Hoy, la gran pregunta sobre la reforma laboral no es si agoniza, si está muerta o, de plano, si aún puede levantarse y andar. No, la pregunta es si el galardón de la reforma laboral se lo lleva el presidente saliente, Felipe Calderón o si el presidente entrante, Enrique Peña Nieto, llegará al poder con una medalla nada despreciable.
Lo cierto es que la reforma laboral no solo goza de cabal salud sino que, al final de cuentas, estará lista en los últimos días del Gobierno de Calderón o en los primeros del mandato de Peña Nieto. En todo caso, la interrogante sobre la reforma laboral se localiza en el tratamiento y/o la terapia intensiva a la que será sometida en su rehabilitación en Cámara de Diputados.
Pero antes, acaso valga la pena explorar los intríngulis que llevaron esa controvertida reforma laboral a un aparente "callejón sin salida". ¿Por qué se llegó a un punto muerto que amenaza con abortar dicha reforma? ¿Por qué el poderoso Diputado Manlio Fabio Beltrones debió prometer, de manera pública que sí, que sí habrá reforma laboral para Peña Nieto?
La historia es elemental; asistimos al clásico toma y daca propios del diálogo y la negociación entre la clase política. Al final se disputa quién se quedará con los méritos propios de una reforma de gran calado, como la reforma laboral.
Como todos saben, la reforma fue propuesta por Felipe Calderón, como parte de sus nuevas facultades frente al Congreso con la figura de "iniciativa preferente", que garantiza en un tiempo no mayor de 60 días, el Congreso pudiera aprobarla y/o rechazarla. Era evidente que se trataba de una decisión mayor, que serviría para que el Gobierno de Calderón terminara en medio del aplauso generalizado.
Sin embargo, cuando Felipe Calderón envió la reforma laboral a la Cámara de Diputados, que se convirtió en cámara de origen, de inmediato los distintos partidos políticos pintaron su raya. Las izquierdas se partieron en dos facciones; lopezobradoristas que apostaron a reventar la reforma, a toda costa, y "Los Chuchos", que entraron a la lógica de la negociación y el arreglo políticos. A su vez, el PAN se alió al PRI para, con ello, garantizar la aprobación del 95% de la reforma.
Así la Cámara de Diputados aprobó lo que, para entonces, ya era una reforma histórica. ¿Por qué? Porque el PRI aceptó incluir en los contratos colectivos de trabajo conceptos fundamentales como transparencia y democracia sindicales. Sin embargo, cuando la reforma pasó al Senado, las estratagemas partidistas cambiaron.
El PAN se alió a las izquierdas, PRD, PT y MC, además que de última hora el Panal de Elba Esther Gordillo también se sumó a la propuesta de avanzar mas allá de la transparencia y la democracia. Es decir, que el objetivo último de derecha e izquierdas en el Senado era avanzar no solo en dirección a la transparencia, sino a la rendición de cuentas, y no solo conseguir la llamada democracia sindical, sino dar un paso hacia la instauración del voto libre, universal y secreto y eliminar la posibilidad del voto indirecto.
El PRI estaba dispuesto a aceptar todo lo anterior, menos la antidemocracia que supone cancelar el voto indirecto, en la elección de las dirigencias sindicales. En otras palabras, que el PRI acepta el voto libre, universal y secreto, pero no acepta que sea la única modalidad de voto. ¿Por qué? Porque si bien es profundamente antidemocrática no incluir el voto directo, universal y secreto, en la elección de líderes sindicales, es igual de antidemocrático dejar ese voto como única forma de elección.
Por eso el PRI propuso dejar abiertas las dos posibilidades de elección. Sin embargo el PAN y el PRD se negaron y sobrevino la debacle.
En el Senado, el PAN y las izquierdas enmendaron la minuta enviada por la Cámara de Diputados, y hasta se aventaron la puntada de agregar un artículo sobre las reglas de las huelgas, lo cual es ilegal, y con ello mataron la mayor virtud de la reforma; su carácter de "iniciativa preferente". Cuando la reforma regresó a la Cámara de origen, la de Diputados, ya no era iniciativa preferente. ¿Por qué?.
Porque PAN y PRD inventaron un artículo inexistente en la reforma original y porque no existe la ley reglamentaria para ese momento legislativo.
La reforma laboral está hoy en la cancha del PRI, en donde puede dormir el sueño de los justos, puede salir para que la promulgue el presidente Calderón o, en el extremo, puede avanzar para que el presidente Peña llegue con la medalla de promulgar la reforma como primer acto de su Gobierno.
Y más allá de los votos de cada partido, el PRI tiene la sartén por el mango. Al tiempo
Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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