rúas “en sillas de ruedas” no tienen siquiera respiro ni manera de sobreponerse a las ataduras físicas. Porque nadie les ayuda ni les brinda facilidades de ninguna naturaleza en medio de un profundo egoísmo social.

La sentencia es devastadora. Nos han sentado, a los mexicanos, en el banquillo una vez más. Y, sin embargo, desde España llegan los consorcios financieros cada vez más dispuestos a invertir en un país en donde la inseguridad no se traduce en alarma dentro del sector financiero, en donde se acaparan las riquezas y se proyectan los mercados de futuro, cada vez más convencidos de aprovechar los privilegios a ellos brindados por un gobierno especialista en baratas dispuesto a premiar, con privilegios fiscales de entrada, a quienes pongan la mirada sobre el convulso suelo patrio. Total: Las pandillas y los cárteles no asfixian a los bancos ni a las paraestatales. Esto es como si estas instituciones formaran parte de una dimensión distinta aunque ocupen los mismos planos existenciales.

Es obligado preguntarse por qué. Ha sido sorprendente, por decir lo menos, que las severas crisis políticas –la de 2006, por ejemplo, cuando la crispación colectiva fue desenlace de una contienda cargada de violencia verbal y oscuras inducciones desde el poder central-, no afecten ya los lineamientos financieros ni causen daños estructurales administrativos a pesar de que se paralicen las ciudades –no se olvide el largo “plantón” en el centro de la ciudad de México para protestar por los escrutinios amañados hace dos años-. Ni siquiera porque el futuro parezca tan oscuro como las intenciones soterradas de quienes manejan los hilos de la economía bajo una creciente oleada de resistencia cívica a causa de los vacíos gubernamentales.

No se gobierna pero las finanzas sólo se alteran, como ahora, por las presiones de una crisis global que pretende demarcar el liderazgo estadounidense a golpes especulativos. Por eso, naturalmente, la Casa Blanca se muestra tan tranquila y hasta se mofa de los efectos universales causados por supuestos “errores de cálculo” de los programadores de Wall Street, como en 2008, y ahora el imperativo de sanear su deuda interna. En otras circunstancias, digamos si la conflictiva se tradujera en una merma del bienestar de los estadounidenses, estaría cuidando la casa bajo un alud de protestas colectivas. Pero no. Los efectos se dan hacia fuera de la gran potencia con blancos muy vulnerables.

México sufre lo suyo. La pretendida “burbuja” que supuestamente nos aislaba del mundanal ruido –como si fuéramos una potencia con posibilidades de repeler los malos vientos del exterior-, reventó a la primera. La carestía y los detonantes inflacionarios vuelcan hacia las mayorías trabajadoras, una vez más, el peso mayor de los desajustes mientras el gobierno recurre a comprar dólares al Banco de México, de aquellas “reservas récord” reunidas como prioridad a cambio de mantener reprimida la inversión pública, para zanjar problemas de liquidez –lo que dio origen a la sacudida estructural de diciembre de 1994-, y tranquilizar con ello los mercados internos.

Mientras ello ocurre, los dueños del dinero no paran. Otean hacia México y no disimulan que les gusta cuanto ven, incluyendo los severos conflictos sociales. Nada es mejor para abaratar la oferta nacional que los desequilibrios. Y más cuando se trata, como ha sido costumbre desde la llegada de la derecha al poder presidencial, de amortizar costos con el pretexto de los riesgos comunitarios, esto es la exaltación de la violencia con todo y el acecho de las bandas de secuestradores sobre las familias más pudientes otrora intocables.

Bien se sabe que los inversionistas son calculadores. Y, por supuesto, se benefician comprando muy pero muy barato. Lo trascendente para ellos es, claro, que se asegure la continuidad política. Y, en este sentido, la democracia estorba bastante más que la inseguridad general.

loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
LA ESPECULACIÓN FINANCIERA ES BASTANTE MAYOR Y MÁS GRAVE QUE LA POLÍTICA. SI ANDRÉS MANUEL Y CUANTOS INTEGRAN SU “MOVIMIENTO PROGRESISTA” LO PENSARAN DOS VECES SE DARÍAN CUENTA DEL VERDADERO PELIGRO QUE NOS ACECHA.

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/mexico-en-barata

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