jueves, 22 de agosto de 2013

Jorge Volpi - La venganza de Art Keller

Adán escucha el aullido del hombre. Y la suave voz que pacientemente le hace la misma pregunta una y otra vez. ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? Ernie les dice una vez más que no lo sabe. Su interrogador no le cree y empuja de nuevo el picahielo, restregándolo contra la tibia de Ernie." Destrozado, Ernie les da todos los nombres que se le ocurren, en vano. El agente de la DEA fue secuestrado días atrás por tres policías que, luego de dejarlo inconsciente, lo trajeron en presencia de Adán, Raúl y el Güero, los lugartenientes del Tío Barrera. El Doctor Álvarez le inyecta una jeringa con lidocaína, que lo despierta y le permite sentir el dolor. La tortura se prolonga durante horas. "Ernie Hidalgo existe ahora en un mundo bipolar. Hay dolor, y hay la ausencia del dolor, y es todo lo que hay." Harto de sus gritos, Raúl al fin tiene misericordia y ordena al doctor terminar con su sufrimiento. Obediente, Álvarez le inyecta una fuerte dosis de heroína y Ernie poco a poco se desprende del dolor, y de la vida.  




            Este escalofriante escena proviene de El poder del perro (2005), la novela con la que Don Winslow quiso narrar los peores años del narcotráfico en México -sin adivinar que vendrían otros mucho peores-, desde el ascenso del todopoderoso Cartel de Guadalajara hasta su liquidación décadas más tarde. Valiéndose de una rigurosa documentación con la que alcanza un tono épico que no se encuentra en ninguna narconovela mexicana, Winslow optó por condensar a distintas figuras reales a la hora de crear a sus villanos, de modo que la familia Barrera, el Güero Méndez y los demás miembros de su banda contienen rasgos de Miguel Ángel Félix Gallardo, el Güero Palma, Amado Carrillo, Ernesto Fonseca, el Chapo Guzmán, el Mayo Zambada, los hermanos Arellano Félix y Rafael Caro Quintero. Esta licencia dramática no empaña el minucioso retrato de la época, centrada en el asesinato, acaso más brutal en la realidad, de Enrique Kiki Camarena -el Ernie Hidalgo de la novela-, y la venganza de Art Keller, un ficticio agente de la DEA, contra sus perpetradores.
            Como se trasluce de un comentario del propio Winslow en Twitter, Keller no podría haberse sentido más ultrajado ante la reciente excarcelación de Caro Quintero, quien fuera detenido en Costa Rica el 4 de abril de 1985, extraditado a México y condenado a 40 años de prisión por el homicidio del agente estadounidense. En efecto, el pasado 9 de agosto el Primer Tribunal Colegiado de Circuito de Jalisco determinó la liberación del preso por irregularidades cometidas en el proceso, puesto que fue juzgado por una corte federal cuando este delito pertenecía al fuero estatal.
            Al lado del Chapo Guzmán y acaso de Amado Carrillo, pocas figuras del narco han despertado tanta curiosidad y tanto morbo como Caro Quintero, quien no sólo ha inspirado numerosos corridos por sus hazañas criminales -en un rango que va de los Tigres del Norte a los Llaneros de Guamúchil-, sino por su supuesta historia de amor con Sara Cosío, sobrina de quien habría de convertirse en gobernador de Jalisco, quien fue encontrada desnuda y embarazada a su lado y no dudó en reiterarle su amor, para delirio de la prensa de nota roja -y rosa- que dio cuenta de la captura.
            Aunque Art Keller, el agente mexicano-estadounidense del que se vale a Winslow, sea un personaje ficticio, su afán de justicia -o de venganza- se convirtió en una prioridad absoluta para la administración Reagan. Como uno de los Barrera afirma en la novela, los gringos pueden provocar masacres sin el menor remordimiento, pero no descansarán hasta castigar a quien asesina a uno de los suyos. De allí que a Miguel de la Madrid no le quedase otro remedio que dar resultados inmediatos (sin reparar en tecnicismos legales), consistentes en la captura de quienes se habían beneficiado por años de la complicidad de policías y políticos: Don Neto y Caro Quintero.
            Una de las líneas narrativas que Estados Unidos ha convertido en su marca de fábrica es justo ésta: la idea de que todos los criminales -en especial los que asesinan policías gringos- pagarán por sus crímenes. La liberación de Caro Quintero quiebra drásticamente esta cosmovisión, por más que éste haya pasado 28 años en la cárcel. Para ellos, y en especial para los Art Keller reales, la posible huida de este "gallo muy fino" -como lo denomina en un corrido- supone una afrenta personal, y las presiones sobre el gobierno mexicano para recapturarlo no se han hecho esperar. Nadie duda de la eficacia y la contundencia de thrillers como el de Winslow, pero en términos simbólicos no hacen sino perpetuar la idea de que la lucha contra el narcotráfico se libra contra esos sujetos infernales como Caro Quintero, haciéndonos olvidar que si no fuera por las absurdas políticas prohibicionistas puestas en marcha por Estados Unidos -por otro lado muy bien descritas en la novela-, estos capos jamás habrían obtenido el poder que aún hoy disfrutan.

Originalmente publicado en el diario Reforma, 18.08.13

Twitter: @jvolpi



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.