— Lorenzo Meyer
Matices. Esta columna ya propuso el concepto de "democracia autoritaria" para caracterizar la naturaleza del sistema político mexicano actual, pero una periodista británica que por doce años ha estado observado desde dentro nuestro proceso político, Jo Tuckman, propone el de "democracia interrumpida" y despliega sus argumentos en un libro: Mexico: democracy interrupted, (Yale University Press, 2012). Esta diferencia de adjetivos para caracterizar el estado que guarda la salud política de México no conduce a un diagnóstico muy diferente: el cambio iniciado en el año 2000, y que parecía augurar una nueva era en la historia de nuestro país, muy pronto tomó un camino "terriblemente equivocado" y hoy la esencia de ese cambio corre el peligro de perderse. Claro que una democratización interrumpida implica que puede reanudar su marcha en tanto que una democracia ya contaminada de autoritarismo es más complicada de enmendar.
El trabajo de Tuckman sobre México es heredero y continuador del de otros corresponsales extranjeros, en particular el de Allan Riding, también británico, y que observó muy de cerca y registró por un buen tiempo, la última etapa del largo monopolio del PRI en el ejercicio del poder en México: Distant neighbors: a portrait of the Mexicans, (1984).
Las generalizaciones de Tuckman sobre el estado actual de nuestro sistema político están basadas en la observación directa, personal -entrevistas con personajes de todo nuestro espectro social, desde ciudadanos de a pie hasta expresidentes, pasando por observadores y académicos-, en la consulta de fuentes y trabajos especializados y en el seguimiento sistemático de los medios de información. Es un trabajo periodístico elaborado con distancia, pero con sensibilidad y
simpatía por quienes intentaron superar la herencia autoritaria y, sobre todo, por los afectados por la interrupción del proceso democrático: la mayoría de los mexicanos.
Las Tesis. Como corresponde al género periodístico, el libro no presenta un marco teórico explícito, pero sí una serie de hipótesis muy claras y atendibles, derivadas de una central: al venirse abajo el sistema de control político centralizado tras el fin de la larga etapa de partido hegemónico -el PRI-, las instituciones estatales de todos los niveles eran débiles y maleables, y resultaron inadecuadas para la tarea que tenían frente a ellas: la de llevar adelante el proceso de democratización.
Para Tuckman, dispuesta a ver tanto las facetas positivas como negativas de nuestro proceso político, resulta que si a la democracia se le da una definición estrecha -"la organización de elecciones en buena medida libres e imparciales"- entonces la mexicana aún puede verse como una relativamente sólida. Sin embargo, si se opta por una definición de más fondo, más participativa y que incluya de manera sistemática los medios para que los ciudadanos puedan llamar a cuentas a las autoridades electas, entonces hoy "la democracia está tan distante como antes de que [Vicente] Fox asumiera el poder [en el año 2000]", (pp. 2-3).
Con Fox triunfó la posibilidad de que México empezara a vivir en democracia, pero con Fox esa posibilidad entró, casi de inmediato, en su etapa de decadencia. Para Tuckman, la responsabilidad -más bien, la irresponsabilidad- de la clase política mexicana en esta pérdida de rumbo del proceso político mexicano, es enorme. Y esa responsabilidad recae tanto en los hombros de la derecha como de la izquierda, aunque no en el mismo grado.
El efecto final de pasar del sistema priista a uno de mayor pluralidad ha sido perverso justamente por combinar debilidad institucional con una pésima dirección política. El aparato estatal se ha fragmentado y una variedad de fuerzas se ha dedicado a monopolizar partes de esa pedacería. Y el grueso de la obra está dedicado a examinar cómo los pedazos del antiguo régimen nacido de la Revolución Mexicana han sido acaparados o dominados por determinados actores, electos o no, pero
cuya conducta e intereses son antagónicos a la democracia. Para empezar están los gobernadores, en particular los priistas, que se comportan como señores dueños de feudos (aquí Tuckman echa mano de las tesis de Rogelio Hernández en El Centro dividido, de 2008) y también los ya tristemente célebres "poderes fácticos", cuya lucha por preservar y aumentar condiciones monopólicas o cuasimonopólicas ha contribuido a debilitar aún más a un Estado ya débil de origen. En estas páginas aparecen las crónicas de los éxitos lo mismo del duopolio televisivo que de Gruma, o de la "maestra Elba Esther Gordillo y otros líderes sindicales, por acumular con voracidad ganancias en el río revuelto en que en un solo sexenio se convirtió el sistema pospriista.
