domingo, 17 de noviembre de 2013

Jorge Volpi - Ser Julian Assange

El primer retrato apenas se aleja de las películas de superhéroes estiloBatman o El hombre araña, en las que un adolescente -de preferencia solitario e inadaptado, si no de plano freak- descubre, a la par de sus poderes, su desgarradora misión en la Tierra. En la película australiana Underground, de Robert Connolly (2012), es posible seguir al testarudo y brillante Julian en el camino de transformarse de un inseguro fanático de la tecnología en uno de los hackers más relevantes de nuestro tiempo.
Aunque fiel a los hechos, el biopic no elude las convenciones del género: educado por una hippie que huye con sus hijos de un confín a otro al ser perseguida por un exesposo ligado a una secta supremacista, el joven Julian crece sin otra atadura que las computadoras. Cuando por fin se instala en un suburbio de Melbourne, nuestro héroe se rodea de un trío de geeks que lo ensalza como líder y, valiéndose de su destreza como programador -y un talento natural para la manipulación-, se infiltra en la red militar de Estados Unidos, donde descubrirá las atrocidades de la Primera Guerra del Golfo que años después lo conducirán a fundar Wikileaks. 




Los villanos en esta suerte deprecuela son un veterano policía y su asistente, quienes no descansan hasta cazar al grupo anarquista provocando la traición de uno de sus miembros: un antecedente que tendrá un profundo impacto en la paranoia de nuestro héroe, quien será acusado de 24 delitos, si bien su sentencia será rebajada por razones familiares. La conclusión es obvia: pese a este fracaso, el destino de Assange se encuentra cifrado en esa primera inmersión en los secretos del poder.
Mucho más equilibrado -y astuto- resulta el documental We Steal Secrets(Nosotros robamos secretos), de Alex Gibney (2013), que comienza donde terminaba Underground. Aquí, las excentricidades de Assange se ven compensadas con las de otros personajes tan inquietantes como él: Bradley Manning -ahora conocido como Chelsea-, el perturbado analista militar que le filtró miles de cables confidenciales; Adrian Lemo, el odioso hacker que lo denuncia; e incluso el sosegado -y vengativo- Daniel Domscheit-Berg, el fiel-escudero-convertido-en-detractor.
Cuidándose de ofrecer puntos de vista contrastantes, Gibney articula un relato tan apasionante como un thriller por medio de una poderosa imaginería visual. Sin mostrar una agenda demasiado explícita, no sólo revela los resquicios opacos de sus personajes, sino que pone sobre la mesa, sutilmente, los agudos conflictos éticos y políticos que plantean. Assange no es desde luego un héroe -un héroe impoluto-, pero tampoco un villano: no se exageran sus virtudes ni sus defectos, al tiempo que no se escamotean sus aristas más problemáticas, en particular las denuncias de asalto sexual (si bien una de las denunciantes aparece profusamente en pantalla).
En este contexto, la aparición de The Fifth Estate (El quinto poder) de Bill Condon (2013) parece tan redundante como predecible. El guión, basado en el libro de Domscheit-Berg y en otra pieza muy crítica con el fundador de Wikileaks, ha estado rodeada de polémica. Desde su refugio en la embajada de Ecuador en Londres, Assange no ha cesado de vapulearla -incluso le envió una amarga diatriba a Benedict Cumberbach, el actor británico que borda una desasosegante encarnación suya- y, en un guiño metatextual, la propia película culmina con una entrevista en la que (el falso) Assange la desprecia.
Guionista y director de El quinto poder parecen empeñados en demostrar que, si bien las intenciones de Assange pudieron ser loables, él es un sujeto moralmente detestable que siempre buscó resguardar sus secretos tanto como exhibir los ajenos. El equilibrio deviene falso, y uno entiende por qué los apóstoles de Assange han querido ver en esta superproducción la mano de la CIA. Es probable que el fundador de Wikileaks sea un manipulador egocéntrico -y acaso un predador sexual- pero, como se dice en We Steal Secrets, no deja de resultar sospechoso que todas las descalificaciones confluyan en su persona y en cambio Estados Unidos se abstenga de atacar a los medios que publicaron sus revelaciones -y que, en casos como el del New York Times y The Guardian, se han convertido en sus peores enemigos.
            Como ocurría en Being John Malkovich, sin duda existen infinitos Assanges -como los que se multiplican, de forma un tanto pedestre, en El quinto poder-, pero si bien al inicio una figura tan poliédrica como la suya era necesaria para dar voz a Wikileaks, su protagonismo extremo, propiciado por su vanidad y usado en su contra por Estados Unidos, ha dispersado una cortina de humo sobre la parte más importante de su labor: los cables que muestran las mentiras y dobles raseros de los poderosos del mundo y, peor aún, los crímenes -en muchos casos, los crímenes de guerra- cometidos por ellos sin que nadie los persiga mientras nosotros debatimos si el cabello platinado de Assange es teñido o natural.

Twitter: @jvolpi

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