viernes, 9 de agosto de 2013

Juan Villoro - Esto no es una obra de arte

"Internet está acabando con la realidad", le dije a un amigo. "¿No se había acabado?", contestó. Vivimos en las ruinas de lo real, región que nunca ha sido sencilla. Pensemos, tan sólo, en el misterio de los calcetines, que no desaparecen juntos.
Antes de que entendiéramos la vida diaria, apareció una segunda realidad, que transcurre en las pantallas. Desde un punto de vista epistemológico, la "cosa Internet" tiene un contenido moral neutro; es un instrumento como cualquier otro. Pero el ser humano modifica lo que toca. Un piolet puede servir para escalar una montaña o matar a Trotsky. Los aparatos destinados a la comunicación parecen refractarios al mal uso; los vemos como algo necesariamente positivo.



No creo que las palomas mensajeras sean mejores que Internet ni extraño los azares del servicio postal. Sin embargo, vale la pena analizar la versión paralela del mundo que se construye "en línea". Hace unos meses, Vargas Llosa descubrió con azoro que en el territorio virtual escribía artículos contra los argentinos. Se trataba de textos apócrifos que imitaban su estilo y recogían disparatas opiniones de uno de los personajes de La tía Julia y el escribidor. Lo mismo le había pasado antes a Philip Roth. Pero enfrentaba un callejón sin salida; es casi imposible modificar lo que ingresa a la cripta intangible de Internet.
Un colaborador del periódico Noroeste, de Sinaloa, copió textos de varios autores -entre ellos uno mío- y los colgó en la red como suyos. Murió al poco tiempo, pero sus plagios perduran en el más allá virtual.
Hace unos días se simuló otro hecho real. Un blog informó que el artista Enrique Jezik, de Córdoba, Argentina, había obtenido el premio BA-Petrobras de Artes Visuales por un proyecto "vacío". Según la nota, Jezik envió un mail sin nada. El gesto hacía pensar en el cuadro blanco de Malevich, el papel en el que Rauschenberg borró un dibujo de De Kooning o la pared en la que Stefan Bruggemann se limitó a trazar (No Content). El arte ha buscado disolver el contenido en una "estética de la desaparición", como la llama Paul Virilio. Esa "puesta en blanco" tiene una tradición que resulta ocioso calcar.
El blog sugería que el arte contemporáneo es hecho por vendedores de aire. Nada más lógico que premiaran un mail sin asunto. Al respecto, se reproducía una "declaración" del artista argentino Jorge Macchi, miembro del jurado: "lo tomamos como un atrevimiento, una especie de performance que trascendía los límites físicos del arte", y otra de Cuauhtémoc Medina, el curador más influyente de México: "nos gustó mucho la idea de una especie de acción 'mandada' por e-mail, teníamos la sensación de que se estaba transgrediendo el mundo digital". Sin embargo -siempre según el blog-, todo se debía a que Jezik había olvidado adjuntar su attachment y al recibir el premio "lamentó" que lo reconocieran por algo que no hizo. La obra había sido concebida por el jurado. Llamaba la atención que Jezik reconociera su falla y aceptara el premio. Pero el cinismo suele ser aliado del éxito.
Cuauhtémoc Medina se doctoró en Essex, es curador en jefe del MUAC, ha escrito textos decisivos sobre la cultura mexicana y ha curado exhibiciones tan significativas como ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, de Teresa Margolles, en la Bienal de Venecia. ¿Al mejor cazador se le había ido la libre?
Resulta que todo fue un montaje con visos de verosimilitud. El despiste de un artista se presentaba como una transgresión de los "límites físicos del arte". Aunque sabemos que no todo lo virtual es verdadero, no dejamos de caer en esa trampa. En el texto "Virología de la idiotez", Medina respondió: "Tratar de desmentir una broma es una buena manera de enredarse en la risa: lo mejor es sonreír. Sin embargo, el evento es muy revelador tanto de la posición acrítica de los lectores y repetidores de la información, como del deseo generalizado de una gran parte del público de que el arte sea, en efecto, un mero engaño".
Como las especulaciones nunca cesan, alguien podría pensar que este desmentido también es apócrifo o que en realidad los autores de la broma hicieron una "acción artística" sobre los límites del arte.
¿Qué tiene más peso en la red: una calumnia o una aclaración? El escándalo indigna y exige desahogo; en cambio, el desmentido apela a la comprensión, desmonta los prejuicios en forma razonada; su asimilación es pausada y no pide respuesta. A diferencia de la irritación, que busca cómplices, el entendimiento termina en quien lo obtiene (nadie escribe para decir: "ya entendí"). El efecto viral de un infundio supera con creces al de un desmentido.
En la veloz arena de Internet, un impulso tiene más oportunidades que una idea. Si la realidad subsiste, se escribirá la historia de cómo la cultura, que pide tiempo extra, sobrevivió al cortocircuito de las opiniones instantáneas.


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