Una frase conocida: la Guerra Fría fue un largo periodo de paz global. La explicación conocida: que la amenaza de una guerra nuclear total que acabara con la humanidad fue suficiente para que las potencias no se confrontaran.
Así explicaría, en gran medida, lo que vivimos en México hasta antes de Felipe Calderón Hinojosa. El Ejército servía como una garantía del Estado para, con la sola amenaza, frenar a los grupos delictivos. Al que se mueva, al que se salga de los límites tolerables, le van a caer los militares. Y los capos no retaban al Estado mexicano.
Pero cuando Felipe Calderón decidió mostrar las armas (en una guerra mal planeada, mal dirigida, mal ejecutada), la amenaza se volvió –con todo respeto para las Fuerzas Armadas– una burla. Los silos no tenían armas nucleares sino resorteras. Y entonces las organizaciones criminales, que llenaron siempre los vacíos del Estado, se sintieron más poderosas; avanzaron en donde se hizo evidente la falta de fuerza. Alimentadas por la codicia, empezaron las matanzas. Salieron de las ratoneras en donde se habían escondido durante décadas y, con harto dinero, iniciaron una carrera armamentista cuyo resultado funesto conocemos.
Todo esto para medianamente explicar a los que dicen que “no son los muertos de Calderón”. Quienes intentan eximirlo de la responsabilidad, creo, se hacen locos. Allí están los datos. No hay manera de borrarlos.
Un argumento común es: “Qué querías, ¿que Calderón cerrara los ojos frente a los delincuentes?”. Pregunta retórica llena de mañas. Nadie quiere un Estado débil. Nadie quiere vivir entre delincuentes. La respuesta está en la estrategia: si Calderón no quería cerrar los ojos y atacar a los grupos criminales, si quería ir por los capos, ¿por qué no lo hizo con un aparato de inteligencia y cercenando las bases financieras (bancos, empresas y otras tapaderas para lavar dinero)? La Ley contra el lavado fue impulsada cuando la cantidad de muertos lo ahogaba. ¿Por qué optó por cometer el error de mostrar las armas? Mi respuesta es sencilla: por razones políticas. Porque había “ganado” mañosamente la Presidencia y necesitaba validar su mandato.
¿Que la mayoría de los muertos son delincuentes? Miente quien lo afirme: que muestre las 65 mil o 100 mil averiguaciones previas.
Las armas, el Ejército, estaban allí para garantizar la paz. Salieron a relucir y rompieron el equilibrio. Así lo explicaría yo. Entonces los narcos empezaron a ejercer presión sobre las policías corruptas: las metieron a la guerra… de su lado. Entonces los criminales, que para ese momento ya conocían las armas del Estado mexicano, buscaron otros negocios: extorsión, secuestro, migrantes. A Calderón gracias.
El derramamiento de sangre era evitable; fue el resultado de una acción irresponsable. Sí son los muertos de Calderón; discúlpenme los simpatizantes, los paleros o los comprados. Pueden decirme estúpido si quieren, pero no pueden evitar que, en mi derecho a expresarme, lo repita. Una política de seguridad claramente (esa sí) estúpida (mal planeada, mal dirigida, mal ejecutada) causó entre 65 mil y 100 mil muertos, miles de desaparecidos y decenas de miles de desplazados.
Y ojalá empiecen a llover las demandas y los juicios. Ojalá. Por respeto a las familias enlutadas, y por respeto al mismo Estado mexicano: un Presidente no puede ni debe actuar por la libre. Ya que no existe la revocación de mandato, por lo menos deben existir, en la justicia nacional o extranjera, mecanismos para hacerlo pagar cuando deja su cargo. El nuevo gobierno federal no debería protegerlo, aunque Calderón hiciera lo propio con Ernesto Zedillo. Debería dejar que la justicia hiciera su trabajo.
(Busqué el término “genocidio”; no se si sea genocidio. Por lo menos, parece, no es así para las Leyes internacionales.
No lo es tampoco para la RAE: “genocidio. Del gr. γένος, estirpe, y -cidio. 1. m. Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”).
Sí son las víctimas de Calderón, insisto.
Y que el PRI sepa claramente sus responsabilidades: a partir del 1 de diciembre de 2012, cada muerto será un muerto de Enrique Peña Nieto. De esa, por lo menos, no se salva.
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