En el mundo real, el Estado es una organización con intereses particulares, integrado por la burocracia y la clase política. Su acción y reproducción apuntan siempre a la expansión del presupuesto y la creación de cargos públicos, que son su fuente de poder.
El único factor de contención a la voracidad estatista proviene de la sociedad. Por eso en cada País la fuerza del Estado y su peso sobre la sociedad varía. El indicador más simple de esa correlación es el número de burócratas sobre la población total.
México es el ejemplo perfecto de un Estado obeso y voraz. Nuestros casi 8 millones de burócratas, sobre una población de poco más de 115 millones de habitantes, contrastan con los 2.2 millones de burócratas en EU, sobre una población de 300 millones de habitantes.
Por eso no es casual que en la reciente reforma hacendaria no haya contemplado la reducción de la burocracia ni mecanismos para hacer eficaz el gasto público. Su objetivo fue y es incrementar el presupuesto, es decir, el poder de la clase política y la burocracia.
Y tampoco es casual que la discusión sobre la reforma político-electoral, que están negociando PRI, PAN y PRD, no contemple la reducción del número de senadores y diputados, como ofrecieron panistas y priístas en la campaña por la Presidencia de la República.
Para nuestra desgracia y sorpresa, la alternancia en México, lejos de contener la voracidad del Estado, ha incrementado el gasto público y el número de burócratas. Pemex es el ejemplo perfecto: los gastos personales (nómina y directivos) aumentaron 184% entre 2000 y 2012.
A lo que hay que agregar la socialización de la corrupción. En estos 13 años no ha habido avances en la transparencia y rendición de cuentas, pero la corrupción se ha multiplicado. Los partidos, que fueron oposición bajo el priato, se han mimetizado con las viejas prácticas priístas.
Con un agravante, bajo el sistema vertical priísta los gobernadores y los presidentes municipales tenían sobre su cabeza una espada de Damocles, que el Presidente de la República podía blandir en cualquier momento. Hoy, se han emancipado. Y la corrupción se ha, literalmente, democratizado.
No hay partido que se salve. Las recientes revelaciones sobre las “comisiones” que obtienen los diputados por asignar recursos públicos son apenas la punta del iceberg. Porque en las diferentes instancias de Gobierno -federal, estatal y municipal- la corrupción es aún mayor.
Baste señalar que en el Reporte Global de Competitividad del Foro Económico Mundial, México se localiza en el lugar 81 de 144 en pagos irregulares y sobornos, y 97 en el caso de la carga de regulación gubernamental.
Lo que amerita un comentario sobre la regulación en México. En el mundo ideal sirve para proteger a los usuarios, clientes y ciudadanos. En el mundo real es el instrumento para someterlos a extorsión porque los reglamentos son absurdos o imposibles de cumplir.
Por eso se puede afirmar que en nuestro sistema político la corrupción y la falta de rendición de cuentas no son tumores que hay que combatir con quimioterapia, sino el aceite que hace funcionar los engranajes de la maquinaria estatal.
La voracidad del Estado tiene, pues, asideros muy claros: a mayor presupuesto, mayores funciones y mayores cargos públicos.
A mayor presupuesto, más obras y más “comisiones” para diputados, pero también para gobernadores, presidentes municipales y funcionarios de los tres niveles de Gobierno.
A mayor presupuesto, mayor lealtad de los grandes sindicatos nacionales, como el SNTE o el gremio petrolero.
A mayor presupuesto, mayores recursos para las políticas asistencialistas que permiten comprar votos y voluntades.
A mayor presupuesto, mayores tajadas para las oposiciones, como lo ejemplifica el fondo de capitalidad otorgado al PRD, así como los 400 millones de pesos adjudicados a la cooperativa de refrescos Pascual -afín al PRD-.
A mayor presupuesto, mayores recursos para distribuir al CNTE y aplacar un movimiento que viola sistemáticamente la ley y atenta contra ciudadanos y niños que se quedan sin clases.
Y por si todo lo anterior fuera poco, el Estado voraz es incapaz de garantizar el orden y la seguridad de los mexicanos.
Octavio Paz hablaba de un ogro filantrópico. No se equivocaba.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/estado-voraz-5257.html
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