domingo, 7 de abril de 2013

Riva Palacio - El problema de Andrés Manuel López Obrador.

Andrés Manuel López Obrador no se encuentra en el mejor momento de su vida.



Golpes políticos y personales lo han minado en las últimas semanas y su discurso provocador y agudo, ha perdido fuerza. Tampoco parece encontrar la tranquilidad interna de otros tiempos que le permitía dibujar sus nuevas estrategias y construir alianzas en torno suyo, producto no sólo de lo vertiginoso y espectacular de los acontecimientos cuya agenda él siempre dominaba, sino porque se quedó sin los apoyos que le ayudaban a no pensar en la sobrevivencia, sino sólo en lo que es la razón de su vida, la política.



López Obrador está descuadrado políticamente. El flujo continuo de recursos que tuvo durante los seis años del gobierno de Marcelo Ebrard en el Distrito Federal fueron cortados, por lo que sus finanzas se han deshidratado. Dos casas que tenía en la ciudad de México Morena, la placenta de su próximo partido, fueron desalojadas ante la falta de dinero para pagar la renta.





Y la reducción de aportaciones que entregaban diputados y senadores de izquierda a su causa, limitaron sus esfuerzos proselitistas en el país. Ni siquiera en su natal Tabasco, donde ahora gobierna el perredista Arturo Núñez, encontró un pequeño cuerno de la abundancia, al establecerse como techo el compromiso del gobernador con él en seis secretarías, pero nada de dinero en efectivo.



La política es un arte, pero para que se pueda desarrollar y extender, para persuadir y construir, se necesitan recursos. Ya no los tiene López Obrador, quien en medio de esta crisis financiera que aún no muestra públicamente su profundidad, perdió el mes pasado a una de las personas más cercanas que ha tenido en su larga carrera política, Alberto Pérez Mendoza, su alter ego durante más de tres décadas, quien murió como consecuencia de un derrame cerebral..



López Obrador, gran lector de las actitudes políticas, tampoco ha podido descifrar al gobierno de Enrique Peña Nieto, y sus afirmaciones saturadas de lugares comunes, han sido contradichas, perdido impacto, o chocado contra el piso. La primera fue haber asegurado que la maestra Elba Esther Gordillo formaba parte de la mafia que había regresado al PRI a Los Pinos y que recibiría como premio la Secretaria de Educación.



Le sucede también al no terminar de comprender que el relevo de gobierno no sólo fue de partido sino generacional y de conceptos, y que colocar a todos sus adversarios en una misma bolsa, lo empuja a tener errores de diagnóstico. Felipe Calderón dejó la Presidencia hace más de cuatro meses y aún acude a la etiqueta de “títere” para poder justificar su dicho que Peña Nieto es el siguiente “títere” de los poderes fácticos encabezados por el ex presidente Carlos Salinas, quien es su molino de viento.



La fijación con Salinas lo bloquea para elaborar nuevas formas de análisis y entender que el mundo negro y blanco en el que vive, se volvió totalmente obsoleto. López Obrador no es un político tan primitivo como para que el maniqueísmo sea la díada en la que se maneja. Pero sí lo usa intensamente en el discurso, que ha ido perdiendo seguidores al no saber transformarlo sin que al hacerlo traicione a su núcleo más fiel de seguidores que, a la vez, se encuentran entre los grupos políticos menos sofisticados, aunque más beligerantes.



La parte donde quedó más desprotegido al no tener un nuevo discurso fue el Pacto por México, el acuerdo cupular que le ha permitido al nuevo gobierno establecer una cooperación con el PRD y el PAN para sacar adelante una serie de reformas que fueron prácticamente extraídas del programa de gobierno que propuso López Obrador en materia social, educativa, a favor de los pobres y contra los monopolios. Este andamiaje de las élites políticas, al que repudia sistemáticamente, lo puso en la contradicción de oponerse a lo que por largo tiempo él mismo ha propuesto.



Por la misma razón que no puede cuestionarlo de fondo, López Obrador se queda en la forma y, como consecuencia, su crítica se vuelve superficial y débil, difícil de articular. Por ejemplo, esta semana, cuando el gobierno federal informó que habían frustrado un atentado en contra del diputado Ricardo Monreal, quien fue su coordinador de campaña presidencial y el único político de envergadura que se mantuvo fiel a él en los peores momentos del proceso, y de su hermano, el senador David Monreal, hizo malabares retóricos para mostrar su escepticismo.



“Nuestra solidaridad con David y Ricardo Monreal”, escribió en su cuenta de Twitter la madrugada del 5 de abril. “Cortina de humo, intimidación, terror, y de parte de quién? Debe saberse pronto la verdad”. Ricardo Monreal, su fiel escudero, expresó su confianza en la PGR, en abierta contradicción con López Obrador. Sus preguntas, sin contexto, quedaron sin sustento. Cortina de humo, ¿para ocultar qué cosa? Nunca lo explicó. ¿“Intimidación” y “terror”? No abundó en cuál podría ser la razón de ella o quién o qué grupo podrían ser los destinatarios de esa acción.



El caso de los hermanos Monreal es como el de la maestra Gordillo: las categorías sobre las cuales analiza los actos públicos, son obsoletas. López Obrador no las ha cambiado, y la pregunta es sí tendrá la determinación para modificar los referentes para ver la realidad de hoy. Le urge la construcción de un nuevo discurso que le permita recuperar los espacios mediáticos que los nuevos protagonismos en la izquierda le han arrebatado por entender mejor los tiempos que se viven.



López Obrador se encuentra muy solo. Los gobernadores de izquierda optaron por una ruta de entendimiento –y beneficios presupuestales- con el gobierno de Peña Nieto. Una de sus bases de apoyo, la corriente de René Bejarano y Dolores Padierna, se separó de él hace tiempo y ha usado a Ebrard como parapeto para acercarse, paradójicamente, al gobierno de Peña Nieto y ofrecerle sus servicios políticos para las elecciones en el Distrito Federal en 2014. Sin dinero ni bases electorales, el futuro de López Obrador no se ve promisorio.



Sin embargo, López Obrador es un animal político a quien nadie puede dar por muerto. En dos ocasiones, tras derrotas en Tabasco y las presidenciales en 2006, se lanzó a una gira de introspección y reconstrucción de bases por el país, del cual regresó con mayor fuerza. Hoy se encuentra nuevamente en ese proceso. Necesita convertir a Morena en un partido para 2014 y que le lleguen los recursos que hoy no consigue por ningún lado. Necesita sobrevivir la sequía unos meses más en estos momentos tan bajos de su vida política.



Pero a diferencia del pasado, no será suficiente. Hoy enfrenta una realidad que le quitó banderas y propuestas, que hizo que sus enemigos sean ahora sus aliados y que lo hayan colocado en una contradicción. El problema más profundo que tiene López Obrador es él mismo, y la prueba definitiva es si será capaz de cambiar sus formas de pensamiento, análisis y diagnóstico para desarrollar nuevos planes de acciones para adecuarse a la transformación de la política que aún no logra aceptar.

Fuente: http://www.ejecentral.com.mx/portarretrato-el-problema-de-lopez-obrador/

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