viernes, 6 de diciembre de 2013

Juan Villoro - Reloj político

Una de las cosas más arduas del quehacer político es renovar las expectativas una vez que se conquista el poder. ¿Cómo prometer un horizonte cuando ya estás ahí?

Vicente Fox llegó a Los Pinos con un apoyo inaudito, advirtió lo difícil que era gobernar, desistió de ser un estadista y nadó de muertito durante el resto de su mandato. Felipe Calderón asumió el poder por la puerta trasera, ante una oposición dispuesta a reclamarle cada error, y trató de restaurar su autoridad en una guerra que dejó unos 80 mil muertos y 30 mil desaparecidos.

Enrique Peña Nieto no contó con un apoyo espectacular, pero aprovechó con destreza la muy mexicana tradición de despertar esperanzas sin explicar cómo cumplirlas.





El Pacto por México generó la sensación de que las reformas tendrían consenso y algunas de ellas (la de telecomunicaciones y la de la relación con los maestros) contaron con amplio respaldo. Antes de que cualquiera de las iniciativas abandonara el terreno de la ilusión, se propusieron nuevas iniciativas; entre ellas la fiscal -muy criticada- y la energética, que toca fibras profundas en un país donde el petróleo no es un producto sino una deidad (al dirigirse a la patria, Ramón López Velarde le dice: “El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”) y donde las privatizaciones no siempre garantizan eficacia ni competitividad.

En una economía de monopolios o duopolios, donde la telefonía fue a dar a una sola persona y la privatización de la banca quedó casi en su totalidad en manos extranjeras, es lógico que se desconfíe del paso de la gestión pública (desfalco en nombre de todos) a la privada (desfalco con nombre propio).

Las muchas iniciativas sugieren que el país se rediseña por entero. Una señal positiva luego de 12 años de pantano panista. Sin embargo, los plazos de discusión, aceptación y promulgación de las reformas ponen a prueba la paciencia ciudadana.

En un año de gobierno Peña Nieto no ha mejorado en lo sustancial la economía ni la seguridad. Se habla menos de los desastres y más de los cambios, pero la buena vibra comienza a diluirse.

Los senadores se han puesto un plazo de seis meses para cambiar el rostro del país. Si para el Mundial de Brasil no hay reformas, las expectativas nacionales dependerán en exclusiva de Oribe Peralta.

El tiempo de los legisladores va a contrapelo del tiempo ciudadano por una sencilla razón: las cosas están mal y no se arreglan. Urgido de apoyos, el gobierno no enfrenta problemas que podrían pasarle una elevada factura política.

Las lluvias y las manifestaciones han convertido a la Ciudad de México en un sitio intransitable que sólo debería ser recorrido por especialistas. El gobierno apuesta por el desgaste de los movimientos populares, provocando el desgaste de la ciudadanía.

El urgente desafío de ordenar y reglamentar las marchas se deja para el más allá en que las reformas se hayan aprobado. Lo mismo ocurre con el trato a los grupos de autodefensa que proliferan como una doble demostración de la falta de seguridad y la pérdida de soberanía.

Los casos de corrupción, dispendio y sobreejercicio de la administración panista, documentados en numerosas dependencias, no son sancionados por temor a perder el apoyo de ese partido en el Congreso. Es de suponer que el respaldo blanquiazul costará muy caro y quizá incluya cuotas de protección.

Para llegar a la otra orilla -la playa donde las reformas toman el sol-, el gobierno se sitúa voluntariamente en un escenario de debilidad. “No hagan olas que estoy nadando”, podría ser su lema.

La detención de Elba Esther Gordillo sugirió una política de acción que luego pasó al marasmo. Las redes que permitieron ese poder dentro del poder siguen intactas.

La inacción del presente se justifica en aras de la acción futura. ¿Vale la pena este gambito? Esperemos que sí. Todo depende del modo en que se aprueben las reformas y la fuerza política que el gobierno tenga después de ese proceso.

Hay triunfos parciales que no pueden pasarse por alto. La reforma que permite la reelección de diputados, senadores y presidentes municipales es un paso decisivo para que los puestos no sean trampolines sino oportunidades de rendir cuentas para seguir en el cargo.

“Jugamos bien pero en cámara lenta”, me dijo en una ocasión el poeta Darío Jaramillo Agudelo, refiriéndose al futbol colombiano.

Nuestro reloj político enfrenta con lentitud un país acelerado. A mediados de 2014 sabremos si el gobierno y la ciudadanía comparten el mismo horario de verano.

Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=208282

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