Raymundo Riva Palacio |
El éxito de la estrategia de Calderón, en sus términos de victoria, es apabullante. El fracaso es que la definición de victoria, para el resto del país, no pasa por su rasero
La captura del jefe del Cártel del Golfo, Jorge Eduardo Costilla, “El Coss”, es otro de los grandes golpes del gobierno de Felipe Calderón en la lucha contra el narcotráfico. No hay duda que va ganando la guerra contra las bandas criminales, según definió los términos de la victoria. Aunque esta afirmación está en las antípodas de lo que piensan dos terceras partes del país, en la meta del triunfo establecida por el presidente Calderón, que es el número de capos detenidos o eliminados de la lista dada a conocer en marzo de 2009 por la PGR, es cierta. “El Coss” es el vigésimo cuarto criminal caído de un total de 37 en esa lista, con lo que el gobierno alcanzó el 70 por ciento de su objetivo.
Para llegar a esa meta, se planteó la destrucción de los cárteles, mediante el incremento en decomisos, la disrupción de sus rutas de comercialización y el corte de sus fuentes de financiamiento. La racional era golpear las arcas de los cárteles para hacerlos explotar desde adentro. Una vez logrado, seguía el argumento, las organizaciones se pulverizarían y se convertirían en pandillas de menor tamaño y fuerza que serían más fáciles de controlar, como sucedió en Palermo, Nueva York, Miami o Chicago, en donde se inspiró la estrategia del Presidente. El éxito pasa por esa perspectiva. Por ejemplo, el inicio de la guerra acabó prácticamente con el Cártel de Tijuana al secarlos de dinero, y casi desaparecen Los Zetas al quedarse sin droga para vender.
Lo que la estrategia no midió fueron las externalidades. Por un lado, la capacidad de regeneración de los propios cárteles en grupos menos sofisticados y más violentos, y la mudanza de delitos. Al sufrir en sus ingresos se quedaron sin dinero para las nóminas, por lo que los sicarios del Cártel de Tijuana se volcaron a los secuestros exprés, y Los Zetas comenzaron a extorsionar, secuestrar y a abrir mercados en Oaxaca y América Central. Los Zetas y La Familia Michoacana entraron a la piratería de videos, música y licores, mientras el Cártel del Pacífico creaba nuevas rutas de droga hacia África.
En términos de impacto en la sociedad, el fenómeno del narcotráfico —que es la parte macro del negocio, como cosechas, importación y exportación de drogas— que no la afectaba directamente, se convirtió en un problema de narcomenudeo, que trajo consigo la lucha por territorios —en estados y ciudades— y micro territorios —las esquinas en las calles—. La estrategia presidencial había modificado los incentivos. En el pasado, los cárteles sabían que si mantenían la violencia fuera de las calles no enfrentarían la fuerza del Estado, por lo que para sobrevivir tenían que repartirse los territorios y no pelear. Calderón actuó contra todos los cárteles a la vez —que no lo había hecho ningún otro gobierno antes—, con lo cual los cárteles entendieron que la única forma de sobrevivir era aniquilando a sus adversarios.
La estrategia de dividir a los cárteles fue exitosa. En este sexenio rompieron el Cártel del Golfo y Los Zetas; Los Zetas se dividieron internamente y su creación, La Familia Michoacana, se partió en cuatro, transfiriendo sus lealtades al Cártel del Pacífico, que a su vez entró en guerra con el Golfo y Los Zetas tras la deserción de los hermanos Beltrán Leyva en 2008. El otrora superpoderoso Cártel de Juárez quedó atrapado en el fuego y para sobrevivir cedió la plaza al Pacífico, que también se quedó con Tijuana. En Michoacán nacieron de las cenizas de La Familia Los Caballeros Templarios, y surgieron comandos matazetas en Jalisco y Veracruz, con sus propios anticuerpos igualmente sanguinarios.
El éxito de la estrategia del presidente Calderón, en sus términos de victoria, es apabullante. El fracaso es que la definición de victoria, para el resto del país, no pasa por su rasero. Ni en su partido, ni sus adversarios, ni mucho menos la población, ven los objetivos de esa estrategia como algo positivo. Para todos ellos, el triunfo sería claro y aceptado, si no hubiera 60 mil muertos directamente asociados con esta guerra que, sin consultar a nadie, lanzó el Presidente al llegar a Los Pinos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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