viernes, 31 de agosto de 2012

Otto Granados - La izquierda en el diván


Tras el fallo del tribunal competente, las llamadas izquierdas deberán discutir con seriedad, rigor y pragmatismo qué papel quieren desempeñar no sólo en la vida electoral sino cuál creen que será su contribución real y concreta al futuro del país. De las respuestas que encuentren y sobre todo practiquen depende, en buena medida, su viabilidad como opción política relevante.

Para empezar hay una cuestión conceptual. Cuando por ejemplo le preguntaron a Ricardo Lagos (y a otras figuras del progresismo internacional) si la búsqueda de estabilidad macroeconómica es de izquierda o derecha, respondió que era algo “de sentido común”.




Es decir ¿por qué ha sido exitoso el PRD en el DF? Porque una mayoría de los ciudadanos percibe que estos años se hizo una gestión razonablemente positiva en seguridad o en infraestructura (construida por cierto con esquemas de asociación público-privada), que nada tuvo que ver con tintes ideológicos sino con tino en la instrumentación de políticas públicas.

Suena “chic” decir que se es de izquierda, pero lo que le importa a la gente que vota es que aumenten sus niveles de bienestar o que por lo menos lo suponga, ya sea por caminos de la derecha, el centro o la izquierda. Es suma, la adscripción ideológica o, mejor dicho, verbal, no es una acción política por sí misma ni mucho menos pase automático a la eficacia electoral. Lo que vale son los resultados.

Don Jesús Reyes Heroles bromeaba diciendo que en México de dos políticos de izquierda salen normalmente tres partidos. Este es el segundo problema: la denominación en boga —“las izquierdas”— es una formulación retórica que, en el fondo, esconde la verdadera enfermedad: una arraigada tendencia a la atomización, la pulverización y la antropofagia.

Si ese sector partidista no se recompone como un gran partido más o menos compacto funcionalmente y con verdadera implantación nacional, las ganancias electorales de julio pasado se diluirán con rapidez y corre el riesgo de volverse una alternativa de poder en la capital pero apenas testimonial en el resto del país.

Y el tercer punto es su papel como oposición nacional. Si hace abstracción de camisas de fuerza, va a tener un dilema, casi freudiano, cuando se le presente la hora de decidir en torno a reformas muy controvertidas ideológicamente en materia, por ejemplo, energética o fiscal.

Por más que sus intelectuales orgánicos traten de darle a las fracciones legislativas del PRD y sus aliados una armadura argumental para sostener posiciones contrarias a abrir Pemex o generalizar el IVA, saben bien que esas reformas no calificarían dentro del evangelio convencional de izquierda, pero que pueden ser buenas para el país.

Finalmente, luego de un buen ejercicio psicoanalítico, al PRD (y en realidad a todos los partidos) le vendría muy bien una genuina renovación generacional que vaya perfilando nuevos cuadros, ideas y comportamientos políticos que oxigenen esa opción partidista y, si lo logra, enriquezca la competencia política en el país.

og1956@gmail.com



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