El jefe de gobierno del Distrito Federal tiene una buena relación, que es pública y notoria, con la administración del presidente Enrique Peña Nieto. Por lo anterior, el demoledor dictamen del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre la burrada que por encargo de la administración capitalina se le hizo a El Caballito, no puede ser atribuido a inquina o pleitos políticos. Fue un atentado en contra del patrimonio nacional y el GDF debe responder por ello.
Este martes el INAH emitió su conclusión sobre los trabajos de “restauración” a la estatua ecuestre de Carlos IV, de 210 años de antigüedad. El boletín no deja lugar a dudas. Todo estuvo mal: no hubo autorización del INAH, no hay estudios previos o justificación para la intervención, las técnicas utilizadas son o bien equivocadas o llevan décadas en desuso y, lo más importante, el daño es irreversible.
Vale la pena repasar lo que asienta el INAH, porque es un catálogo en el que se evidencia chapucería, improvisación y negligencia tanto de los “restauradores” como de las autoridades capitalinas directamente involucradas en este caso hoy tristemente célebre. Algunos ejemplos: “El Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México del Gobierno del Distrito Federal pretendió tardíamente obtener una autorización para los trabajos ya iniciados sin autorización”.
“El Sr. Marina Othón (el encargado de la restauración) planteó que utilizaría ácido nítrico al 30% para realizar una limpieza de la escultura. Es de señalar que durante la visita de inspección para elaborar el presente dictamen, se encontró un bidón con ácido nítrico al 60%in situ en uno de los andamios...
“Aunque el tratamiento con ácido nítrico se aplicó directamente al 35% de la escultura, se pudo constatar que los daños se extendieron a aproximadamente 50% de la superficie del monumento, a causa de los escurrimientos y manchas en numerosas áreas de la escultura y del pedestal de piedra…
“Es importante señalar que los ácidos inorgánicos, como el ácido nítrico, se han dejado de emplear en restauración de metales desde la década de 1950, cuando se comprobó el profundo e irreversible deterioro que causan…
“Se observó que los andamios (sumamente inestables e inadecuados) se amarraron a tres de las cuatro patas del caballo, incluyendo aquélla que tiene una grieta visible en la cañuela…”.
Cabe mencionar que ninguna de las anteriores citas forma parte de las conclusiones del dictamen. De éstas yo destacaría que el documento asienta que “los documentos presentados por el Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México y por el Sr. Arturo Javier Marina Othón, mediante los cuales se pretendió obtener solicitud de autorización por parte del INAH de manera extemporánea están incompletos. No se presentó cédula profesional de restaurador responsable. No cuenta con un currículum completo del responsable de los trabajos. No se presentó un diagnóstico preliminar que justifique las intervenciones realizadas…”.
En este caso, Mancera no podrá culpar ni a los Bejaranos ni a la CNTE, ni a los anarcos ni a Ebrard, ni al gobierno federal. Su administración ha dañado el patrimonio de la ciudad que le fue encargada por los votantes el año pasado. Hasta las seis treinta de la tarde de ayer, hora de entrega de esta columna, el GDF no había respondido al INAH ni informado a la ciudadanía sobre su versión (que se antoja totalmente innecesaria). Increíble la tardanza. Ojalá el jefe de gobierno esté a la altura de las circunstancias, si no podríamos hablar de que la corrosión alcanzó también a su administración.
salvador.camarena@razon.mx
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