Igual que Obama he fumado mariguana, aunque con menos provecho que él. Lo intenté una media docena de veces, pero sea por indisposición fisiológica o reticencias personales, el hecho es que me provocó más sueño y sed que estados alterados mágicos, como dice un amigo.
O sea, no me gusta fumar la yerba. Pero menos me gustan el narcotráfico y sus terribles efectos secundarios. Y podrán decir misa, pero todos los indicadores afirman que el crimen organizado está ganando la batalla en la mayoría de los frentes en contra del Estado mexicano. El Distrito Federal, prácticamente el único bastión en el que los cárteles no se habían impuesto a las autoridades, ha comenzado por rendir la plaza frente al cáncer que mina sus entrañas. Y de Michoacán o Morelos, mejor ni hablamos.
Estamos perdiendo la guerra en contra del narcotráfico y las consecuencias pueden ser brutales. Ya lo son. A estas alturas me parece que los riesgos de legalizar el consumo de drogas son más bajos que mantenerlo prohibido. En otras palabras, es más dañina la guerra contra las drogas que las drogas mismas. El enorme poder de los cárteles terminará por afectar al 100 por ciento de la población; el consumo de drogas, en cambio, está circunscrito a la porción que las consume.
Los daños que producen las drogas están más vinculados a la ilegalidad de las mismas, que al consumo. Cinco razones:
1.- El consumo existe, querámoslo o no. Ser proveedor de una mercancía prohibida ofrece márgenes de ganancia extraordinarios a los productores y distribuidores ilegales. Una prima de riesgo para el traficante, lo cual convierte a esta profesión en la más rentable entre amplios círculos de la población (se afirma que medio millón de personas en México están vinculadas a las redes del crimen organizado). Prohiban la venta de televisores y mañana tendremos una mafia dedicada a entregárselo en su casa, pero a precios mucho más altos que los actuales; peor aún esa mafia tendrá los recursos para corromper a los inspectores destinados a combatirlos. Sucedió con el alcohol durante la ley seca en Estados Unidos. Sucede hoy en todo el mundo con las drogas.
2.- Es absurdo distinguir entre drogas legales e ilegales. Hay antidepresivos que se venden en farmacias que causan dependencia y estados alterados; sus efectos son más poderosos que los de la mariguana. El consumo de alcohol, para no ir más lejos, es socialmente más dañino que cualquiera de las drogas actualmente prohibidas. Insisto, el daño de estas drogas reside en la prohibición y las prácticas delincuenciales que genera, no en los efectos de su consumo en la población.
3.- La ilegalidad hace de todo consumidor un delincuente; el efecto es devastador. Desde el riesgo a la salud por consumo de productos sin control sanitario, hasta los daños a la propiedad ejecutados por adictos desesperados de abastecerse de productos a precios inflados. Un “consumidor ilegal” en muchas ocasiones termina por convertirse en delincuente. Incluyendo aquellos que, para satisfacer su consumo, se dedican a redistribuir mercancía entre sus amigos.
4.- El impacto sobre el sistema de justicia es inmenso. Se ha dicho, con toda la razón, que el crimen organizado seguirá existiendo mientras se mantenga la impunidad. El problema es que la impunidad deriva de la enorme capacidad de corrupción que tienen los cárteles para poner a su servicios a policías y ministerios públicos. Mientras los traficantes sigan obteniendo tales márgenes de ganancia los llamados a la ética de jueces y judiciales serán poco menos que buenos deseos. En la disyuntiva “plata o plomo” ¿quién se inmola en el reglamento del buen servidor público?
5.- El impacto sobre el sistema penitenciario es aún mayor. En 2008, se estimaba que alrededor del 10 por ciento de la población carcelaria en México (219,000) había cometido delitos contra la salud, una cifra subestimada por la deficiencia en la clasificación penitenciaria. Pero esa proporción es mayor hoy en día. La estrategia de guerra calderonista llenó a las prisiones de consumidores (cargos por posesión). El porcentaje de mujeres en prisión por los llamados delitos contra la salud representa 48 por ciento del total, la mayoría de ellas por mera posesión o por posesión con finalidad de traslado (es decir, “mulas”). Muchas de ellas se encuentran en prisión con altas y desproporcionadas penas, a pesar de constituir el último eslabón de la cadena de distribución. “En 2009, el 50 por ciento de los que estaban en reclusión por venta de drogas fueron detenidos por mercancía con un calor de 100 dólares o menos, y el 25 por ciento por mercancía con un valor de 18 dólares o menos. O sea, el 75 por ciento había sido detenido con una cantidad sumamente baja de mercancía” (cifras del CIDE citadas por Ana Paula Hernández, en LEGISLACIÓN DE DROGAS Y SITUACIÓN CARCELARIA EN MÉXICO“).
Drogas, AMLO y la izquierda
Hace unos días, Andrés Manuel López Obrador afirmó que él no está por legalizar el uso de drogas. “Yo lo que creo es que antes de llevar a cabo esa medida o cualquier otra, tiene que atenderse lo fundamental, lo primero tiene que ser el crecimiento económico porque hay que priorizar, hay que poner en orden las necesidades. Que haya empleo, que se combata la corrupción”, dijo, a pregunta expresa.
Su posición me pareció descorazonadora. Durante años, las autoridades del Distrito Federal han sido el motor para impulsar una agenda progresista en México en materia ecológica, temas de género y de salud, derechos de minorías. Normas progresistas sobre el aborto o el matrimonio entre homosexuales fueron asumidas incluso sin contar con el favor de la opinión pública. Hoy en día, el Distrito Federal se encuentra a años luz de la mayoría de las entidades federativas en todos estos temas. En el debate sobre la drogas y su posible legalización la capital podría ser el buque insignia para un cambio en la estrategia nacional frente a este problema.
Por ello es que la negativa de López Obrador es un golpe a esta posibilidad. Quiérase o no, sigue siendo el líder más importante de la izquierda y su peso en la Ciudad de México es mas que significativo. Cuando hice su biografía para el libro Los Suspirantes, advertí que junto a su ideología progresista en materia de justicia social convive un arraigado conservadurismo en asuntos de género, sexo y drogas, proveniente, supongo, de su pertenencia a una cultura con orígenes rurales tradicionales.
Con todo, sigo pensando que es la izquierda la que debe emprender el debate que ponga fin a esta guerra a las drogas hipócrita y de simulaciones. La derecha, con su moralina trasnochada, nunca encabezará esta batalla; el PRI, con su “mejor malo por conocido” y su apego al status quo, preferirá dejar las cosas como están. Ojalá que Morena y López Obrador no se sustraigan a esta batalla que más temprano que tarde deba dar la izquierda.
@jorgezepedap
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