sábado, 6 de octubre de 2012

Juan Villoro - Dudar convencer

Juan Villoro

En ocasiones, los poetas prefiguran en detalle el destino que les tocará en suerte. César Vallejo pronosticó "Me moriré en París con aguacero" y Ramón López Velarde cayó a los 33 años, víctima de neumonía, después de escribir "la edad del Cristo azul se me acongoja".
En 2011, el poeta Javier Sicilia viajó a Filipinas. Acababa de concluir la novela El fondo de la noche, cuyo tema esencial es la ética de la supervivencia. La historia se basa en un hecho real: el sacerdote que sacrificó su vida en Auschwitz para salvar a un prisionero. A los 94 años, el hombre que debe su existencia a otro hace un balance de lo sucedido. ¿Merecía sobrevivir? ¿Por qué ocurrió ese milagro? Para el filósofo Giorgio Agamben, la "aporía de Auschwitz" es la urgencia de narrar lo que no puede ser dicho. Sólo quienes murieron en los hornos crematorios fueron testigos integrales del espanto. Pero su voz no puede volver; esa experiencia quedó del otro lado del sentido. De esa imposibilidad deriva la obligación ética del testimonio. El cronista y el sobreviviente saben que no llegarán al "fondo de la noche". La importancia de su tarea depende de acercarse lo más posible a una meta inalcanzable.




Las reflexiones morales que atraviesan la novela de Sicilia resultaron premonitorias. Mientras se encontraba en Filipinas, su hijo Juan Francisco fue asesinado en Cuernavaca junto con otros jóvenes.
A partir de ese momento, Sicilia se convirtió en víctima del dolor y en su testigo más visible. Miles de personas le contaron sus tragedias. Con esas voces encabezó un movimiento destinado a transformar el sufrimiento en esperanza.
En días pasados, la Caravana por la Paz conducida por Sicilia fue un caso insólito de diplomacia ciudadana. Anthony Wayne, embajador de Estados Unidos en México, entendió la relevancia del acontecimiento y concedió visas de tres meses a 120 personas que viajaban para contar la historia de sus muertos.
La ruta de la Caravana fue la opuesta a la de la colonización de Estados Unidos: comenzó en San Diego y concluyó en Washington. En tiempos de redes sociales, los migrantes de la voz buscaron el entendimiento que sólo se adquiere caminando. Establecieron contacto con más de 100 ONG y con congresistas demócratas y republicanos.
Acompañé a Sicilia a la Universidad de Princeton, donde insistió en que el narcotráfico no debe ser atacado como un problema de seguridad nacional sino de salud pública. Aunque se trata de un problema bilateral, aún no forma parte de la agenda norteamericana. Un dato sintomático de la Caravana es que tuvo espléndida cobertura en periódicos locales pero no en los nacionales (quienes entran en contacto directo con las víctimas les abren espacio informativo; sin embargo, el tema aún no es una prioridad noticiosa).
"Algo debe estar mal en un país que tiene el 5% de la población mundial y el 35% de los presos", comentó Sicilia. Con 23 millones de adictos, Estados Unidos no puede ser ajeno al conflicto que se padece en México.
El narcotráfico es anterior a Felipe Calderón y debía ser enfrentado. ¿Justifica esto cualquier tipo de estrategia? Por su puesto que no. "¿Por qué no culpan a los criminales de la violencia?", le preguntó el presidente Calderón a Sicilia. La misma interrogante fue planteada en Princeton. "Porque el interlocutor de los ciudadanos no es el Chapo Guzmán, sino el gobierno", afirmó Sicilia. La democracia es más perfecta mientras más se puede decir que es imperfecta.
La paciente articulación de voluntades dispersas se dificulta en caso de gente lastimada, que quiere respuesta concreta a sus agravios. Para la Caravana de la Paz, la venganza no es justicia, y el perdón es una forma de proselitismo moral. "El hombre es más que sus defectos", comenta el activista que transformó los actos públicos con gestos de reconciliación cristiana: "Besar a tu oponente significa demostrar que no es tu enemigo; aun en la oposición se puede vivir la sacralidad del acuerdo. No hay que olvidar que también el adversario tiene víctimas".
Iconoclasta ante la izquierda ortodoxa, la derecha y la jerarquía eclesiástica, Sicilia desconcierta a los empresarios cuando les informa que en el sur hay menos violencia porque las comunidades indígenas preservan el tejido social y a la izquierda puritana cuando besa a un priista distinguido.
En su afán por pasar de una democracia representativa a una participativa, Sicilia enfatiza los diferentes desafíos de Estados Unidos y México: "A los gringos, que están tan reglamentados, les hace falta desobediencia civil; a nosotros nos hace falta obediencia civil". El juego de palabras no alude a la subordinación: "Cuando la sociedad se organiza, el gobierno tiene miedo: eso es democracia".
"La religión católica se funda en el sacrificio de un hijo", me dijo: "es un precio excesivo; no sé si sigo creyendo".
Un hombre de fe atravesado por las dudas permite que otros crean. Javier Sicilia llegó solo al auditorio en Princeton. Salió seguido de estudiantes. El que estaba más cerca de él, había discrepado de sus ideas. 

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