Julio Hernández López |
Educado políticamente en un ramal del salinismo, bajo el tutelaje permanente de Manuel Camacho Solís, Ebrard está por cumplir en su totalidad el periodo de mando para el que fue electo en la Ciudad de México (ni Cuauhtémoc Cárdenas ni Andrés Manuel López Obrador lo hicieron, llevados a la separación del cargo por nuevas aspiraciones electorales). Con él se cumplen tres ciclos consecutivos de la izquierda en el poder chilango y, a pesar del cuadro nacional de descomposición, el funcionamiento institucional en la capital del país es fluido y aceptable, en razón del tamaño y los retos de la gran metrópoli naturalmente predispuesta para el caos pero, sobre todo, en relación con la violencia desbordada en otras latitudes (a tal grado que se ha vuelto lugar común mencionar el grado de seguridad que hoy ofrece el Distrito Federal, mayor al que ofrecen otras ciudades cuyos habitantes antaño temían viajar a la urbe capitalina)./
Los resultados de su administración y su futuro político conjugan prendas y circunstancias inusuales. No siendo un hombre de izquierda, sino un reformista de origen salinista al que los avatares de la política acabaron llevando al PRD, Ebrard impulsó reformas legales que su antecesor, AMLO, no quiso apoyar, tanto por cálculos electorales pragmáticos como por conservadurismo en asuntos de sexualidad. En defensa de los matrimonios entre personas del mismo sexo, y su derecho de adopción, llegó a enfrentarse con jefes católicos emponzoñados como el cardenal tapatío Juan Sandoval Íñiguez. Y en el terreno personal hubo de cruzar varios terrenos minados: El desierto al que fue lanzado el grupo camachista luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio, los linchamientos de Tláhuac cuando era responsable de seguridad pública en el Distrito Federal y la pantanosa resolución de la candidatura presidencial perredista frente a un imperioso López Obrador./
Zigzagueante (un ejemplo fue la manera como acabó saludando y tomándose fotografías con Felipe Calderón a pesar de que originalmente había prometido evitar cualquier forma de reconocimiento a ese ocupante de Los Pinos), absolutamente falto de carisma, regido por la filosofía camachista-salinista de las concertaciones y el reformismo cosmético, predispuesto a favorecer a ciertas firmas con contratos que en la política tradicional mexicana suelen generar retribuciones no fiscalizables (entre esas empresas, la española OHL), Ebrard deja una oficina frente a la Plaza de la Constitución con las explícitas intenciones de ocupar otra, la de Palacio Nacional./
Tiene dos ingredientes sustanciales para ese platillo futurista. Uno consiste en la manera como logró procesar su relación con AMLO y específicamente la definición de la candidatura para 2012. Se hizo a un lado y con ello se fabricó una hoja de servicios partidistas que rápidamente fue inflada por los adversarios del tabasqueño, adjudicando a Marcelo presuntas virtudes de civilidad y modernismo para descalificar por contraste a quien fue aspirante “de las izquierdas” a la Presidencia de la República. No apoyó a fondo ni de verdad a AMLO, cuidando su figura por encima de las circunstancias del 2012 y con la vista puesta en el 2018, y tampoco quiso asociar de manera irreversible sus intereses con los de los Chuchos dominantes de la estructura del sol azteca, decidido a seguir navegando entre cuantas aguas sea necesario con tal de perfilarse como candidato natural a la siguiente elección presidencial, aceptado a medias pero igualmente rechazado a medias./
El otro elemento fundamental es la continuidad en el gobierno capitalino. A pesar de su inexperiencia política y de su inexistente coloración izquierdista, Miguel Ángel Mancera fue instalado como candidato a la sucesión. Ganó sin problema, gracias a la maquinaria perredista que en la capital del país se ha vuelto una aplanadora electoral merced al uso de los programas de gobierno como garantía de votos y de la corrupción administrativa a la que se le imponen cuotas para el financiamiento de campañas y la realización de actos políticos diversos. Mancera fue sacado de la opacidad burocrática para convertirlo en presunta pieza manejable por el maximato de Ebrard y Camacho, pero el ex procurador de justicia ha ido bocetando formas que podrían terminar en una cierta independencia negociada, a tal grado que ya se habla en su entorno de que podría ser aspirante presidencial dentro de seis años (el propio Ebrard ha retomado la idea, aunque más para acotar el 2018 a su ámbito grupal y dejar fuera a López Obrador)./
Las condiciones actuales hacen de Ebrard un precandidato viable para 2018, pero es muy largo el tramo que deberá transitar y, sobre todo, con una excesiva carga de factores de alta condición explosiva. El peñanietismo parece decidido a imponer una larga noche tricolor en el país y, en el fondo, el salinismo auténtico cree llegado el momento de cobrar afrentas, de castigar deserciones y de regodearse en sí mismo. Ebrard y Camacho provienen de esa fuente política, ya se verá si sus aguas vuelven a juntarse con las salinistas, en proyectos de gran simulación política y electoral, o se sostienen en la institucional tarea de constituir una izquierda “moderna”, “competitiva”, que mediante un frente amplio “al estilo uruguayo” desemboque en 2018 en una tercera candidatura presidencial tabasqueña, fortalecida y depurada, o en la postulación del sobreviviente Ebrard./
Y, mientras en Sonora el principal sospechoso es el suplente del priísta diputado electo que fue asesinado, y en Neza “continúan las investigaciones”, ¡hasta mañana! (fin).
Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/los-sexenios-de-marcelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.