lunes, 14 de octubre de 2013

Denise Dresser - Autonomía amenazada

Tiempos de una Asamblea Legislativa del Distrito Federal que piensa más en agendas políticas que en derechos humanos. Tiempos en que los partidos prefieren partidizar a los organos autónomos en lugar de reconocer su independencia. Tiempos en los que – al negar la ratificación del Ombudsman capitalino – Luis González Placencia, todos los afectados por su actuación buscan cobrársela. Demostrando así que las fuerzas políticas de la capital y del país no quieren ser vigiladas. No quieren ser escrutinadas. No quieren rendir cuentas. No quieren que un Ombudsman haga lo que tiene que hacer: mantener presentes los anhelos de justicia y verdad en un sistema politico que se burla cotidianamente de ellos.

Al comportarse como lo ha hecho, la Asamblea demuestra que no le interesa que el Ombudsman represente a las víctimas. O que se ocupe de las personas y de las causas que nadie quiere atender. O que defienda los derechos de tantos mexicanos que ni siquiera saben que los tienen. Y de allí la importancia de manifestar nuestra indignación, nuestro repudio, nuestro rechazo a una Asamblea que está actuando en contra de los capitalinos. Una Asamblea que está cercenando sus derechos. Y de allí el imperativo de defender la autonomía de una institución que la Asamblea – por lo visto – quiere domesticar. Neutralizar. Subyugar. Castigar.





Y busca hacerlo porque en los últimos años, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal ha alzado la vara de medición, se ha vuelto autora de un lenguaje que ha buscado siempre confrontar al poder con la verdad, ha ejercido una autonomía sin cortapisas. Recomendación tras recomendación, en caso tras caso.  Como el de Eumex. Como el de la toma de Paseo de la Reforma después de la elección del 2006. Como el del News Divine. Como el de la despenalización del aborto. Como el de la Supervía. Como el de la brutalidad policial el día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto.

Y los Ombudsman detrás de estos casos – Emilio Alvarez Icaza y Luis González Placencia – no han enfrentado una tarea fácil porque su labor ha sido señalar, evidenciar, indagar, investigar atropellos a los derechos humanos, de cualquier proveniencia: del PAN, del PRI, del PRD. Eso ha llevado a soportar la condena de quienes – dentro del PRD – se indignaron por la recomendación sobre la toma de Reforma. Eso ha conducido a resistir las críticas de quienes – dentro del PAN – se sintieron agraviados por la postura de la Comisión en torno a la despenalización del aborto en el Distrito Federal. Eso ha llevado a enfrentar la resistencia – dentro del equipo de Marcelo Ebrard – a la recomendación sobre la Supervía. Eso ha conducido a que la institución constantemente sea el blanco de las críticas de quienes prefieren ser priístas, panistas o perredistas antes que ser defensores de los derechos humanos. De quienes prefieren proteger cotos partidistas antes que proteger ciudadanos.

Los partidos simplemente no entienden cuál es y debe serla labor del Ombudsman. Encabezar la batalla por los desprotegidos. Alzar la voz en nombre de los vulnerables. Darle representación a quienes no la tienen. Retar a la autoridad arbitraria y abusiva. Denunciar la incompetencia de las operaciones policíacas, la disfuncionalidad del sistema judicial, la perpetuación de la impunidad. Desplegar la inteligencia libre, sin condicionamientos, sin sometimientos, sin lealtades políticas o personales. La Asamblea castiga ahora a Luis González Placencia por todo aquello que lo hacía idóneo para el puesto. Y con ello, la institución demuestra lo que en realidad está buscando: una Comisión de Derechos Humanos displiscente. Domesticada. Subyugada. Dispuesta a seguir los dictados de quienes gobiernan, en lugar de enarbolar la defensa de quienes los eligieron.

Por ello hoy denuncio a la Asamblea y me pronuncio – como las 380 organizaciones civiles que apoyaron la ratificación de Luis González Placencia – en contra del procedimiento que se siguió. En contra de la alianza PRI-PAN que de último momento se forjó. En contra de la venganza política que Marcelo Ebrard por el tema de la Supervía orquestó. En contra de la indiferencia política que Miguel Mancera demostró. En contra de una Asamblea que llevó a cabo una consulta para ratificar al Ombudsman pero terminó ignorando sus resultados.

Por ello exhorto junto con mis compañeros en el Consejo de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal a que la Asamblea entienda el sentido fundacional de los órganos autónomos y respete el perfil de quien debe encabezarlos. Alguien que en tiempos de resistencias recalcitrantes demuestre ser un catalizador del cambio. Alguien que se rehuse a ser un cómplice de la injusticia o el uso abusivo del poder. Alguien que al encabezar la Comisión sepa ser “defensor del pueblo”. Alguien que al llegar allí alimente la esperanza en la ciudad posible. El país posible. Ese lugar que ofrece razones para mantener la fe en lugar de motivos para perderla. El México que queremos y al cual tenemos derecho – de la mano de la Comisión – a aspirar.


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