Giovanni Papini 1881 - 1956 |
Ramón y los minerales
Madrid, 18 octubre
Me aburro terriblemente, pero no me puedo marchar.
-¿Qué hombres vale la pena de conocer en Madrid? -pregunté al secretario de mi hotel. -Dos únicamente: Primo y Ramón.
-¿Cuál me aconseja?
-Eso depende. A Primo van todas las personas que se aburren; a Ramón, todas aquellas que están aburridas. El uno se ve asaltado por periodistas y caciques; y el otro por desocupados y locos. Elija.
-Elijo a Ramón.
Le encontré, por la noche, en el famoso café de Pombo, rodeado de siete jóvenes morenos que fumaban cigarrillos escuchando en éxtasis al maestro de las «greguerías». Ramón Gómez de la Serna es un señor moreno, gordo y amable, que tiene el aire de burlarse, perpetuamente, de sí mismo. Enterado de su afabilidad, me presenté a él.
-Usted es americano -sentenció Ramón-, ¿y no se ha dado usted cuenta de que su continente está formado de dos triángulos de vértices opuestos? América es un doble símbolo masónico extendido entre el Atlántico y el Pacífico. Hasta hace pocos años los dos triángulos se comunicaban gracias a un cordón umbilical dividido en cuatro repúblicas; habéis cortado este cordón y ya empiezan a dejarse sentir las pavorosas consecuencias. Usted piensa, con su característica candidez, que los mares no tienen su personalidad. Cuando las aguas que bañan la China se encontraron con las que bañan Francia, ocurrió algo grave sobre la Tierra. El Canal de Panamá fue abierto en 1913, y en 1914 estalló la Guerra Mundial. Los Estados Unidos, los culpables de aquel tajo fatal, tuvieron que hacer lo que nunca habían hecho: enviar un ejército a Europa. Y ahora deben sufrir el castigo; se han enriquecido mucho, es decir. se han vuelto más esclavos y son más envidiados que antes. No se toque la materia, pues la materia se vengará.
»He profundizado en estos tiempos las obras de Jagadis Chandra Bose. Usted sabe seguramente quién es Bose: el más grande hombre de ciencia de la India y uno de los más grandes biólogos de nuestro tiempo. Ha realizado un descubrimiento inmenso: que incluso las plantas y los minerales tienen alma. En lo que se refiere a las plantas, había ya sospechas y la mitología conoce los árboles magos, los árboles asesinos, las flores enamoradas y las hojas parlantes. Pero en lo que se refiere a los minerales, nadie había supuesto que poseyeran una sensibilidad y una voluntad parecidas a las nuestras. Yo puedo, con mi modesta experiencia, confirmar el descubrimiento de Bose.
»No es de ahora que observo el alma de los objetos inanimados. Conozco desde hace años, pobres grifos de latón obligados al contacto perpetuo del agua, que tosen y gimen de un modo que mueve a piedad. He visto herraduras estremecerse al contacto de un ladrillo sucio, de un excremento repugnante. Entre mis amigos se cuentan algunas viejas llaves que han tomado una simpática confianza conmigo y se niegan a abrir cuando vuelvo a casa demasiado pronto, infiel a la religión de la noche. ¿No ha observado nunca la caja de su reloj? Sírvase de ella como espejo y verá. Algunos días le devolverá su imagen embellecida como la de un héroe; otras veces la deformará de un modo maligno, le hará desconocido, monstruoso.
»Nosotros nos servimos de los minerales con un egoísmo espantoso. No solamente los sacamos de la profundidad de la tierra, que es su habitación natural, sino que los tratamos con una crueldad que no puede imaginarse, repulsiva. ¿Cree tal vez que el hierro disfruta al ser obligado a ablandarse y a fundirse al fuego? ¿Cree que la piedra y el mármol, arrancados brutalmente de las montañas, están contentos de verse reducidos a pedazos estúpidamente geométricos y obligados a emigrar a las ciudades para ocultar nuestras vergüenzas domésticas a los ojos de los demás? El hierro de los rieles se ve oprimido excesivamente por el peso continuo de los trenes. Cuando se oxida, se dice que es debido a la acción del aire. Pero, ¿el orín no podría ser su rabia hecha visible? La plata, a fuerza de ser manejada por los hombres, ha adquirido la palidez opaca de los tísicos; y el oro, de tanto permanecer encarcelado en las criptas de los Bancos, da señales de locura. Y con razón, pues le hemos separado de su hermano celeste, el Sol.
»Podría citarle mil ejemplos del sufrimiento de los metales. Pero debo añadir que, algunas veces, manifestando un principio de voluntad consciente, intentan rebelarse. He conocido plumas de acero inglés que se han negado a escribir palabras contra la autoridad y la moral y, ayer mismo, el gatillo de mi revólver se obstinó en no moverse, tal vez porque se dio cuenta de que yo tenía la intención de matar a un bellísimo gato que turbaba con su atroz maullido mi trabajo. Aquí, en Pombo, ocurrió un caso singularísimo: un día vino a sentarse a este café un crítico enemigo de mis libros. Las cucharillas se le escurrían una después de otra de las manos y caían al suelo: habituadas a servir a personas inteligentes, se negaban a cumplir su oficio con un enemigo del espíritu.
Los siete jóvenes fumaban, sonreían, admiraban, se sentían felices.
-¿Y qué piensa usted hacer -le pregunté-si todo eso que usted dice es auténtico?
-Fundaré uno de estos días -contestó Ramón- la «Liga para los derechos de los minerales». Así como hay sociedades para la protección de los animales, es justo que haya una para la protección de los minerales. Desde el momento en que estamos seguros de que éstos pueden sentir y sufrir como nosotros, es deber nuestro atenuar, por lo menos, las tremendas persecuciones de que son víctimas mudas y pacientes. Nuestro programa máximo será restituir los minerales a las minas, las piedras a la cantera, el oro a los ríos auríferos, los diamantes a los campos diamantíferos. Programa, lo reconozco, impopularísimo y de difícil realización. Pero al menos podremos fundar hospitales para los metales enfermos, para el oro rebajado a fuerza de ser acuñado, para el hierro inválido, para la plata tuberculosa, y tal vez asilos para el bronce prostituido en forma de monumento y el cobre contaminado en forma de moneda. ¿No podría dar algunos de sus dólares para esa obra de misericordia?
Los siete jóvenes volvieron sus catorce ojos hacia mí.
-Con mucho gusto -contesté-, pero mi fe en el alma de los minerales no es todavía lo bastante fuerte para hacer salir los dólares de mi bolsillo. Apenas haya estudiado los libros de Bose y quede convencido, les enviaré un cheque. Entretanto, le pido el favor de que piense en los derechos de nuestras gargantas sedientas. ¿Podría ofrecer cócteles a estos señores?
El ofrecimiento fue aceptado. Ramón continuó disertando humorísticamente hasta las tres de la mañana. Pero no consigo recordar las otras estupendas revelaciones que se complació en comunicarme.
Tomado de Gog
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