Ni las causas ni los métodos de los maestros de Guerrero justifican el daño que representa para la región la interrupción de la vía de comunicación más rápida entre Acapulco y el DF.
Ciertamente las imágenes de granaderos embistiendo a los manifestantes no son fáciles de asimilar para alguien como su servidor, quien ha buscado estar al lado de las causas de los desesperanzados y los débiles en su eterna brega frente a los poderosos. Pero hace tiempo que el mundo dejó de proporcionarnos imágenes en blanco y negro en las que los buenos siempre estaban del mismo lado y los malos no escondían sus pérfidas intenciones.
Para empezar, cuesta trabajo entender las buenas causas en el movimiento de los maestros de Guerrero y Oaxaca. Su rechazo a un sistema profesional de evaluación de los docentes no concita simpatías. La protección de supuestos derechos laborales perpetúan la ineptidud en detrimento de un bien común mucho más importante para la sociedad: la calidad de la educación de las nuevas generaciones. La reforma educativa es perfectible, por donde se le mire, pero hay amplios consensos entre críticos y especialistas de que constituye un avance importante para remover obstáculos y mejorar la calidad del magisterio.
Y si las causas son cuestionables, los métodos tampoco parecen
adecuados. Afectar la vida cotidiana de miles de ciudadanos que
transitan por esta vía pública no me parece un recurso aceptable para
exigir una reivindicación gremial. Otra vez, la imposición unilateral de
una exigencia particular sobre el interés general. Recuerdo el caso,
hace varios años, de una mujer que murió en una ambulancia que quedo
atrapada durante horas en un bloqueo de carretera por un tema de aumento
de becas a normalistas rurales. ¿Cómo explicar a sus familiares que su
muerte había sido un sacrificio político en aras de una causa sobre la
que no tenían vela, pero sí entierro?
Hace muchos años impartí clases en la escuela de Economía de la
Nicolaita, en Morelia, atraído por un proyecto piloto de “excelencia
académica”. Entre otras cosas, incluía un gobierno a través de un comité
académico formado por cuatro profesores y cuatro alumnos. Las cosas
resultaron interesantes hasta el momento en que terminó el primer ciclo
y los delegados estudiantiles exigieron que desapareciera la posibilidad
de reprobar a cualquier alumno sin importar su desempeño académico. El
argumento era que muchos de los malos estudiantes eran de extracción
social humilde, arrastraban infancias de desnutrición y años de
escolaridad con nivel paupérrimo. En su lógica la Escuela de Economía
debía mostrar sensibilidad social y no “castigar” a estudiantes que
hasta ahora habían sido víctimas del sistema.
No había manera de hacerles ver que con la desaparición de toda
exigencia de calidad nos hacíamos daño todos, comenzando por ellos
mismos. Quizá lograrían un ascenso social momentáneo al obtener un
título, pero dañábamos a la sociedad entregando profesionales ineptos y
perjudicábamos a todo egresado porque convertíamos a ese título en un
papel sin valor. Equivalía a ofrecer odontólogos que no sabían sacar
dientes e ingenieros a los que se les caían los puentes. Los profesores
que nos oponíamos a ese populismo absurdo fuimos acusados de ser
elementos clasistas al servicio del sistema.
Por otro lado, una vez más el gobierno de Peña Nieto supo aprovechar la
ocasión para seguir embolsándose ahorros y créditos para los malos
tiempos políticos. Dejó que el bloqueo provocara malestar en la opinión
pública, esperó a que los medios ventilaran la pobreza de los argumentos
de los maestros movilizados, y preparó el operativo con un ojo en la
logística y otro en la venta de la pulcritud del desbloqueo.
Habría que ver las reacciones de la izquierda que van desde Andrés
Manuel López Obrador hasta Los Chuchos, pasando por Ebrard y otras
tribus del perredismo. Son temas delicados, pero no pueden dejar al
gobierno de Peña Nieto toda la iniciativa y, por ende, el usufructo
político. La izquierda tendría que comenzar a hacer propuestas de fondo
y no sólo a reivindicaciones de intereses específicos que afectan el
bien común. En todo caso, no puede ni debe defender o apoyar con su
silencio a grupos que no tienen otro mérito que oponerse al Estado con
argumentos espurios.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
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