martes, 4 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - El futuro es pasado/Cataclismo próximo

Rafael Loret de Mola

Vamos hacia atrás en política, como los cangrejos. Y no es, precisamente, por el sólido retorno de la emblemática e inmutable “cofradía de la mano caída” tan señalada durante los regímenes anteriores a la primera alternancia pero jamás despejada del todo, sino por efecto de las severas deformaciones conceptuales entre quienes gobiernan y no saben cómo instalar algún cambio siquiera para dejar huella de su paso por el poder.
Los Fox, cuando menos, fueron más ocurrentes y llegaron al exceso de proponerse como un cogobierno a la medida de los Reyes Católicos: “tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. 





Con el mandatario saliente las visiones son más apretadas, es decir más pequeñas acaso como su corta visión hacia el provenir. Bien se dice que no hay mejor medida para los hombres públicos que el ejercicio del poder. Por ello quizá la nostalgia por los viejos tiempos, los del glamour presidencialista, cobra cada día mayor importancia. Ya ha dicho Felipe Calderón, con cabestrillo de por medio, que él desearía poder presentarse, “algún día”, ante el Congreso para rendir cuentas. Esto es: no ha sido él, desde luego, quien originó la extinción del “día del presidente”, el primero de septiembre, hasta convertirlo en el calvario del mandatario empeñado en legitimarse. No hubo avance democrático sino un desprendimiento institucional bajo el acoso de las oposiciones. La brújula orienta... hacia el pasado. 

Otro cambio por venir es la exaltación, hasta niveles insondables, de los ex mandatarios “perdonados” gracias a la aplicación de la “medicina del tiempo”, como calificaba Alfonso Martínez Domínguez para explicar los efectos amnésicos de la sociedad mexicana siempre tan manipulable. Basta dejar correr los meses y los años, decía el ex gobernador neoleonés, para que cualquier vindicación pueda darse, incluyendo la suya tras su renuncia a la regencia capitalina con miras a paliar el propósito de linchamiento popular luego de consumarse la matanza del Jueves de Corpus de 1971 bajo la fuerza de los “halcones” –paramilitares financiados por el gobierno de la metrópoli- y el cinismo del echeverriato. 

Y fue, precisamente, Luis Echeverría quien planteo a su sucesor, muy convencido de su propia influencia, aprovechar el “bagaje”, político y social, de los ex mandatarios instalándolos como “senadores vitalicios” para que con tal cargo pudieran volcar la experiencia acumulada en pro de una nación “agradecida”. Pensaba que sería una estupenda fórmula para sustituir la ominosa persecución sexenal a cuantos pasaban para exaltar a quienes llegaban para renovar cuadros, estrategias... y privilegios. 
Desde luego, José López Portillo, el interlocutor que ostentaba la banda tricolor, optó por el extremo: envió a Echeverría a Canberra, el punto geográfico más alejado del país. Y la “ponencia” ni siquiera fue puesta a consideración de los más cercanos, salvo como anécdota para retratar la insolencia y el indecoro del ex presidente que prohijó hasta el intento de un autogolpe de Estado, diez días antes de la transmisión del Ejecutivo federal en 1976, con tal de copar a quien le relevaría en la silla presidencial hasta hacerlo dependiente del grupo saliente. Y no les fue nada bien a quienes buscaron “el beso del diablo”, esto es el de Echeverría, en la etapa de consolidación lópezportillista. Sin embargo, hubo una falla: se les dejó menear la cola y nadie se las cortó. La nostalgia vuelve a los escenarios. Los ecos de las reelecciones en el continente suenan fuerte entre quienes no soportan el ostracismo y se perciben con ímpetus para abordar nuevas hazañas imperecederas. En otras épocas habrían tenido el impedimento de los juicios históricos y las consiguientes sentencias populares; ahora, las afrentas se olvidan por el imperativo de reconstruir los viejos cauces autoritarios destinados a poner el orden en donde se ha perdido por completo.

Y ahora que lo medito, ¿no será el caos actual, sometido el país a la violencia y a la inseguridad general, el mejor argumento para posibilitar el retorno de quienes ya estaban instalados en el pasado? Peor todavía: ¿cuántos de los presuntos “redimidos” maniobraron, debajo del agua, para agravar la descomposición general hasta el grado de extender la nostalgia por el pasado y los autoritarismos? Sólo a un genio del mal se le hubiera ocurrido llegar a tanto; para infortunio nuestro, la mente perversa capaz de fraguar tan complejo escenario... existe y tiene nombre.

Llegan los rumores de que el PRI, incapaz de renovarse y buscar opciones que le rediman de sus antiguos pecados, pretende apostar por Carlos Salinas. Ya por ahí suena la posibilidad de una candidatura del ex presidente al gobierno de Nuevo León, la entidad por él adoptada y en donde tiene raíces y querencias; o un reemplazo necesario si el mandatario actual es guillotinado. No nos olvidemos de Agualegüas que acabó por ser el faro de los salinistas “químicamente puros” como se llamó entonces a los incondicionales dispuestos a cualquier bajeza con tal de halagar al superior. De esto los mexicanos han padecido mucho más de la cuenta.

