En ambos casos hay un monstruo capaz de cometer bajezas de crueldad inconcebible. En El Cadillac, según testimonio de las víctimas, Alejandro Iglesias Rebollo, dueño del lugar y antes del Lobohombo, ordenó destazar a una prostituta enfrente de sus compañeras simplemente por haber intercedido por un cliente que no tenía para pagar la cuenta. En el caso de la Boquitas, la víctima es sometida a incontables infamias y torturas regulares, entre otras la quemadura de los genitales con una plancha hirviendo por parte de Gerardo Altamirano, su proxeneta.
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