sábado, 23 de noviembre de 2013

Raymundo Riva Palacio - El Kennedy que no conocemos


PRIMER TIEMPO: El gran presidente. La elección presidencial del 8 de noviembre de 1960 fue tan cerrada, que los asesores del candidato republicano Richard Nixon, lo presionaron para impugnar la victoria de John F. Kennedy en 11 estados. El demócrata lo había derrotado con 49.72% a 49.5 del voto de 69 millones de personas, que era una diferencia de 119 mil sufragios. Nixon no protestó ni deslegitimó una elección donde aún se debate si hubo fraude en Chicago, donde el alcalde Richard Daley, famoso por sus trampas electorales, logró que votaran los muertos. En Texas, la tierra del vicepresidente Lyndon B. Johnson, hubo más votos que electores. Kennedy llegó a la Casa Blanca para que la muerte, probablemente, le diera vida eterna. Alan Brinkley, profesor de Historia Americana en la Universidad de Columbia, escribió que su primer año fue un desastre, con el fiasco de la invasión a Cuba, la humillación ante el líder soviético Nikita Khruschev en la cumbre de Viena, y la derrota de la mayoría de sus iniciativas en el Capitolio.





No era el liberal que se piensa hoy, como describe el director del Centro de Política de la Universidad de Virginia, Larry Sabatoen un nuevo libro sobre el presidente asesinado, sino muy conservador en lo social —estaba en de-sacuerdo con los derechos civiles de los negros hasta poco antes de morir—, y en lo fiscal, donde introdujo impuestos tan draconianos, que uno de los presidentes más conservadores de todos los tiempos, Ronald Reagan, lo utilizó de modelo para su política impositiva 20 años después. Reagan lo citaba profusamente —sólo Barack Obama lo ha mencionado más en sus discursos— para apoyar sus visiones de halcón en política exterior. En 1982, los historiadores lo colocaron en el número 13 de los 36 presidentes de Estados Unidos. Otras 13 encuestas realizadas de ese año a 2011, lo llevaron al 12. Sin embargo como apuntó Brinkley, 50 años después de su muerte, “permanece como un símbolo de un momento perdido”.

- SEGUNDO TIEMPO: El glamour de un republicano que parecía rey. Atractivo y elegante, con una esposa que conoció cuando como fotógrafa de prensa lo entrevistó como senador, y unos pequeños hijos adorables, John F. Kennedy era la metáfora de la felicidad. Cuando asumió la Presidencia, la Casa Blanca se transformó. Vajillas con oro y lujosos decorados llegaron, íconos de la cultura como Robert Frost André Malroux eran habitués, y su pompa y glamour opacaba a la monarquía inglesa. De la mano de Jackie se construyó la imagen de un hombre con el mundo a sus pies, atlético y saludable, aunque en realidad estaba tan plagado de enfermedades desde niño, que de no haberse ocultado, jamás habría llegado a ser siquiera candidato presidencial. JFK siempre tuvo problemas intestinales que los doctores llegaron a pensar que era leucemia, y padecía la Enfermedad de Addison, que es una deficiencia hormonal en los riñones. Vivía medicado para controlar ansiedad y para combatir la angustia. Sufría del colon, la próstata, y tenía insomnio y colesterol alto. Antes de cada conferencia de prensa, le inyectaban cortisona para que no notaran sus dolores. Durante la II Guerra Mundial sobrevivió en el agua tras haber sido hundida su torpedera, que le causó un daño en la espalda que lo obligó a usar un corsé de manera permanente. El historiador Robert Dallek escribió en 2002 que cuando el 22 de noviembre de 1963 Lee Harvey Oswald le disparó en Dallas, la segunda, que fue la mortal, le alcanzó a pegar en la cabeza sólo porque ese corsé impidió que tras el primer impacto en el cuello, se doblara. El blanco seguía erigido. Ironías de la vida que acabaron en su muerte.

- TERCER TIEMPO: Mentiras, silencios y una visión de grandeza. La historia negra comienza el 29 de enero de 1919, cuando se aprobó la Décima Octava Enmienda y empezó la Prohibición. Un hombre que inició en el sector bancario temprano en su vida, vio una oportunidad de negocio y se alió con los jefes de las mafias en Boston, Chicago, Nueva York y Nueva Orleans para contrabandear y venderles whiskey. De ahí, Joseph Kennedy, el patriarca de la dinastía política más celebre en el mundo, se multiplicó. Joe Kennedy entrenó a dos de sus hijos para ser presidentes. El más grande, Joe, murió en la II Guerra Mundial, peroJohn llegó con dinero e influencias a la Casa Blanca. La historia negra de la familia continuó con los amoríos del presidente con la despampanante estrella de Hollywood Marylin Monroe, cuya cama compartía con su hermano Robert, y de su affair con Judith Campbell Exner, que compartía cariños con el jefe de la mafia de Chicago, Sam Giancana. No fueron los únicos. Otro más fue con la pintora Mary Pinchot Meyer, amiga de Jackie Kennedy y esposa deCord Meyer, uno de los hombres legendarios de la CIA en la Guerra Fría. Meyer, asesinada en 1964 en condiciones sumamente extrañas, era cuñada de Ben Bradley, amigo íntimo de Kennedy y quien años después, como director de The Washington Post, fue el motor detrás del escándalo del Watergate. La infidelidad de Kennedy era conocida por varios miembros de la prensa, que sin embargo callaron. Cuando se hicieron públicas, ya no afectaba en nada la imagen idílica de JFK, construida post-mórtem por una entrevista arreglada por Jackie en la revista Life, con el historiador de presidentes Theodore White poco después del asesinato, a quien le confió que su esposo solía escuchar discos por las noches antes de dormir. “Las líneas que le encantaban eran: “No dejen que se olvide que hubo una vez un lugar que por un breve momento de esplendor se conoció como Camelot”. Esa última palabra se convirtió en la poderosa imagen mítica de la Presidencia de Kennedy, definida a través de medio siglo —y en adelante—, como los Mil Días de Camelot.

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