Al igual que Enrique Peña Nieto el viernes y el sábado, Miguel Ángel Mancera tuvo un excelente estreno como jefe de Gobierno del DF. Al igual que Peña Nieto, dejó en claro que él ganó la elección, él formó el gabinete y él tomará las decisiones y mandará.
Creo que nadie desde Cuauhtémoc Cárdenas en 1997 llega con más fuerza al viejo Ayuntamiento. Con la diferencia de que Mancera gobernará con unas instituciones y una experiencia metropolitana de las que Cuauhtémoc carecía.
Mancera hereda, además, una ciudad que, como dijo con acierto al despedirse Marcelo Ebrard, tiene una autoestima infinitamente más alta que hace 15 años. Y creo que los capitalinos traen ganas de que las cosas sigan mejorando. El futuro, pues, es todo de Mancera.
Un futuro que pasa, antes que nada, por la calidad de su gobierno. El DF es generoso en el reconocimiento, pero muy duro cuando se siente defraudado. El tamaño del reto de Mancera es el de las expectativas con las que asume el cargo. Altas, muy altas.
Por eso, no va a tener tiempo ni espacio para distracciones. El 2013 y el 2014 deberán ser años de resultados, eficacia, calidad de vida: para clases bajas, medias y ricas. Porque, hoy, en esta ciudad es tan importante el ingreso como la seguridad, el empleo, los espacios públicos, la salud, la estética, el consumo, los sueños.
Solo entonces, si las cosas marchan muy bien, estaría en condiciones de perfilar su imagen para 2018, de construir el imaginario del primer Presidente de la República surgido de la izquierda.
El futuro es suyo, siempre que sea eficaz, exitoso y no cometa el error de invertir los plazos. Y las prioridades.
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