sábado, 15 de diciembre de 2012

Raymundo Riva Palacio - Estado de Sitio


 PRIMER TIEMPO: La zorra empieza a disparar a sus tiradores. La mejor técnica para pelearse con Elba Esther Gordillo, recomienda la experiencia, es no ponerse los guantes de box. No muchos lo entienden. Sí lo diagnosticó correctamente el secretario de Educación Emilio Chuayffet, quien tuvo un encontronazo espectacular hace casi 10 años donde casi se juraron la muerte política. Tras anunciar la reforma educativa, Chuayffet dijo que no iba dirigida a nadie. No tocó a la maestra, ni la agravió ni la lastimó. Como decía un colaborador del presidente Enrique Peña Nieto cuando se le designó secretario de Educación y se anticipó la re-edición de su pleito, “no se pelearán, porque los dos son políticos profesionales”. Zapatero a tus zapatos. Un abrumador número de columnistas políticos aseguraron que conflicto habría y que la maestra rechazaría la reforma educativa. Cuando el sindicato respaldó totalmente la reforma, no supieron cómo entenderla. La habían masacrado con sus letras y palabras, llevada a la guillotina y cortado su cabeza. Pero al final del día, la habían fortalecido. 





Mexicanos Primero, la organización no gubernamental vinculada a Televisa que dirige Claudio X. González Jr., que ha sido su enemigo público número uno, entendió más rápido que los guantes de box le daban energía, y precisó que su respaldo a la reforma era sólo por la educación, sin nada personal. Ir directamente contra ella, apreciaron, no tiene sentido. Si el enemigo externo crece, su fuerza interna se fortalece. La ingenuidad de los expertos en las dinámicas de la política fue aprovechada por la maestra, que optó por el silencio y dejó que le construyeran el mejor de los escenarios: victimizarla ante la opinión pública y preocupar a los políticos profesionales que no querrán derrocar a Saddam Hussein sin antes no tener otro Saddam Hussein de remplazo, y caer en la ingobernabilidad.

- SEGUNDO TIEMPO: El Cordero no tiene piel de cordero. Qué lata ha sido para muchos un funcionario público que no tenía experiencia política y que se convirtió en el líder de los panistas en el Senado. Quién hubiera pensado que Ernesto Cordero, de cara afable y sonrisa pegada, fuera un dolor de cabeza para el veterano operador priista Emilio Gamboa. Dentro del priismo acusan a Cordero de no responder a una agenda del PAN sino a una propia, por razones que todos, incluidos los dirigentes panistas, desconocen. A los líderes panistas les sorprendió que sin consultar con el líder nacional Gustavo Madero, frenara la Ley de Administración Pública hasta que el PRI aceptara la ratificación senatorial de todos los cargos estratégicos en Seguridad Pública. Metió a los panistas en un conflicto al negarse a ir a la presentación de la Reforma Educativa porque la invitación no se hizo en tiempo y forma, que tuvieron que pedirle que no les hiciera ese vacío, como también estuvo a punto de suceder cuando se firmó una semana antes el Pacto por México. Cordero se ha vuelto una piedra en el hígado del PRI y una roca en el zapato del PAN de Madero. Pero las infidencias de que los azules están molestos con él, animaron a los priistas a desacreditarlo en la prensa y crear condiciones para empujar al PAN a destituirlo como su líder en el Senado. Pero, si eso sucediera, ¿quién lo releva? Ahí frenaron en seco los panistas. Madero ya salió a respaldarlo y aseguró que Cordero es y seguirá como líder del Senado. A aguantar el coraje, es el mensaje del líder panista a los suyos, y esperar a que cambien los vientos. Tiene razón. Si el PAN quiere cambiarlo porque no lo aguantan y es incontrolable, lo tendrán que hacer de manera soberana, no empujados por los priistas, que a punto estuvieron de llevarlos al precipicio.

- TERCER TIEMPO: Tan bien que iba, tan mal que terminó. Hace poco más de un año despertaba grandes expectativas de grandeza, pero Marcelo Ebrard, que tuvo en sus manos la candidatura presidencial de la izquierda, se doblegó ante Andrés Manuel López Obrador que le manoteó sobre la mesa y se paró de la negociación bilateral para decidir quién sería el ungido. Ebrard, que dijo que no dividiría a la izquierda, tiró la toalla. La tiró completa, de hecho, porque tampoco aspiró a un cargo de elección popular y apostó todo a concluir exitosamente su gobierno en el Distrito Federal. Pero lo que mal empezó hace un año, mal terminó ahora. El gobernante de las obras inconclusas, que entregó el gobierno a Miguel Ángel Mancera con la ciudad de México hecha un desastre, tuvo sus epílogos dramáticos. Arrastraba en las últimas semanas de gobierno el haber aceptado, mediante la entrega de varias decenas de millones de dólares, colocar la estatua de un dictador en Azerbaiyán en Chapultepec. Y en la última semana de su gestión, no pudo evitar la más violenta gresca callejera en la historia de la ciudad, que dejó pérdidas por más de mil millones de pesos, que le valieron calificativos de “represor”. Ebrard era una promesa y terminó como fiasco. Es muy injusto que se le juzgue por lo último que hizo o no hizo, y no por todo lo alcanzado en su gobierno. Pero la política es cruel y él lo sabía. Tomó decisiones equivocadas y ahora lo sufre. Para todos, es el gran fusible quemado que sigue envuelto en fuego, una pieza desechable que no merece ser, pero que él ayudó a construir por sus errores en el último tramo de su reinado capitalino.

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