René Delgado |
La pregunta no es cuántos días le quedan a la administración calderonista, sino cuántos funerales faltan. Con broche de plomo cierra el sexenio.
El autoelogio es el balance de la gestión calderonista, pero la realidad -y la realidad, en estos días, es sinónimo de calamidad- se encarga de poner en su lugar al mandarín y exhibir el desastre que deja por herencia. Muerte sin fin, impunidad inagotable, violencia extrema, ingobernabilidad, secuestro de libertades y derechos y la peor de las certezas: el término de su sexenio no supone el fin de la tragedia.
La caída del telón no podía ser otra. Desde los primeros días, el mandatario renunció a su vocación política para aficionarse por la guerra y, como un aprendiz de brujo, se aventuró en ella creyéndose un gran estratega. No se va un presidente de la República sino un comandante supremo perdido en su laberinto, impedido a declarar: tengo las manos limpias.
En su aturdimiento, construye un memorial sin nombres no para recordar, sino para olvidar lo ocurrido. Afortunadamente su Estela queda como símbolo mayor de su monumental fracaso.
No es para menos, las cosas se hicieron al revés.
El comandante se fue a la guerra sin considerar el estado ni el equipamiento de sus tropas, sin conocer la talla ni el peso del enemigo, sin tener claro el terreno donde libraría sus batallas y olvidándose de convocar a sus aliados para, luego, reclamarles hacer su parte. Se solazó haciendo cualquier cantidad de prisioneros de guerra para, mucho más tarde, darse cuenta de que no tenía dónde ponerlos y carecía del aparato judicial necesario para someterlos al peso de las leyes. Hasta la casaca que un día resolvió vestir le quedó grande.
Una y otra vez desoyó la exigencia de replantear su estrategia porque, por esos días, no faltaron quienes querían ponerle una corona de olivo sobre sus sienes, poniendo en alto su valentía para, mucho después, mirar con asombro la pila de muertos que acumulaba su osadía.
El legado del calderonismo es terrible. El Estado es una quimera en múltiples regiones del país. La democracia lejos de consolidar derechos y libertades fundamentales, los pierde o limita. La inversión requiere considerar los costos extras que la inseguridad provoca o, si se quiere, el impuesto de guerra, el doble tributo establecido por las fuerzas en conflicto. La soberanía se achica frente a acuerdos bilaterales suscritos con Estados Unidos, desconocidos por el Senado de la República, que ni siquiera pregunta a qué agencia pertenecen los oficiales estadounidenses emboscados por la más profesional de nuestras policías.
Lo peor de ese legado es que, en la dinámica del gasto que todo conflicto provoca, se insertó al país en una lógica de guerra, donde de pronto los criminales son el complemento imprescindible de las fuerzas del orden para sostener el ritmo de crecimiento de su presupuesto económico y su peso político. Todo mientras el tráfico de droga se sostiene, el consumo de ellas crece y la actividad criminal se diversifica llevando su negocio al campo de la sociedad. Piso al que no pague el derecho de piso.
Asombra que todavía haya quienes teman una involución política con el regreso del partido tricolor al gobierno, cuando la evidencia es otra: a lo largo de 12 años, el panismo dejó de hacer lo necesario para asegurar la consolidación de la democracia y el fortalecimiento del Estado de derecho y, por acción u omisión, hizo lo necesario para reponer el México bronco que tanto criticaba. Asombra que el comandante no acabe de entender por qué perdió el poder su partido.
Al reclamo de no más sangre, el comandante respondió diciendo no voy a quedarme de brazos cruzados... y, en vez de ocupar a plenitud la residencia de Los Pinos, le tomó gusto al Campo Marte.
Más allá de cuántos funerales faltan para concluir el sexenio, urge saber si el peñismo cuenta con la visión, la estrategia, el equipo y los instrumentos para privilegiar la vida, el derecho, la libertad y el desarrollo por encima de la muerte, la arbitrariedad, el autoritarismo encubierto y el empantanamiento.
Importa porque, aunque ahora, a punto de salir de Los Pinos y del país, el comandante se empeña en diversificar los temas de su agenda para tender un manto sobre el cementerio que lega, el país reclama una visión de Estado para remontar el desastre y la tragedia. Acciones verdaderamente calculadas y estudiadas de corto, mediano y largo plazos para constituir un gobierno de soluciones y salir de la cultura panista de la simple administración de los problemas.
La circunstancia en que Enrique Peña Nieto recibe el país es complicada en extremo. Algunas acciones o iniciativas cosméticas, como las vistas, pueden ser un bálsamo para generar otro ánimo nacional, pero la exigencia es actuar a fondo, rápida y certeramente. A ese complejo desafío se agrega otro: si bien el peñismo hizo suya la elección, nadie salió a celebrar su triunfo. Por el contrario, más han salido a cuestionarlo que a festejarlo. No se ha escuchado el grito de "no nos falles", como se imploró con esperanza pero infructuosamente a Vicente Fox. Es claro, entonces, que el periodo de gracia que se concede a toda nueva gestión es, si existe, mucho más reducido.
El broche con que Felipe Calderón cierra su gestión condena a Peña Nieto a resolver una contradicción: correr con pies de plomo. Pasos firmes y seguros a gran velocidad para gobernar en serio y darle otra perspectiva al país. La operación no es sencilla, sobre todo si, esta vez, no se buscará refugio en los intereses creados sino amparo en la ciudadanía. Enrique Peña tendrá que traicionar a muchas de las fuerzas y los intereses que lo impulsaron si quiere desarmar la estructura de privilegios e impunidades para construir el edificio del derecho, la justicia y el desarrollo.
Insistir en las reformas estructurales en este o aquel otro campo como condición ineludible para actuar, puede no ser la mejor manera de empezar a caminar. Si algo faltó durante los últimos años fue imaginación, osadía y acción política. La ausencia de las reformas estructurales llegó a convertirse en el pretexto para no hacer nada.
Falta tiempo para dar por concluido uno de los más tristes capítulos de la historia reciente del país, pero es menester alentar la idea de realizar la hazaña de recolocar al país sobre los rieles de la concordia para dejar correr el desarrollo político, económico y social, en la vía de la libertad, la justicia y el derecho.
sobreaviso12@gmail.com
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