lunes, 15 de octubre de 2012

Rafael Loret de Mola - Arrebatar el poder

Rafael Loret de Mola
En cualquier latitud y de acuerdo a cada uno de los modelos políticos en uso, arrebatarle el poder al grupo que lo detenta –esto es más allá de partidos políticos y candidatos circunstanciales-, no es una cuestión somera ni sencilla; al contrario, y en ello coincidimos con el icono de la izquierda –que me perdonen los necios, pero no se debe ver sólo la oscuridad-, la transformación profunda de un país lleva tiempo, mucho tiempo. En el caso de México, como si se tratase de una advertencia a quien ejercerá el poder Ejecutivo a partir del primero de diciembre, Enrique Peña Nieto, su adversario, Andrés Manuel López Obrador, situó en dos, tres o seis años, el momento preciso para la victoria de su causa. Esto es: durante el sexenio por venir y acaso por derivación de una esperada inoperancia del mismo que, claro, sería muy dañina para el país.




¿Desde hace cuánto que un mandatario mexicano deja el poder con el reconocimiento mayoritario?¿Podríamos hablar de López Mateos, popular y populachero, o tendríamos que señalar al general Cárdenas? De cualquier manera ya pasaron varios regímenes y sería muy difícil comparar unos y otros para aflorar sus virtudes cuando las condenas históricas los someten sin remedio al escarnio general. Pese a ello, los “ex” viven y pastorean con tranquilidad salvo momentos específicos de ofuscación como cuando Carlos Salinas, tras la aprehensión de su hermano Raúl, decidió hacer una breve y ridícula “huelga de hambre”, en febrero de 1995, en supuesta defensa del honor familiar. ¿Y cuántas veces llamó al entonces procurador, el panista Antonio Lozano Gracia –colocado en el cargo estratégico como una avanzada-, para preguntarle si irían también por él? Esta versión me la dio el propio Lozano para mi obra “El Gran Simulador” –Grijalbo, 1998-, misma que, por cierto, fue presentada, entre otros, por el entonces gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, en el Palacio de Minería.

(Al respeto debo apuntar que invité a representantes de cada uno de los partidos políticos; en el caso del PRD hablé con López Obrador, entonces dirigente nacional de su partido, Cuauhtémoc Cárdenas, quien fungía como jefe del gobierno defeño, y Porfirio Muñoz Ledo. Este último me dijo, en concreto: “el presidente de la Mesa Directiva del Senado no puede hablar de un libro en la que aparece el rostro del presidente con el título de simulador”. Y ninguno se presentó a pesar de mi insistencia –no niego que me dolió el desaire-, y fue enviada una representante de mediano perfil al acto. Ellos mismos se exhibieron).

El caso es que, pese a temores personales, suele no tocarse a los ex mandatarios bajo la débil argumentación de que así se preserva la validez y dignidad de las instituciones; una auténtica falacia. En realidad se les protege, se cubren todos sus gastos y se les brinda guardia de por vida, incluyendo a Luis Echeverría, juzgado por genocidio aun cuando el juez optó por exonerarlo luego de un cómodo arraigo domiciliario que mermó considerablemente su entereza, amén de la muerte de su esposa María Esther, una dama excepcional. Pero ni siquiera en este caso, con el que pretendió crearse un antecedente, fue significativo para romper la invulnerabilidad del presidencialismo; al contrario, se hizo mayor la injusticia y la distancia entre los protegidos y quienes son presuntos culpables por no tener manera de defenderse o son capturados siguiendo los lineamientos de la DEA y la CIA. Todos conocemos casos que horrorizan.

El hecho es que, en ocasiones y tras los comicios federales de este año, se nos olvida que el PAN, y no el PRI, es todavía el partido en el gobierno y en posesión de los instrumentos y artimañas del poder que pudieran servir para manejar a los órganos rectores de una contienda política, incluyendo a los supuestos “autónomos”, como el IFE o el TRIFE, cuyos miembros tanto dependen de los jugosos estipendios concedidos por el Ejecutivo, además de la notoria influencia de este poder para estructurar los cuadros o copar a quienes quieren mostrarse como independientes pero dialogan debajo del agua con los emisarios de Los Pinos. Negarlo, a estas alturas, sería igualmente no concederle la menor inteligencia al colectivo que ya maduró lo suficiente para andar con los ojos abiertos.

