sábado, 7 de diciembre de 2013

Beatriz Pagés - La izquierda: infarto al corazón

Los dictadores no tienen sucesor. En la historia política, ésa es casi una ley. De tal forma que el infarto al miocardio que sufrió Andrés Manuel López Obrador puso de manera inevitable a la izquierda en un estado de incertidumbre.
La muerte, desaparición o debilitamiento físico de los autócratas aviva las ambiciones y profundiza la pugna entre los liderazgos. Los partidos, grupos o gobiernos anclados en personalidades mesiánicas terminan casi siempre —ante la pérdida de su líder— en guerras intestinas o cuando menos en la balcanización.
López Obrador no ha muerto, pero todos saben que ya no podrá ser el mismo. La intensidad de las giras, el estrés que implica asumirse como el salvador de la patria, el esfuerzo físico e intelectual que se debe invertir para vivir eternamente como oposición al gobierno, como oposición, incluso, a corrientes del que fue su partido, el PRD, exige una salud que ya no tiene.






A muchos no les gustó que su hijo, Andrés López Beltrán, apareciera como vocero y operador de su padre. ¿Y quién es ése? ¿Y por qué no yo?, debió haberse preguntado un Martí Batres?, actual presidente del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
En las cámaras legislativas ya se nota la crisis que provocó quedarse, en un momento estratégico, sin líder. Su orfandad ha comenzado a convertirse en una evidente lucha por el poder. Ahí están los bejaranistas, evidentes aliados de López Obrador, tratando de aprovechar la ausencia del senador de Nueva Izquierda, Miguel Barbosa —también enfermo—, para quedarse con la coordinación parlamentaria del PRD.
El infarto le llegó en un mal momento a López Obrador, cuando —en el contexto de la discusión de la reforma energética— había convertido la defensa de la soberanía petrolera en la principal catapulta de un liderazgo que ha venido a menos y que necesita urgentemente reforzar ante el inminente registro de Morena como partido político.
Pero también —cuando la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas a dirigir el PRD— le abría la puerta para convertirse en líder único y omnipotente de las corrientes progresistas del país. El destino le jugó mal a López Obrador, pero tal vez para beneficiar a México.
Su mal físico es reflejo de un desgaste no sólo físico sino espiritual. La “lucha por el petróleo” no se tradujo —como él esperaba— en la unificación del pueblo de México a su alrededor. Por el contrario, sirvió para profundizar la división dentro de aquellos grupos que, como Nueva Izquierda, sólo están esperando el momento oportuno para desconocer su liderazgo. Con todo y que Jesús Zambrano, seguramente bajo impublicables amenazas, fue obligado a anunciar la salida del PRD del Pacto por México.
La salud de López Obrador no sólo es un asunto de Estado, como lo definieron fuentes federales, también es un asunto de vida o muerte para la izquierda mexicana. En una habitación de uno de los hospitales —por cierto— privados y —por cierto— más caros de México se toma el pulso a un paciente que representa una de las posiciones más dogmáticas, destructivas y anticuadas que haya tenido el país.
La pregunta es si, en el cuarto de al lado, Cárdenas, Zambrano, Jesús Ortega y otros están tratando de darle vida a una organización social sin mesianismos y donde la fuerza de las ideas tome el lugar de la violencia y el chantaje.
¿Herederos? Los autócratas no tienen herederos. La tímida y discreta presencia de López Beltrán en los cercos y plantones muestra que la democracia no debe practicarse ni en su propia casa.


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