Manuel Camacho Solís |
Andrés Manuel López Obrador no será presidente de la república a partir de diciembre de 2012. Para muchos ese resultado podría representar un fracaso político mayor. De nuevo, como en 2006, no logra su objetivo. Visto con objetividad, el resultado está lejos de ser un fracaso político y menos aun personal. Andrés Manuel está en el centro del debate y la disputa nacional.
Alcanzó su primera victoria cuando, en una contienda inequitativa, hizo la mejor campaña y obtuvo 15.8 millones de votos. Inició desde un bajo tercer lugar y con unos negativos que cualquier conocedor de estrategias electorales hubiera considerado imposibles de remontar. Tuvo la habilidad de correrse al centro con un discurso de moderación. Mostró disciplina para no salirse de su ruta ni dejarse provocar. Recuperó a sus seguidores y logró ganar para sí el apoyo del sector más importante en toda elección: los votos cambiantes, los independientes, los jóvenes, los de mayor nivel de escolaridad. Mientras EPN perdió 15 puntos y JVM cayó a un bajo tercer lugar, AMLO duplicó su votación en los tres meses de la campaña.
Logró su segunda victoria una vez conocido el resultado del primero de julio. Desde una posición de derrota, en dos meses logró convencer a un número muy superior al de los ciudadanos que votaron por él —a la mitad de la población— de que la victoria de su contrincante fue resultado de una elección inequitativa, plagada de corrupción y de acciones ilegales. La presidencia de Enrique Peña quedó cuestionada en su legitimidad.
Ahora, con la declaratoria de validez del Tribunal Electoral, se pensaría que la decisión le infringe un golpe definitivo a AMLO. No será así. El Tribunal perdió la oportunidad de comportarse como un tribunal constitucional y de contribuir con su decisión a prestigiar a las instituciones democráticas, a cerrar las heridas y a fortalecer el Estado de derecho. Su desempeño fue peor que el de 2006. Si el Trife hubiera validado, pero al menos hubiera aclarado los cuestionamientos, establecer la verdad y sancionar los actos ilegales, habría logrado justificar su tarea. Lo que hizo ahonda al descrédito del régimen. La sentencia del Tribunal fue tan visiblemente sesgada que le da de nuevo la razón a AMLO y la oportunidad para que retome la iniciativa política.
AMLO se queda con sus 15.8 millones de votos. Con su prestigio intacto, pues a diferencia de hace seis años no encabezó protestas que dañaran a terceros. Hoy las encuestas muestran que no ha perdido ni un solo voto. No tiene que hacer otra cosa que esperar a que Peña tropiece. En el momento en el que EPN intente reformar el artículo 27 constitucional, AMLO dirá: no a la privatización del petróleo. Eso bastará para coagular una oposición dura en contra del gobierno y para romperle el ritmo a Peña. AMLO ya está posicionado para la próxima batalla política. Tiene con qué sobrevivir e infringirle un costo al próximo gobierno.
¿Decidirá en función de la lógica de las convicciones o de la responsabilidad? Lo que le falta a López Obrador es decidir la estrategia para lo que sigue. Qué, con quiénes y con qué tiempos. ¿Cómo va a utilizar su capital político y moral? Repetirá el trayecto de recorrer el país; oponerse, llegado el momento, a la privatización del petróleo e ir de nuevo por la candidatura. Cerrará sus alianzas con el movimiento social en una estrategia común de resistencia civil que sacuda al próximo gobierno. Impulsará un movimiento político-social que defienda causas (petróleo) y participe en las elecciones. Buscará renovar los partidos y relanzar la coalición electoral que sostuvo su candidatura. Impulsará y respaldará una estrategia de inicio de cambio de régimen, para la que se necesita dar su lugar y sumar en una dirección clara a todos los activos políticos: gobiernos, grupos parlamentarios, partidos, movimientos, líderes de opinión y otros liderazgos. O someterá los objetivos políticos a un objetivo personal: salvar su alma y buscar ocupar un lugar en la historia. ¿Decidirá en función de la lógica de las convicciones o de la responsabilidad? (Weber).
Coordinador del Diálogo para la Reconstrucción de México
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