Tiene razón Vicente Fox. Todos los gobiernos espían. Unos, para salvaguardar sus intereses nacionales, y otros para chantajear a adversarios políticos. Muchos porque entienden al espionaje como un subproducto de la inteligencia que recolecta información para tomar decisiones, y los menos, aunque no entiendan nada su función estratégica. Hay quienes lo hacen con eficiencia, y quienes son torpes y atrabancados. Fox se encuentra en la segunda categoría en cada uno de estos estadios. No comprendió nada cuando fue Presidente; no entiende nada ahora.
Hace unos días declaró al periódico digital Qué.es de España: “Todos los gobiernos espían y tienen aparatos de inteligencia. ¡Yo no sé cuál es el descubrimiento! Antes se decía que nos espiaban desde Marte, o desde Venus… nos espían todos los días, a ti, a mí o a cualquier ciudadano”. Espionaje cibernético o cósmico es lo de menos. “Yo siempre he sabido que me espían, aunque nunca lo haya denunciado. Sé que me espiaron cuando fui candidato y cuando fui Presidente. Sé que hay instituciones en el gobierno mexicano legítimas que están averiguando información e investigando a medio mundo”, añadió.
¿Y hasta dónde tienen derecho?, le preguntaron. “Tienen el derecho y no lo tienen”, cantinfleo el ex Presidente. “¿Hasta dónde tienes tú el derecho de estar chismeando sobre tu prima o los amigos de tu esposa?”. Fox en su máxima expresión, desnudado en lo que siempre fue, un Presidente producto de la circunstancia. No ha dejado de hablar de asuntos internos desde que dejó Los Pinos en 2006, ni de comportarse como un pintoresco ciudadano desinformado e ignorante de los entramados del poder.
Lo paradójico es que él fue el centro del poder durante seis años y trasluce todo el tiempo una ignorancia extrema. Para él, la razón por la que Estados Unidos espía en el mundo es porque viven en la paranoia –no lo dice así- de que todo el mundo está contra ellos. Quisiera que recuperaran su liderazgo de bonhomía –que significa bondad y candidez-, para “buscar cosas buenas para los demás”. Para él, el poder y un gobierno que lo ejerce, se maneja sobre criterios morales y actos de fe.
La pregunta no es de dónde sacó tales conceptos sobre el poder y la administración pública, sino qué fue lo que hizo, con esa racional, durante su gobierno. En materia de inteligencia, que es el tema por el que regresó una vez más esta semana a los hacedores de noticias, se puede afirmar, un desastre. Designó al frente del Cisen, el servicio de inteligencia civil a Eduardo Medina Mora, directamente del sector público, quien comenzó el desmantelamiento del organismo.
Decenas de agentes fueron despedidos. Tres mil de ellos, dijeron en su momento fuente del Cisen; 300, respondió Medina Mora. El gobierno foxista le recortó presupuesto, con lo cual se retrasó tecnológicamente, en el momento de mayor desarrollo en el mundo tras los atentados terroristas en Estados Unidos en 2001, tantos años que aún no es posible cuantificarlos. Cuando llegó el nuevo gobierno de Calderón, el director del Cisen, Guillermo Valdés encontró una agencia desmantelada, a la cual no se le había dado mantenimiento y mejoramiento durante seis años.
Por presiones de Fox, cuando el EPR detonó petardos en algunos cajeros a principio de su gobierno, presionó a las áreas de seguridad por resultados y obligó al Cisen areventar una casa de seguridad de la guerrilla para que el entonces Presidente pudiera decir que estaba trabajando. La solución inmediata provocó un desastre del que aún se paga. De esa casa, vigilada por el Cisen durante una década, obtuvieron toda la red de vínculos del movimiento armado. Era la casa donde vivían los jefes del EPR en el sur de la ciudad de México. Cuando la dieron a conocer, desaparecieron los jefes guerrilleros hasta que, antes de terminar el sexenio, lincharon a tres agentes de la Policía Federal –dos de ellos murieron-, que estaban tratando de restablecer las líneas de inteligencia echadas a perder por Fox. Nunca más, desde entonces, pudieron restablecer el control que tenía el gobierno sobre el EPR.
El descuido en los aparatos de inteligencia provocó que el gobierno de Fox nunca se enterara de la fuga que preparaba Joaquín “El Chapo” Guzmán, que se escapó de una prisión de máxima seguridad en Guadalajara el mismo día que el entonces subsecretario de Seguridad Pública, responsable de cárceles, Jorge Tello Peón, visitaba el reclusorio. En dos ocasiones que tuvieron cercado a Guzmán, uno de los jefes del Cártel de Sinaloa –hoy Pacífico-, su entonces consejero de Seguridad Nacional, Adolfo Aguilar Zínser, lo declaró a la prensa y frustró toda posibilidad, por indiscreto, de recapturarlo.
El ex presidente nunca corrigió las fallas en el aparato de seguridad. Toleró, en cambio, que el Cisen se manejara políticamente, al permitir que instalara un centro de espionaje atrás de la Lotería Nacional, con escuchas hacia el Senado y todos los medios de comunicación en esa zona del centro de la ciudad de México. Espionaje político el que se hacía, no para salvaguardar los intereses del Estado Mexicano. En el juego de espías para denostar a políticos, se paralizó cuando se entrometieron en la vida privada de su aliada Elba Esther Gordillo, durante un conflicto fratricida en el PRI, pese a que las grabaciones ilegalmente obtenidas de sus teléfonos, involucraban a algunos miembros de su gabinete.
Los informes de inteligencia sobre el involucramiento de los hijos de su segunda esposa, Marta Sahagún, que esbozaban la posibilidad de que estuvieran involucrados en actos de corrupción –algunos se comprobaron años después-, fueron ocultados. Los memorandos sobre políticos, como su sucesor Felipe Calderón, el entonces gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, y uno de los líderes del PRI, Manlio Fabio Beltrones, estaban llenos de imprecisiones y mentiras.
No fue el sexenio de Fox un periodo que alguien quiera recordar en términos de inteligencia. Cuando le preguntaron en la entrevista cuáles podrían ser las razones del espionaje de Estados Unidos en función del porqué él se expresaba de una manera tan abierta, como lo hacía, respondió que era por la confianza que tenía en sí mismo. “Si no quiero que los demás se enteren, yo no debo tener secretos”, dijo. “Ningún gobierno debería tenerlos”.
En alguien que no fuera Fox, esa declaración de un ex presidente sería inverosímil o, cuando menos, escandalosa. En su caso no. Sí tuvo secretos y los escondió. Eran los de índole personal. En los asuntos de Estado, en cuyo contexto se dio la entrevista con el medio español, si se enteró, no entendió. Si no se enteró, tampoco le importó. Qué tanto supo, es algo que nunca sabremos. ¿Cómo lo procesó? Ya lo vimos. Fox, es un nuevo filósofo del espionaje.
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