viernes, 31 de agosto de 2012

Rafael Loret de Mola - Régimen Colapsado/ Papeles Cambiados

Rafael Loret de Mola

Un gobierno no puede estar supeditado a las tragedias, por muy dolorosas que éstas sean, ni depender del estado anímico de algunos de sus integrantes aunque se trate de los de mayor rango. La funcionalidad del mismo es el motor de la vida social, en todos los renglones, por lo que la toma de decisiones no puede esperar los periodos ociosos, o los de luto, para justificar negligencias paralizantes. Y tal fue, precisamente, una de las mayores fallas estructurales del sexenio anterior cuando, por evadir el debate, el titular del Ejecutivo decidió claudicar en su interrelación con el Congreso porque no era capaz de alcanzar consenso alguno. Y nos quedamos anclados.
En noviembre de 2008, luego del colapso aéreo –no quiero designarlo accidente con el oficioso acento de los irresponsables- en el que perdieron la vida los entonces secretario de Gobernación y el coordinador para la implementación de las reforma penal además de otros funcionarios, la tripulación y los civiles a quienes la fatalidad alcanzó, los diputados optaron por detener el paso y posponer las discusiones sobre el presupuesto de egresos gubernamental para el próximo año porque, según expresión del priísta Emilio Gamboa –con gran capacidad interpretativa, digna ara un casting cinematográfico-, no había “ánimo” para ello.