¿Salinas, candidato? La especie ya se filtró para medir reacciones y sopesar, de plano, si la “medicina” en pro de la amnesia colectiva ya había hecho efecto sobre una sociedad desinformada y ahíta, cansada diríamos mejor de las recurrentes simulaciones y de los reiterados fraudes contra el colectivo en estado de indefensión contra la violencia callejera y la política rupestre que sigue dibujándose en las cuevas de la inteligencia estacionada en la prehistoria.

Debate 
No sé ya cuantas oportunidades han perdido los priístas de construir una plataforma separada de las mafias ex presidenciales. Perdido el faro de la autocracia, que guiaba a los disciplinados hacia la casona de Los Pinos, la dirigencia de este partido optó por buscar a sus antiguos iconos. No importó que, como parte de las transiciones sexenales, se les hubiera linchado a la vista de un pueblo ávido de sacrificios a la usanza de Huitchilopoxtli. Las redenciones vinieron bien porque, tras la esperada alternancia en el Ejecutivo federal, los sucedáneos, los panistas, no sabían gobernar y recurrieron a ellos para resolver, o intentarlo, los grandes desafíos.

Los Fox se acercaron a Salinas y protegieron a Ernesto Zedillo, el gran simulador, quien fue el primero de la larga lista de mandatarios en no ser llevado a la guillotina histórica entre el desprecio público; más bien se le exaltó como proveedor de la incipiente democracia que, se dijo, comenzó en 2000 cuando alrededor de nuestro Ángel de la Independencia las banderas blanquiazules saludaron al vencedor que proclamó al cambio como esencia del mandato por iniciar y luego lo arrinconó para desarrollar el continuismo con el responsable acento de los gerentes.

Menos mal que con el PRI en el poder, y gracias a la sabiduría del Constituyente que canceló la reelección presidencial para finiquitar al México de los caudillos, cada seis años se borraba la esfinge del mandatario saliente para asegurar la devoción al entrante. Ahora ni siquiera eso: se apuesta por la continuidad y se protege a los predadores del pasado mientras estos construyen sus propias plataformas y hasta templos faraónicos para autoexaltarse. No habíamos llegado antes a este extremo de cinismo y tal no puede endilgarse, de modo alguno, al pernicioso pasado priísta. El PRI, en fin, no fue capaz de construir andamiaje alguno que le permitiera ganar autonomía y renovar cuadros tras los necesarios ejercicios de evaluación y los consiguientes juicios contra algunos de sus miembros más conocidos, los ex presidentes en primer lugar. Era indispensable hacerlo, no como una rutinaria “cacería de brujas” –el sambenito para descalificar el reclamo de justicia protegiendo a los sinvergüenzas-, sino como acción elemental para derruir los cimientos podridos antes de intentar construir un nuevo edificio. No se hizo y las mafias del pretérito acabaron posesionándose del presente. Por eso hasta la candidatura de Salinas puede ser vista como “estrategia renovadora” cuando no es otra cosa que el retorno de los brujos a la tierra en donde se les añora por incapacidad de construir espacios y sociedades diferentes.

Nunca más oportuna aquella leyenda que observé pintada en los muros de la Facultad de Derecho en 1971, tras los sucesos del 10 de junio:

--Díaz Ordaz, regresa; te perdonamos.

Ahora, los panistas incapaces han posibilitado que el perdón se extienda a los demás predadores, criminales incluidos.

La Anécdota 
Una tarde, a finales de 1992, le expuse al entonces secretario de Gobernación, el legendario Fernando Gutiérrez Barrios –quien se separaría del cargo en enero de 1993-, la puja que ya sostenía el cacique yucateco Víctor Cervera para retornar al gobierno de su entidad basándose en una reforma apócrifa a la constitución local que posibilitaba a quien había sido mandatario interino a serlo constitucional “pasado un periodo”. Un burdo procedimiento con dedicatoria exclusiva y contrario al espíritu del Constituyente. Cervera había sido gobernador entre 1984 y 1988 tras la caída, por él apurada, del general Graciliano Alpuche Pinzón.

Gutiérrez Barrios se quedó muy serio y me respondió:

--Hay cosas que, en política, son imposibles. Y eso que usted plantea lo es. No puedo imaginar un desenlace así, tan burdo.

En 2005, Cervera tomó posesión como gobernador tras unos comicios desaseados. Gutiérrez ya no despachaba en el Palacio de Bucareli y Salinas había dejado la Presidencia. El gran simulador, Zedillo, puso de esta manera su sello “democrático”. Y, desde luego, el PAN, defraudado entonces, ya le perdonó. “Pudo más el interés que el amor que te tenía”.
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E-MAIL: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
ESTE SEPTIEMBRE SERÁ EL DE LOS JALONEOS PARA MEDIR EL TEMPLE DEL FUTURO MANDATARIO; Y EN DICIEMBRE, TOMEN NOTA LOS AMABLES LECTORES, VENDRÁN LOS AJUSTES DE MAFIAS, ENTENADOS Y CÓMPLICES.
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