¿Sería preferible, entonces, que un dictador, digamos como el venezolano Hugo Chávez, atemorizara a los votantes con una “guerra civil” y así asegurar que, canceroso y todo, sigue vibrando “el corazón” de su país... que es él, naturalmente? Así lo estimaba también Don Porfirio, cuando los mexicanos, a cambio de dignidad civil reconocían la infraestructura y las inversiones de la autocracia como regalos benditos; y Maximiliano, más atrás, nunca entendió por qué el pueblo mexicano, del cual surgieron los traidores conservadores que le invitaron a viajar desde Miramar, se disgustaba tanto por cuanto cobraban él su loca consorte, Carlota, quienes yacen a mucha distancia uno del otro como para señalar el abismo que los separó siempre. Pese a ello, la historia es implacable, sobre todo con los usurpadores o con aquellos que se eternizan con el poder. ¡Menos mal que el gran Juárez murió de angina de pecho, en el lecho presidencial, cuando ya se fraguaba la asonada contra él! Los cánones habrían cambiado de manera dramática, pero los hubiera sencillamente no existen.

Tras tantos meses de debates, análisis y encuentros, no puede seguir negándose que el PRI retorna a la residencia oficial porque tuvo una mayor convocatoria, por una parte, y una más grande capacidad para atraerse votos, a las buenas y malas, muy por encima de cuanto hizo el PRD y, desde luego, el PAN, acaso beneficiario de una segunda alternancia al estilo depurado del zedillismo, esto es para vender a su partido a cambio de protección perenne. Calderón, poco talentoso para ver más allá de sus narices, siguió el libreto de Ernesto, el gran simulador, y consumó la segunda alternancia. Desde entonces, se le ve relajado y feliz como si se hubiera quitado un gran peso de encima o conociera, de antemano, un desenlace que todavía está lejos de las miradas de los curiosos y observadores. ¿Otra vez la continuidad con signo diverso pero sin trasfondo estructuralmente distinto?¿Cómo en 2000?
Ahora bien, de haberle arrebatado la izquierda el poder a sus aliados de 2010 y 2011, los panistas falsamente repudiados por cuantos integran la posición extrema, ¿estaríamos esperando una segunda versión del chavismo con todo y sus referentes a Dios y al “amado pueblo” que hizo posible, con bayonetas caladas, una victoria que podría ser pírrica. No estoy muy seguro, insisto en este punto, de la vitalidad del vencedor; como no lo estoy sobre la de otros mandatarios latinoamericanos, bajo una especie de epidemia tan extraña como pertinaz.

¿Sólo de esta manera podría pasar la época de Chávez a quien los venezolanos que viven fuera de su país repudian, no así quienes, en buena parte, alegan en pro de los beneficios sociales por él derramados –una especie de Distrito Federal con perspectiva de nación-, cuyas dosis de medicinas del poder lo están sacando a flote... y de qué manera?
Desde luego, los lopezobradoristas siguieron muy de cerca el proceso venezolano y el diario de la izquierda coloca a Chávez casi como un redentor de su pueblo, obviando sus desplantes autoritarios y su insensato actuar extranacional para favorecer a las Fuerzas Armadas de Liberación de Colombia, esto es como si quisiera dibujar una gran patria bolivariana, con Colombia y Bolivia, sobre todo, con él como único héroe regional, emulando a su querido amigo Fidel, el de Cuba. Por allí estuvo Dolores Padierna, cuyo esposo, el desprestigiado René Bejarano, continúa siendo el principal operador y consejero del tabasqueño intolerante, incapaz de conceder alguna razón a sus rivales o a sus críticos; la verdad es sólo aquella que sale de sus labios; lo mismo que sostiene Chávez cuando alega que la “revolución” por él emprendida hubiera caído en la ruina, el desastre total, con un triunfo de Capriles quien unificó a la oposición, pero no pudo superar el muro del poder omnímodo. Para ello... se requiere bastante más que tiempo y recursos.

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/arrebatar-el-poder

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