Registré el hecho como una muestra palpable de la vulnerabilidad de una administración a la que no se hecha en falta cuando, por distintos factores, cierra las cortinas y deja de actuar. Ocurrió así, por citar un ejemplo, tras los sismos de 1985 cuando las sedes de varias secretarías de Estado se vinieron abajo y no hubo expresión alguna que apurara a los funcionarios a asegurar presencias y proyectos. El vacío fue el mejor indicio de que, aunque sonara y suene terrible, algunas dependencias paralizadas, como la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial o la de Marina, no servían para nada.
Podría alegarse algo similar respecto al Congreso, a quien nadie extraña cuando se paraliza, cernido a las iniciativas presidenciales aunque aleguen algunos legisladores que son contrapeso. Si antes la disciplina partidista mantenía a la mayoría en permanente estado de expectación para adivinarle el pensamiento al presidente de la República y actuar en consecuencia, ahora el factor determinante, a la vista de la vulnerabilidad de la institución presidencial, es el chantaje para medir hasta donde puede conceder ésta a una disidencia que opera, precisamente, con el combustible de las transacciones soterradas. Por ello, claro, el presupuesto puede esperar que el titular del Ejecutivo se reponga del dolor, muy personal cabe subrayar aunque éste le haya impulsado a sobredimensionar las cualidades del amigo ausente –como han hecho también todos los cursis, hasta disidentes, para granjearse simpatías artificiales-, y se anime a ejercer sus funciones a cabalidad.
La sabiduría del Constituyente marca otros lineamientos. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría que la ausencia del presidente de la República se prolongara hasta que cesara el desánimo general de ocurrir la pérdida de éste. 
Hay lineamientos perfectamente establecidos para la designación de un presidente “interino”, o en su caso de un “substituto”, de acuerdo a los términos y circunstancias. Se entiende con ello que la operatividad de un gobierno no puede esperar largos lapsos aun cuando, como en el caso presente, se palpen los vacíos de poder en cada uno de los renglones de la vida institucional del país y no parezca relevante cubrirlos.
Incluso en 1994, cuando el asesinato de Colosio modificó las reglas del juego sucesorio y el perfil histórico del país además, la sustitución del candidato presidencial ni siquiera aguardó el final de los ritos funerarios. 
Bastó con que el entonces gobernador de Sonora, obviamente instruido, llevara a Los Pinos un vídeo en el que se observaba al sacrificado Luis Donaldo elogiando a su coordinador de campaña, Ernesto Zedillo, para que, en histriónico movimiento, el mandatario en funciones, Carlos Salinas, quien se decía igualmente reo del dolor por la muerte de un “amigo entrañable”, elevara el “dedo” y señalara a “ése”. Y el sucedáneo comenzó su recorrido vitoreando al candidato asesinado, lo seguiría haciéndolo al tomar posesión del mayor cargo ejecutivo gubernamental y luego, paulatinamente, archivaría al hombre y su expediente para apostar a la amnesia colectiva, como siempre.
Al faltar Juan Camilo Mouriño, segundo secretario de Gobernación del lapso calderonista, el mandatario dejó correr las horas y los días tan solo avalando el rutinario requisito de ascender, en calidad de “encargado del despecho”, al subsecretario del ramo, Abraham González Uyeda, una de las herencias del anterior titular, el jalisciense Francisco Ramírez Acuña, cuya salida precipitada, por cierto, no fue motivo de explicación convincente por parte de una oficialidad caracterizada por su quehacer discrecional, obviamente viciado.
Se expresó que con ello se rendía homenaje al estratega de Calderón, acaso uno de los más jóvenes en ocupar el despacho principal del Palacio de Bucareli –otrora considerada “incubadora” de presidentes-, subrayando que era poco menos que insustituible. Contra esta postura cabe expresar lo contrario: esto es, se minimiza la figura del ausente al subrayar que la dependencia que estuvo a su cargo puede permanecer y desarrollarse sin cabeza, como si la designación sólo fuera un decorado para publicitar al titular. Terrible lectura, sin duda.
Así las cosas, bajo el peso de aquella tragedia –la mayor lo es, sin duda, la constancia simuladora para cerrar indagatorias-, México, el país entero, se convirtió en “zona cero” en cuanto al ejercicio de la política. Y en este apartado todos somos damnificados.
Debate
La política suele convertirse en todología, esto es en la supuesta capacidad para hacerlo todo, cuando la autocracia se impone. La figura del mandatario omnipotente y como tal habilitado para involucrarse en todos los terrenos de manera discrecional y sin más límites que los de su propia prudencia, se cierne sobre el llamado viejo régimen aun cuando, como ya lo hemos hecho, se haya demostrado la permanencia y continuidad del mismo si bien con otros colores y distintas siglas.
Tampoco es poco usual, en la misma perspectiva, que los funcionarios muden de dependencia y de funciones con modos francamente arbitrarios y sin que se sopesen alcances, cualidades y capacidades como elementos fundamentales para asegurar el buen curso de los nombramientos. Basta, sí, con la supuesta intuición del jefe del grupo, el mandatario en funciones, para determinar la exaltación o degradación de tal o cual personaje de la vida pública. Y no faltan quienes, por ósmosis supuestamente, acaban por realizar tareas sin la menor formación para ello.
Un ejemplo de ello es Luis Téllez Kuenzler, priísta aun cuando no pocos renegaron al observarle dispuesto a integrarse al régimen derechista en curso, doctor en Economía por el Instituto Tecnológico de Massachussets, y con plataformas variopintas para saltar, digamos, de una dirección general en Hacienda, puesto con el que inició la travesía salinista, a la subsecretaria de Planeación de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos bajo la batuta del profesor Carlos Hank González, una de las figuras claves de aquella época.
Luego habría de ser coordinador de la oficina de la Presidencia, instalado el simulador Zedillo en la silla presidencial, y secretario de Energía para iniciar, en la fase final de aquel sexenio, el cabildeo en pro de la reforma energética cuya culminación se retrasó como consecuencia del paralizante “efecto Fox” bajo una premisa central: demagogia por democracia. Durante el lapso foxista, Téllez se agregó a la lista de consejeros del Carlyne Group en la que figuran nombres altisonantes, entre ellos los de George Bush, John Major y, en otros tiempos, hasta Osama bin Laden. Y, al fin, llegó a la presidencia de la Bolsa Mexicana de Valores que ocupa hasta ahora. Familia feliz, sin duda.
Antes hubo un breve intervalo: su designación como secretario de Comunicaciones, en diciembre de 2006, confirmó la alianza estratégica entre quienes, incluido Felipe Calderón, fueron responsables de las políticas energéticas. Pero, la verdad, es que no imaginamos siquiera que también exploraría otros estratégicos aprovechando los múltiples espacios vacíos de la administración pública. Por ello, tras el colapso del Learjet muy cerca de la Fuente de Petróleos, le hemos visto en la condición de procurador general para defender, a capa y espada, pero sin elementos de prueba definitorios, la versión del “accidente” cerrando el paso a las “especulaciones”, dice, que señalan otra cosa.
La Anécdota
Corrían los primeros meses de 1991 y el profesor Hank González, vitalizado con la titularidad de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, no cesaba de exhibir a su joven subsecretario:
--¿No conoce todavía a Téllez Kuenzler? –preguntaba a sus interlocutores-. Voy a presentárselo. Es uno de los hombres para el futuro de México.
Fue él, sin duda quien formó en la política –porque en el rubro económico ya tenía sello-, a quien sobreviviría al salinismo convirtiéndose en factor relevante del zedillismo, primero, y ahora de la derecha en transición. Y no niega la cruz de su parroquia: cuando Calderón le invitó a “sumarse”, él aceptó a condición de que no renunciaría, según expresó a los cuatro vientos, a su militancia priísta. A lo mejor, especulador como es signo de los triunfadores de nuestros días, ya avizora el redituable retorno de las brujas. Y mientras hace lo suyo: ni accidente, ni atentado... sino todo lo contrario.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx




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