domingo, 27 de octubre de 2013

Beatriz Pagés - "No trabajo para las encuestas"

Esta frase es de Enrique Peña Nieto. La dijo ante empresarios al responder a las críticas que se han hecho a la reforma fiscal.
Parecería inocua, pero no lo es. Si Peña Nieto la llevara hasta sus últimas consecuencias, podría convertirse en uno de los mejores presidentes que haya tenido México.
¿En qué radica la importancia de la frase? En que hoy todos, incluyendo a quienes dicen ser los adalides de la democracia, del bien común y de los pobres, colocan por encima del bienestar nacional ya ni siquiera los intereses de su partido, sino los muy personales.
Ahí está el caso concreto del cavernario Ernesto Cordero —hombre, por cierto, demasiado agrio para ser tan joven—, que descalifica en automático todas las reformas enviadas por el Ejecutivo con la única intención de llegar a la presidencia de su partido. Un partido al que, por cierto, destruye todos los días.





Y ahí está, del otro lado, Marcelo Ebrard, quien también agrede a los suyos, a los diputados del PRD, acusándolos de estar sometidos al gobierno, por haber votado a favor de la reforma fiscal. El exjefe de Gobierno intenta, infructuosamente, construirse una aureola de socialista radical para quedarse con la dirigencia nacional de un órgano político que no reconoce su liderazgo.
El cinismo de Andrés Manuel López Obrador es ya tan extremo, conocido y enfermizo que se pierde tiempo en hablar de lo obvio: López Obrador trabaja para él.
El análisis mediático sigue, sin embargo, atado a lo políticamente correcto, sin atreverse a reconocer algo que es innegable: Peña Nieto, a diferencia de Vicente Fox y Felipe Calderón e incluso de otros presidentes priistas —caso concreto de Ernesto Zedillo—, se atrevió a iniciar la transformación del país.
Los dos mandatarios panistas no sólo eludieron la responsabilidad política que tenían de cerrar un ciclo y de iniciar la transición institucional de un régimen, sino que prefirieron, por comodidad, dejarse devorar por el sistema.
Decisión que permitió a sus colaboradores hacer millonarios negocios llevando el gobierno a índices históricos de corrupción que, por alguna razón, Peña Nieto no ha querido denunciar.
Cuando un mandatario elige no trabajar para las encuestas significa muchas cosas. Primero, que está decidido a ser un jefe de Estado, dispuesto a resolver de fondo y de raíz el origen, por ejemplo, de la pobreza, sin importarle tener a los refresqueros, chicharroneros o evasores profesionales de impuestos en su contra.
Significa también que se trata de un hombre sin vanidad. Dispuesto a asumir los costos que implique iniciar el desmantelamiento de una ingeniería que ha colocado a México, desde hace décadas, sobre un andamiaje inepto y corrupto cuyo costo hoy lo pagan más de 50 millones de mexicanos inmersos en la pobreza.
Peña Nieto ha afectado privilegios empresariales que ni López Obrador ni Ebrard se atrevieron a tocar como jefes de Gobierno.
Y ése es exactamente el miedo que tienen tanto la derecha como la izquierda. La propaganda que unos y otros han desplegado en contra de las reformas y del mismo presidente de la república busca impedir que Peña Nieto les arrebate las banderas del cambio.
Impedir el éxito del cambio y el cambio mismo para no quedar sepultados por lo que ellos fueron incapaces de hacer.


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