Luis Videgaray regresó este viernes a San Lázaro a presentar el primer presupuesto del Gobierno de Enrique Peña Nieto. Lo hizo sin leer, pero de corrido, articulado y con datos que vestían los conceptos rectores. No sorprendió a nadie. Desde que fue diputado en la anterior legislatura, desde donde transitó a coordinar la campaña de Eruviel Ávila para gobernador en el Estado de México, su campo de entrenamiento para ser el jefe de la campaña presidencial de Peña Nieto, Videgaray se ganó respeto por su inteligencia fría, que superaba la percepción de déspota como muchos lo describían.
Videgaray es un hombre difícil, de importantes atributos y cabeza estratégica, pero a veces da la impresión que no le han enseñado que en la política los amigos nunca sobran. Es una persona que en ocasiones maltrata a sus colaboradores y que siempre parece que guarda distancia. No es fácil establecer un primer puente con él, pero una vez que uno atraviesa la primera frontera, la comunicación se vuelve fluida, al ser una persona que escucha y pregunta con agudeza lo que no sabe. Pero sobretodo, ejecuta.
Videgaray no pierde tiempo y busca resultados. Eficiencia y resultados son como un credo que lo vinculó desde hace casi una década con Peña Nieto, que piensa de igual forma. Lo conoció cuando era secretario de Administración en el gobierno de Arturo Montiel, y Videgaray fue enviado por Protego, la consultora fundada por Pedro Aspe, para que los ayudara en las finanzas públicas. Peña Nieto siguió su carrera política como diputado y luego candidato a gobernador. Cuando asumió el poder estatal, lo nombró secretario de Finanzas y Administración.
Videgaray, que nació en el paradigmático 1968, perdió a su padre a los 11 años y estudió dos carreras en paralelo, Derecho en la UNAM, y Economía en el ITAM. Desde joven tenía inclinaciones políticas. Ingresó al PRI en 1987 y tuvo intensa actividad en la Sociedad de Alumnos itamita, donde convivió y compitió con José Antonio Meade y Ernesto Cordero, que años después también llegaron a secretarios de Hacienda. No parecía que su futuro sería el político sino el financiero, y el ala derecha de Palacio Nacional, donde se encuentra la Secretaría de Hacienda, su sueño.
Como con varios de su generación, Aspe fue su principal mentor. Como secretario de Hacienda en el Gobierno de Carlos Salinas, Aspe lo invitó como asesor durante un par de años, de donde, también de su mano, alcanzó un lugar y una beca en el Instituto Tecnológico de Massachussetts, de donde obtuvo su doctorado. De regreso a México se incorporó en Protego, como el responsable de Finanzas Públicas, de donde saltó a la asesoría del gobernador Montiel. Su relevo en Protego fue Fernando Aportela, a quien llamó para convertirlo hoy en su subsecretario de Egresos.
Videgaray se ganó rápidamente la confianza de Peña Nieto y junto con él comenzaron a idear lo que en 2012 se convertirían en algunas de sus propuestas más rupturistas de la campaña presidencial, como la iniciativa para transparentar la publicidad oficial en los medios de comunicación, que se consideró que era respuesta a la crítica de ser demasiado cercano a Televisa. La realidad venía de tiempo atrás, cuando como responsable de las finanzas en el Estado de México, Videgaray descubrió todo el dinero que se entregaba a medios de comunicación estatales que carecían de representatividad, alcance e influencia. Recortarles los fondos públicos le trajo una campaña en contra, que murió por inanición a los dos meses.
Videgaray es, como Peña Nieto, pragmático y rápido, quizás con un solo dogma, la transparencia del gobierno. Cuando se escuchan los discursos del Presidente es común encontrar los ecos y las evocaciones de un Gobierno que rinda cuentas y que sea abierta. Es la influencia de Videgaray que, cuando gobernador, le sirvió a Peña Nieto para blindar su gestión. Tampoco le gusta perder tiempo y tiene el temple para que, aquél que fracase en su encomienda, lo haga a un lado.
Eso hizo poco antes de la toma de posesión, cuando cesó en forma fulminante a quien había llevado para trabajar cerca del Presidente, Andrés Antonius González, con quien había departido tres semanas antes en su fiesta de cumpleaños. Al no estar a la altura de las expectativas —no en lo profesional, sino en su comportamiento personal—, Videgaray lo hizo a un lado sin miramientos. Caso contrario fue el diseño estratégico mental que debió haber realizado cuando se hizo la arquitectura del gabinete, donde la Secretaría de Gobernación que estaba destinada al número dos de la campaña presidencial, Miguel Ángel Osorio Chong, se dibujaba como un monstruo por la acumulación de poder.
Pero si Osorio Chong tendría el poder, Videgaray tendría la plaza de Los Pinos. Dos de sus colaboradores más cercanos, Aurelio Nuño y Frank Guzmán, llegaron a puestos claves en la Presidencia. El primero, con quien se habla de usted pese a la vieja relación profesional, quedó a cargo de la jefatura de la Oficina; el segundo, coordinador de asesores y responsable de los discursos presidenciales —aunque Jesús Alcántara, mexiquense y cercano a Peña Nieto, redacta algunos de los más importantes—.
Videgaray también se quedó con la gasolina de todo el poder, al ordenar que los presupuestos de gobernadores y presidentes municipales ya no se verían en la Cámara de Diputados, sino en Hacienda. Ningún proyecto podría pasar a la Comisión de Presupuesto, si carecía del folio de la Secretaría de Videgaray. La negociación por los dineros, que comprenden compromisos, no estará en Bucareli, sino en el Zócalo. Con sutileza, Videgaray usó las tijeras para acotar a sus pares en el gabinete y a Osorio Chong, quien por decisión presidencial, será el jefe del gabinete y, por ende, del secretario de Hacienda.
Es forma, pero no fondo. Así ha jugado con él Peña Nieto desde hace tiempo. Fue su nombre uno de los dos —junto con el de Alfredo del Mazo Maza—, que reveló en pláticas privadas con periodistas como el que estaba en su corazón para sucederlo como gobernador en el Estado de México. Fue a quien llevó como Plan B, en caso de cualquier contingencia, como coordinador de la campaña de Ávila. Fue a quien le encargó el diseño y ejecución de su campaña presidencial. Es a quien le ha depositado la responsabilidad de encontrar el dinero para su ambicioso plan de gobierno. Pero decir desde ahora que Peña Nieto lo perfila como su sucesor, sería temerario. Lo puede pensar Videgaray, como reflejan sus movimientos tácticos, pero inteligente y estratégico como es, sabe que apenas comienza el sexenio que, como su nombre no lo dice, tiene cinco años —lo que falta para la siguiente candidatura presidencial—.
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