domingo, 19 de agosto de 2012

Raymundo Riva Palacios - El caballero estalló

Raymundo Riva Palacios
Joaquín Vargas sobrevivió a un secuestro y a la muerte de su hermano menor en un accidente absurdo. Pero es una persona que no guarda rencores a la vida, decente, respetuoso, amable, cálido incluso. Empresario cauto, acucioso e inteligente, siempre hace observaciones y preguntas que aportan a los negocio y contribuyen a su crecimiento. No es una de los que buscan protagonismos, ni le gusta ser el centro de atención. Mucho menos alguien explosivo o suicida.

Por eso fue sorprendente la forma y el tono como entró en confrontación con el Gobierno tras retirarle la concesión de la banda ancha de 2.5 GHz, una de las dos frecuencias con las que opera la conexión inalámbrica de Wi-Fi, y considerada la gran supercarretera digital de las telecomunicaciones. Vargas rompió los parámetros de su vida al hacer de su protesta una denuncia pública de colusión, donde abusó de los calificativos para narrar su historia, hasta tocar incluso las puertas del insulto.



“Nuestro país requiere que cada quien tome su lugar”, dijo esta semana en una conferencia de prensa donde asistieron más de 100 periodistas nacionales y extranjeros para escuchar su primer alegato contra el retiro de la concesión. “El poder público no puede seguir al servicio de una sola empresa por poderosa que ésta sea”.

Joaquín Vargas, el prudente, llegó al límite. No esperó a que cada quién tomara su lugar. Él los ubicó. Al secretario de Comunicaciones, Dionisio Pérez Jácome, la autoridad responsable de retirarle la concesión, le imputó una decisión “equivocada”, “costosa” y “arbitraria”. A Alejandra Sota, directora de Comunicación Social de la Presidencia, interlocutora política con los barones de la prensa, la señaló como tramposa. Al ex secretario del Trabajo, Javier Lozano, de censor, por haber condicionado el refrendo de su concesión al castigo de como Carmen Aristegui, la conductora del principal programa de radio de MVS, por ventilar al aire el rumor del supuesto alcoholismo del Presidente. En síntesis, acusó al Gobierno de chantaje.

No se detuvo ahí, y metió a Televisa en su ira. Dos hechos llamó “abominables”, que “la actuación sesgada de funcionarios (favorecieran) ilegítimamente los intereses de Televisa”, y que cedieran a sus deseos “para que MVS saliera del mercado que la televisora pretende avasallar”. En lenguaje farragoso pero incendiario planteó la colusión entre los dos para que Televisa se quedara con el gran negocio de las telecomunicaciones, y llamó “esbirros” tutelados por el director de Información de Televisa, Javier Tejado, a periodistas que no identificó por crear condiciones en la opinión pública para el ataque a MVS.

Su lenguaje no reducía la conspiración a un acto en su contra, sino contra toda la industria, y a favor de Televisa. ¿Por qué estos ataques? Uno de sus más cercanos colaboradores respondió que el campo de las telecomunicaciones, que sí le importan más a Vargas, son aún más importantes para el país. ¿Sacrificio por el bien de la patria? De ninguna manera. Vargas seguirá en busca del refrendo de esa concesión, en donde se encuentra una buena tajada del negocio de más de 35 mil millones de dólares que significa el mercado abierto de las telecomunicaciones.

El pleito, visto en utilidades, ¿bien vale una misa? Para él, sí. Después de todo, la potencia de su denuncia radica en que no es un hombre conocido por hablar a la ligera, ni ser una bala perdida en la clase empresarial. 

Fue entrenado por su padre, Joaquín Vargas Gómez, un visionario emprendedor que tras terminar su carrera como militar compró una gasolinería frente al aeropuerto de la ciudad de México donde empezó su emporio. En ese lugar puso un restaurante –Wings- en un viejo avión, el principio del negocio familiar, y luego introdujo la Frecuencia Modulada en México, que descubrió en la radio estadounidense.

Su vida ha tenido altibajos. En 1992 fue secuestrado por el PROCUP –precursor del EPR-, que lo tuvo en cautiverio durante 87 días hasta que se pagó su rescate, estimado en 15 millones de dólares. A diferencia de otros empresarios, Vargas tuvo la fortaleza mental para salir adelante y mantenerse en los negocios familiares que construyó su padre, que también aliementó aprecio general por su familia. Una de las grandes demostraciones del afecto en la industria fue cuando se volcaron a consolarlos cuando Adrán, su hermano menor, murió en un accidente en su cuatrimotor en Valle de Bravo en 2005, donde el duelo familiar fue el duelo de todos.

Por esos antecedentes, la extraordinaria irrupción que tuvo Joaquín Vargas esta semana, debió haber causado estupor entre los de su clase. Todos guardaron silencio. Incluso Televisa, acusada directamente, respondió con un lacónico comunicado donde expresaban extrañeza por las declaraciones. Pero donde sí entró a jugar de manera natural fue en el campo de la política. 

MVS, en particular el espacio de Aristegui, fue el principal vehículo de propaganda política del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, y el gran amplificador de la afirmación que Enrique Peña Nieto, era el candidato de Televisa y que su campaña canalizó recursos que rompieron los topes de la campaña presidencial. No fue extraño que las voces más duras en defensa de Vargas vinieran de López Obrador y la izquierda. No se sabe si Vargas lo pensó así o es el resultado natural de contextualizar la defensa de su negocios con la política, pero al meter todo en el mismo potaje y utilizar su fuerza moral para enfrentar abiertamente al gobierno y a una parte influyente del los poderes reales –a los cuales también pertenece-, en defensa de de los intereses de su familia, lo único cierto sobre el resultado final es que vivirá y deberá responder por las consecuencias de la furia que, con su voz cuidada y refinada, despertó esta semana.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/el-caballero-estallo

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