En otra circunstancia, no quedaría más que alegrarse al ver la imagen de ayer. Javier Sicilia reconociendo, saludando, abrazando al presidente Peña Nieto por “cumplir con lo más sagrado que un ser humano tiene, su palabra” y promulgar la Ley General de Víctimas.
La estampa política es hermosa, pero tiene demasiados peros. Al expresidente Calderón le convenía tanto como a Peña Nieto un momento así. No lo obtuvo porque consideró que la Ley de Víctimas tenía graves errores. Por eso la devolvió al Congreso y terminó enviándola en controversia a la Suprema Corte de Justicia.
Sería insensato argumentar que Calderón se confrontó con el movimiento de Sicilia por razones políticas, ideológicas, por terquedad o traición. Creyó que era una mala ley en un tema especialmente delicado.
Es lo que piensa, por ejemplo, México SOS, encabezada por Alejandro Martí. Ayer mismo, la organización nacida también del dolor, comunicó que la ley promulgada “no aprueba el control de constitucionalidad, ya que en diversas disposiciones se contrapone con principios constitucionales”.
México SOS subraya que la ley solo contempla atender a víctimas del fuero federal, no establece cómo deben participar las organizaciones de la sociedad civil, “prevé un esquema en que el Estado debe reparar el daño cometido por un particular” (podría ser “El Chapo” Guzmán), no establece de manera clara quién podría ser víctima”, en fin.
El Presidente parece saber todo eso. De hecho, aceptó ayer que la ley era perfectible. Por lo pronto, tiene el reconocimiento y abrazo de Sicilia y su movimiento.
Ojalá no sea al costo de una monstruosidad legal.
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