jueves, 30 de mayo de 2013

¿Vladimir y Estragón eran mexicanos?- Lorenzo Meyer


Para Arnoldo Martínez Verdugo y José María Pérez Gay, memoria, reconocimiento y agradecimiento.

·ESPERANDO A GODOT

Al finalizar el siglo pasado se abrió la posibilidad de un cambio de fondo en las estructuras y en las prácticas políticas mexicanas, pero finalmente esa magnífica oportunidad histórica se perdió.

Como Vladimir y Estragón, los dos estropeados personajes de Samuel Beckett en Esperando a Godot -esa obra cumbre del teatro del absurdo-, una parte de los mexicanos seguimos esperando a quien se supone que debía llegar y no llegó: la democracia. En la instalación de la mesa para la reforma política que tuvo lugar esta semana, uno de los miembros del Consejo Rector del "Pacto por México", Jesús Zambrano del PRD, aseguró que el objetivo de la reforma es justamente evitar que regrese "el viejo régimen". Y como el niño mensajero de Godot, Zambrano nos podría decir a quienes esperamos que la democracia "aparentemente, no vendrá hoy, pero vendrá mañana por la tarde". Entre tanto, el papel del otro personaje de la obra, Pozzo, el rico con sirvientes sumisos, y cuya sola presencia es una mofa de los que esperan, lo juegan entre nosotros los grandes corruptos y los poderes fácticos con su insolente acumulación de poder y dinero.



El espíritu del teatro de Beckett le viene hoy como pintiparado a nuestro teatro político. Lo repetitivo de los diálogos sin sentido que en Esperando a Godot lleva a un tedio insoportable tiene su contraparte en nuestra política: ¿cuántas reformas político-electorales con sus respectivas promesas de gran cambio hemos tenido? En cada uno de los sexenios de la post revolución ha habido al menos una de esas reformas y en alguno, como en el de Carlos Salinas, varias. Y la democracia sigue sin presentarse.



·CUANDO CREÍAMOS QUE LA ESPERA HABÍA CONCLUIDO

Desde el inicio de nuestra historia como nación independiente, la agenda de la transformación de las estructuras de poder heredadas ha estado cargada de problemas en extremo complejos. Los obstáculos para institucionalizar la democracia han resultado formidables. Destacan dos: los intereses creados y la cultura dominante con sus fuertes rasgos conservadores y clientelísticos. Una y otra vez ambos han jugado en favor del triunfo de la inercia y de la limitación del cambio.

La naturaleza de la elección presidencial mexicana del año 2000 no tuvo precedentes. Fue realmente competida, pues presentó las opciones propias del pluralismo a una ciudadanía más informada que nunca. Se desarrolló de manera pacífica. Estuvo vigilada y no dio pie a la tradicional organización del fraude electoral en gran escala al estilo de lo sucedido en 1988, 1952, 1940, 1929 o 1910. Los elementos de inequidad persistieron pero no con la intensidad del pasado.

Otro elemento que favoreció el cambio en el año 2000 fue el obvio desgaste del viejo partido de Estado: el PRI. Ese partido no nació para competir lealmente por el voto ciudadano sino para disciplinar a la clase política que había ganado el poder mediante las armas. Todavía en 1976, el candidato presidencial del PRI se atribuyó sin pudor el 100% de los votos válidos. Sin embargo, 12 años más tarde, y pese a un fraude evidente, ya tuvo que conformarse con el 50.7% del voto total y, finalmente, en el 2000 únicamente pudo reclamar el 36.11% frente al 42.52% del PAN. Todo ello dio lugar a un resultado creíble y abrió una posibilidad increíble: la del encuentro ¡por fin! con nuestro el Godot democrático.



·PERO EL PRI LLEGÓ ANTES

La posibilidad de cambio democrático sustantivo del 2000 fue genuina pero los personajes e intereses responsables de llevar adelante ese cambio nunca estuvieron a la altura de las circunstancias. Vicente Fox y los suyos simplemente se dedicaron a administrar los frutos de su victoria pero sin aventurarse a emplear su legitimidad para ir adelante. Por otra parte, la izquierda se dividió y la parte que se movilizó con ánimo de triunfo en 2006 no logró convertir su evidente energía en una ola aplastante de votos. El foxismo y los grandes poderes fácticos decidieron que si el avance en la consolidación de la democracia implicaba dejar la Presidencia en 2006 en manos de la izquierda, incluso si se trataba de una izquierda ya no revolucionaria sino electoral, entonces era preferible no tenerla.

En el 2000 no parecía absurdo suponer al PRI como un partido ya fuera de época: poseía una larga biografía pero no adecuada para el futuro que se esperaba, pues abundaba en episodios de fraude, corrupción, impunidad, irresponsabilidad, promesas incumplidas, abuso del poder y, a partir de 1976, incluía un pésimo manejo de la economía. Sin embargo, 12 años después, y con apenas el 38.15% de los votos, el PRI pudo retomar el poder. Su triunfo no fue nada transparente pero sí muy efectivo: logró el control de la Presidencia, el del Poder Ejecutivo en 21 de las 32 entidades de la Federación y del 62% (1,510) de los ayuntamientos. En el Congreso federal, sus cuadros ocuparon 54 de los 128 escaños del Senado y 213 de los 500 de la Cámara de Diputados.

Para aquilatar plenamente la naturaleza del retorno del PRI antes que el de la democracia hay que introducir el elemento cualitativo. El grupo que triunfó en 2012 lo encabezó un político joven con un equipo formado en dos estados -el Estado de México y el de Hidalgo- donde su partido llevaba ya 84 años ininterrumpidos de control. Se trata, por tanto, de cuadros que se formaron enteramente en las tradiciones del México del siglo pasado.



·LO QUE SÍ CAMBIÓ

El PRI original echó sus raíces en un México rural y que ansiaba la estabilidad tras las guerras civiles revolucionaria y cristera. Ese México estaba compuesto por comunidades relativamente aisladas y con poca educación formal. En contraste, hoy los mexicanos son básicamente urbanos y los mayores de 15 años tienen 8.6 grados de escolaridad en promedio. Su capacidad de comunicación interna y externa es enorme y pueden organizarse políticamente en un santiamén, como lo mostró el movimiento estudiantil "#YoSoy132".

La naturaleza del sistema político mexicano actual es mixta. Contiene un buen número de elementos democráticos pero pervive mucho de la arraigada herencia autoritaria. La esencia del autoritarismo es su capacidad para limitar el pluralismo político por la cooptación y, de ser necesario, por la fuerza. Para ello debe impedir la organización y arraigo de expresiones sociales independientes no aceptadas por quienes detentan el poder. Sin embargo, imponer hoy tal limitación a la vida política mexicana no pareciera algo fácil. Y es justamente ahí donde reside la posibilidad de impedir el retorno de algún nuevo tipo de autoritarismo.

En la naturaleza del cambio del autoritarismo a la democracia está que si el proceso se detiene, no es posible quedarse plantado ahí pues la dinámica empieza a trabajar en sentido inverso: todo empieza a retroceder. Por eso, quien busca la democracia debe echarse de nuevo al camino. Una parte de la izquierda ya está actuando en ese sentido -Morena- pero también se puede ir a su encuentro con las ONG, con las movilizaciones en torno a temas puntuales, como los energéticos, la reforma fiscal o la inseguridad. Como sea, ya no es tiempo de esperar a Godot como pacientes y absurdos Vladimires y Estragones. Hay que caminar.


www.lorenzomeyer.com.mx;

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Fuente: Reforma 30 mayo 13

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