Un lugar especial le merece a la autora el examen del desarrollo de los cárteles de los narcotraficantes y el fracaso de la lucha emprendida en su contra por Felipe Calderón. Esta lucha llevó muy rápidamente al nada sólido tejido institucional a sus límites. Al rebasar esos límites antes de siquiera poder acercarse a la meta -hacer que las organizaciones criminales devolvieran al Estado una parte sustantiva del control territorial que le habían arrebatado- la situación inicial, de por sí mala, empeoró.
La injusticia institucionalizada -ilustrada, entre otros, por el caso de la prisión de la indígena Jacinta Francisco Marcial, ¡acusada de secuestrar a seis agentes de la AFI!-, la pésima distribución del ingreso, la corrupción omnipresente, la debilidad de la economía y del fisco y sus efectos sobre la vida cotidiana de las clases mayoritarias, la destrucción acelerada del balance ecológico, la disfuncionalidad de los partidos, la fragmentación de la opción de izquierda, son algunos otros de los fenómenos que el libro examina como parte de las razones de la pérdida de rumbo de la democratización mexicana. Sin embargo, es el fenómeno del narcotráfico y la política seguida por las autoridades para confrontarlo, donde Tuckman ejemplifica mejor la equivocación de la ruta tomada.
Otra manera de resumir la tesis de México: democracia interrumpida es esta: desde el momento mismo del arranque de la etapa democrática, la energía política debió dirigirse a la manera de una emergencia -la ventana de oportunidad era única- a rehacer el entramado institucional del Estado
para consolidar el terreno recién ganado y luego empezar a enfrentar con decisión las tareas de fondo y largo plazo: rehacer los sistemas de justicia, fiscal, policiaco, educativo, de seguridad, de servicio civil. No se hizo así.
Tuckman no cita a Maquiavelo, pero en El Príncipe (1513) ya estaba planteado el problema: en política no hay nada más difícil que consolidar un sistema recién echado a andar. Fox y Calderón estuvieron lejísimos de poseer la inteligencia y determinación y sentido de responsabilidad que la tarea demandaba. La energía política generada por la transición la disiparon o mal usaron y por ello nos encontramos donde estamos.
¿Y en dónde estamos? Pues en donde se suponía que ya no deberíamos estar: en el retorno de un poderoso partido que apenas doce años atrás había perdió el poder "debido, en buena medida, a una reputación bien ganada por sus acuerdos sucios, su corrupción, el mal manejo de la economía y su autoritarismo" (p. 6).
La Frase Exacta. No es central para el juicio sobre la obra de Tuckman, pero se agradece que su análisis esté salpicado por la frase aguda: "A Fox se le considera como el presidente que nunca quiso realmente el poder (o por lo menos que tan pronto como llegó a la presidencia dejó de intentar hacer algo significativo con él)". Al inicio de su mandato, un Calderón "despojado de su luna de miel, se fabricó otra [la lucha armada contra el narcotráfico]", pero que finalmente terminó por "…transformando un problema serio en un desastre". En relación a las ganancias inaceptables de los monopolios mexicanos, se parafrasea a Winston Churchill: "Raras veces tantos han pagado tanto a tan pocos". Examinando el actual desastre ecológico, se concluye: "El ritmo de la desforestación mejoró mucho durante la administración de Calderón". Al racismo mexicano se le caracteriza no como abierto sino como "oblicuo". "[E]l sistema político mexicano pareciera haber quedado atrapado en una especie de limbo disfuncional. Dejó atrás la hegemonía de un solo partido, pero falló en lograr la transición a una democracia…"
Conclusión. Tuckman concluye: "Opto por imaginar a la democratización mexicana como una novela que se ha empantanado en sus propias historias secundarias. Quizá está interrumpida e incluso perdida, pero desde luego no está exhausta".
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